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"Estamos en un momento de alarma"

Con su autobiografía 'Entreguerras', el escritor José Manuel Caballero Bonald termina su trayectoria en la poesía

PAULA CORROTO

José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) posee una memoria bárbara. Eso sí, admite que los recuerdos saltan, se dispersan y fluyen desbocados, que hay cosas que se olvidan y otras que se olvidan a sabiendas. Algo así ocurre en Entreguerras (Seix Barral), un extenso poema que transcurre como un río en el que da cuenta de sus experiencias vitales y literarias, 'de esas claves que de pronto te alumbran un mundo que habías intuido pero no descrito', afirma. El poeta recibió ayer a Público en su casa madrileña para recorrer estos afluentes en los que como barca utiliza la palabra poética, 'la fundamental', y la que 'tiene que significar más que en los diccionarios'.

En varios momentos de este largo poema habla del miedo a la desmemoria. ¿Es la gran fatalidad del ser humano?

No, no exactamente. La desmemoria es una forma simbólica de la pérdida de la vitalidad. Yo nunca he escrito tan cerca en el tiempo como con los tres últimos libros. Antes tardaba diez, doce años entre uno y otro. Ahora ha habido un fervor inusitado, una especie de energía que me vino por el miedo a la desmemoria. Me vino de pronto este deseo de ir contando las cosas sin pararme a pensar que me faltaba energía, que la poesía es un género juvenil y que yo era muy viejo para hacer poesía. Pero todo esto fueron obstáculos que fui salvando hasta que me fui abriendo camino y entendí muy bien lo que quería hacer y lo que he hecho.

Una vez leí: 'Es triste convertirse en recuerdo'. ¿Usted lo cree también o peor es desaparecer del mapa para siempre?

El recuerdo siempre es problemático, porque cuando uno recuerda cosas vividas, nunca las recuerda tal como fueron. El que recuerda se equivoca. Deforma la realidad. Los recuerdos no responden a lo que has vivido de verdad, sino a lo que imaginas que has vivido, y eso tiene un cierto atractivo literario.

Y ahí entra también la nostalgia.

Yo no soy nostálgico para nada. Todo lo que he vivido me parece que lo he vivido como quería hacerlo. Pienso que la última conclusión a la que llego cuando digo que no voy a escribir más es que no voy a hacerlo por desgana. Uno con los años se vuelve más descreído. Cada vez creo menos en más cosas. Y esa descreencia te puede conducir a que la literatura no vale la pena.

'El recuerdo siempre es problemático. El que recuerda se equivoca, deforma la realidad'

¿Esa descreencia es igual a cinismo?

El cinismo no me parece especialmente desagradable. El cinismo a veces es conveniente, incluso esa confusión entre cinismo y sarcasmo.

¿Le preocupa la posteridad?

No, yo creo en la inmortalidad de mi propia materia. Cuando esparzan mis cenizas en las aguas de Doñana junto a Sanlúcar, que es donde quiero que las esparzan, yo acabaré convertido en agua, en piedra. Prevaleceré sobre las cosas y tendré una inmortalidad en el sentido de pervivir en la naturaleza.

Pero quizá cuando usted empezó lo que quería era que sus poemas perdurasen en el tiempo.

Sí, debí tener ese pensamiento. Pero no es algo que me haya acompañado de una forma recurrente. Ahora pienso que me gustaría sobrevivir por algunos poemas que he escrito y que creo que valen la pena. Que me sobreviva esa poesía sería un halago, o una última petulancia post mórtem.

En este libro cuenta que llegó desde el sur a un Madrid gris, triste, por la época política. ¿Cómo ve ahora esta ciudad?

A mí este Madrid me parece aburrido. El que yo viví de joven era un Madrid inhóspito. El de la inmediata posguerra. Eso se fue superando cuando las cosas fueron volviendo a su cauce, pero quedó ese fondo grisáceo, digamos de un gris marengo. Y eso lo siguió dominando. Cuando se habla de La Movida, me parece relativo. No creo que fuera un movimiento tan dinámico como se habla ahora.

Usted también conoció Madrid a través de la barra del bar.

Yo he considerado siempre la barra del bar como una especie de eje de la vida universal, de lo que acontece a tu alrededor y un baremo para medir el calibre de la sociedad. Yo ya no voy a las barras de los bares, a las que éramos muy asiduos los poetas de mi edad. Buscábamos la noche como una forma de aventura personal y gozábamos las bebidas alcohólicas como oposición a lo establecido, los biempensantes En aquella época escribir un poema erótico era una provocación para el censor. Una forma de demostrar oposición a las lacras del conservadurismo, del nacionalcatolicismo.

'Me gustaría sobrevivir por algunos poemas que he escrito y creo que valen la pena'

Habla de cinismo y descreencia, pero parece que no se le han quitado las ganas de combate.

Es que ahora es mucho peor, porque a eso hay que añadir la situación de crisis que hay en España y en el mundo. Yo creo que es un momento de alarma evidente, de intranquilidad, de zozobra, qué va a ocurrir. La Transición en España fue muy precaria. Fue un hecho que se estimó que era imposible sustituir por otro modelo . Fue muy precario. La Ley de Amnistía que se promulgó esos años hizo posible que el franquismo quedara latente y que de cuando en cuando resurja con evidencias clarísimas. Y lo estamos viendo ahora con la Conferencia Episcopal y las reacciones de muchos políticos del PP. El PP puede ser un partido perfectamente respetable, pero es que en él tiene cobijo toda la ultraderecha, porque no hay otro partido. Todos los franquistas están ahí metidos.

Desde la experiencia de sus 85 años, ¿qué podemos hacer las generaciones más jóvenes?

Yo no doy consejos. La gente se debe de equivocar sola. A mí me parece un síntoma dinámico de energía y responsabilidad los movimientos del 15-M, los indignados. Ahora me preocupa cómo está ocurriendo la mecánica de desarrollo de esos movimientos, pero en su momento me parecieron indispensables, muy positivos.

En este libro habla de sus compañeros de generación. ¿Cómo se vive con las ausencias de los amigos?

Los echo de menos. Sobre todo a los que eran más amigos míos, Ángel González, García Hortelano, Claudio Rodríguez, Carlos Barral Pero ahora me considero un superviviente. Y eso no deja de ser preocupante, claro.

¿Se le ha hecho suficiente justicia a este grupo poético?

Sí, yo creo que sí. Al grupo no lo defiendo. Yo defiendo a las individualidades de ese grupo. Y basta con citar a Carlos Barral, José Ángel Valente y Claudio Rodríguez para que esté justificada la poesía de todo un siglo. Y sólo voy a citar una frase de Ángel González: 'Habíamos aportado a la literatura española una nueva forma de vivir y de beber'.

'Madrid me parece ahora una ciudad aburrida. Y lo de La Movida fue algo relativo'

Esa era la época del realismo social, de que la literatura fuera también un acicate moral. ¿Ahora debe serlo también?

Yo creo que la ideología de un escritor traspasa siempre a su obra. Si uno tiene una ideología de izquierdas, esta aparecerá aunque no se lo proponga. Pero yo ahora separo muy bien la actividad del escritor del trabajo político. Por un lado puedo ser una persona públicamente implicada en la realidad social, y por otro lado, un escritor que inventa la vida y describe un mundo a su manera. Y a lo mejor, se ha dicho muchas veces, es que la responsabilidad cierta del escritor es escribir lo mejor posible.

Ha dicho que con este libro acaba su poesía. ¿Cómo se sintió al escribir ese punto y final?

Liberado. Hay otros que sienten zozobra o consternados o con esa depresión posparto. Yo me he sentido muy liberado y muy satisfecho de lo que he hecho.

Por cierto, ¿usted cómo ha batallado con la página en blanco?

Yo hago los poemas de memoria. De repente en la cabeza se me ocurren unas palabras juntas que tienen una seducción especial, un atractivo aunque sea fonético, y pienso que a partir de ahí puedo hacer un poema. Y cuando pienso que se me va a olvidar lo copio. Pero no, los poemas no me vienen a borbotones.

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