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"Un museo no puede competir con Pixar"

Manuel Fontán y Manuel Borja-Villel hablan de los retos de la cultura en época de crisis

PEIO H. RIAÑO

La cultura se encuentra en un momento constituyente. El pasado jueves, el Museo del Prado anunció sus 'respuestas a una nueva coyuntura' y sus responsables señalaron que la apertura de los siete días de la semana supondría un impacto en el PIB de cerca de 90 millones de euros al año. Añadieron que la medida favorecería a los hoteles y restaurantes de la ciudad. Nadie habló aquel día del impacto cultural. En esta conversación, Manuel Fontán, director de exposiciones y museos de la Fundación Juan March, y Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, señalan el conocimiento como elemento de resistencia de los museos y se niegan a legitimar la supervivencia de estos bajo la idea de 'industria cultural'.

Público: ¿La cultura en España vivía por encima de sus posibilidades y ahora toca recortar?

'El modelo basado en la industria cultural y el negocio ha fracasado'

Manuel borja-villel: España ha vivido por encima de todo y en mundo de la cultura y el arte no es algo al margen de la sociedad. Pero más que vivir por encima, ha vivido una realidad ficticia y ha vivido con un modelo insostenible. Ahora la reacción puede ser de un carácter neoliberal: no hay dinero, se corta. Dicho esto, un recorte a la cultura es algo muy serio. Pero si se mantiene esta política cultural del espectáculo, igual tampoco está mal. Si es un recorte al conocimiento, tenemos un grave problema. Si antes se primaba el espectáculo, ahora hay que cambiar definitivamente el paradigma: el nuevo modelo debería generar intercambios y acabar con la acumulación de una identidad cerrada. Deberíamos empezar a hablar de compartir. El modelo basado en la industria cultural y el negocio ha fracasado.

Manuel Fontán: La crisis tiene un aspecto positivo: es el momento de ver qué sobra. Si la crisis va a ayudar a recortar en espectáculo y a hacernos crecer más en la reflexión, bienvenida sea. En este país hemos hecho en los últimos 30 años lo que otros países han hecho en 60 y creo que hemos pagado un peaje a la superficialidad por el exceso de velocidad. Ha habido más esfuerzo para invertir en medios que para pensar en los fines. Es decir, a veces hemos creado el órgano sin pensar en cuál era su función. Se ha optado a veces por que las cosas nacieran ya grandes, y lo que nace gigantesco se hace monstruoso y a veces se muere.

P: ¿Creen realmente que la crisis no va a fomentar el espectáculo?

'La crisis tiene un aspecto positivo: es el momento de ver qué sobra'

M. B.-V.: Se habla demasiado desde el punto de vista economicista: que las instituciones deben generar sus propios recursos. Pero hay que ir con cuidado para no caer en la trampa de creer que el fin del museo es generar recursos, y que todo lo demás es accesorio. No podemos pensar que un museo es una industria. Porque entonces tenderíamos hacia el espectáculo.

M. F.: Puede pasar, pero creo que sería una apuesta meramente economicista por la cultura. Nuestras instituciones culturales han intentado a veces competir, en el campo de los medios, con la cultura de masas, con el show business, con los formatos de lo espectacular. Es ridículo: un museo no puede competir con Pixar. No tiene la capacidad de interesar inmediatamente al espectador, ni de llegar al público masivo que tiene del puro entertainment. Nos dejamos llevar por la espectacularidad de esas formas, en vez de pensar que nuestras instituciones tienen precisamente más sentido como el lugar en el que, de una manera más lenta y menos espectacular, hay que someter a cura y a crítica las imágenes que proporcionan los medios. Si nos dedicamos a organizar exposiciones que quieren parecerse físicamente a una película de Spielberg, estamos equivocándonos: nunca tendremos el éxito de Spielberg.

M. B.-V.: Desde luego, la crisis no supone hacer las mismas cosas pero más pequeño. No, se trata de un cambio de paradigma. No es lo espectacular, no es lo comercial: es el momento del conocimiento.

'Desde el 15-M, hay un deseo de buscar nuevas fórmulas de institucionalidad'

M. F.: Si me lo permites, es impresionante cómo de acríticamente los poderes públicos han asumido una expresión como la de 'industrias culturales', que cuando fue inventada por Adorno era tremendamente peyorativa.

M. B.-V.: Se habla del 5 % de aportación al PIB de la cultura, que es importante. Pero ¿qué pasaría si no lo produjese? Entonces, ¿la cultura no tendría importancia? No debemos perder el punto de vista que la riqueza de la cultura es otra, y que se debe medir en otros parámetros.

M. F.: Digamos que un trabajador de la cultura tiene presente que la cultura es un cierto fin en sí mismo. Porque la cultura es lo que construye el sentido. Entonces, ¿tiene sentido que insistamos tanto en legitimar económicamente el sentido? El sentido no tiene precio ni vale nada, porque es lo que da valor a todo. Si hacer exposiciones dependen de cuánto trabajo damos a los taxistas de la ciudad, de cuántos restaurantes se llenan y de cómo mejoramos el factor turístico de la localidad, nos equivocamos porque utilizaremos una manera de pensar ligada a los medios y no a los fines.

P: ¿Su papel también se pone en entredicho: pasan de ser interventores sociales a gestores económicos?

M. F.: Es cierto: todo parece empujar más a gestionar que a concebir. Pero el arte forma las conciencias y si hay algo en lo que debemos imitar al show business es en la preocupación por crear público, por formar. No por hacer digerible algo que es difícil, sino por presentar de una manera accesible lo difícil: cuando las cosas son difíciles uno no puede pretender tener 200.000 visitantes, debe conformarse quizás con 35.000.

M. B.-V.: Eso se ha gestionado buscando a la desesperada responsables de museos con perfiles más de gestión que de los planteamientos artísticos. Con lo cual, los museos, que deberían ser lugares complejos, destinados al conocimiento, se transforman en lugares para confirmar ideas banales. Más que educar, estamos haciendo ideología en el peor sentido de la palabra. Es más, tal y como se construyen los museos sólo sirven para conducir masas. Por eso hay que pensar en este momento qué queremos ser: industrias o lugares de conocimiento y de intercambio.

M. F.: Un museo no es algo para la satisfacción inmediata: allí se consume un tipo de objetos que no se agotan en el momento de usarlos.

M. B.-V.: Tenemos que buscar nuevas formas de institucionalidad. Sabemos a partir del Movimiento 15-M que hay un deseo en la sociedad por buscar nuevas fórmulas de institucionalidad. Deberían ser formas que generasen conocimiento al espectador con espacios lentos, donde el tiempo no es dinero necesariamente.

P: Precisamente, ¿es sostenible que entidades privadas mantengan una actividad cultural en vez de entrar a formar parte de las instituciones públicas con sus colecciones y su dinero?

M. F.: Nosotros hemos reflexionado sobre eso. Y creemos que tiene sentido que instituciones como la nuestra hagan cosas que no hace nadie. Si lo que hacemos ya lo hace alguien, duplicamos inútilmente la oferta. Una fundación privada conservadora, que no reflexione de continuo sobre su misión, es una contradicción. Las iniciativas privadas deben tener vocación pública.

M. B.-V.: Lo deseable sería que todas estas empresas contribuyesen a las instituciones públicas. Pero la realidad de este país es la que es y hay instituciones que tienen una trayectoria muy consolidada y no la puedes hacer desaparecer. Pero está claro que vivimos en una situación en la que tendremos que colaborar todos: la idea de institución cerrada, con su patrimonio y su colección se ha acabado. Lo que debe primar siempre es lo público, está claro.

M. F.: Cuando lo público, en arte, se 'despertó' en España, la Fundación Juan Marchya estaba allí trabajando, en los setenta, con vocación de servicio público; por otra parte, muchas veces ocurre que lo público se convierte en una mera fachada tras la cual los contenidos los fabrica alguien no tan público...

M. B.-V.: Es cierto. No podemos perder la idea de servicio público. Es verdad que hay una tendencia de privatizar lo público: es mucho más fácil darle a una empresa gestora un espacio público. Así es como se entra en una dinámica éticamente cuestionable.

M. F. Estoy de acuerdo, siempre que no identifiquemos 'público' con 'estatal'; pero, es verdad, a veces hay curiosas dobles obediencias: no parece muy ético ser asesor de un fondo de inversiones en arte y, al tiempo, comisario en un museo público.

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