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Un cantautor fuera de órbita

Vic Chesnutt, versionado incluso por Madonna, experimenta con el rock de vanguardia en su regreso.

JESÚS MIGUEL MARCOS

Vic Chesnutt tiene en común con Robert Wyatt, protagonista ayer de esta sección, al menos tres cosas: vive postrado en una silla de ruedas, toca la trompeta y es un escritor de canciones excepcional.

Excepcional en todo el sentido del término: un artista como él aparece muy de vez en cuando. Es de esos músicos que sus compañeros de profesión siempre citan cuando les preguntan por sus gustos, pero que pocas veces ocupan una portada. Su música y su voz podrían elevarse a la categoría de milagro y ni un creyente se atrevería a negarlo.

Chesnutt (Jacksonville, 1964) quedó paralítico a los 18 años a causa de un accidente de coche. Como Wyatt cuando se cayó desde un tercer piso, estaba borracho. En sus propias palabras: “Tras el accidente, no podía tocar ni la guitarra ni la trompeta, pero descubrí una comprensión totalmente nueva de la música”.

Hay gente que, tras superar un cáncer, agradece la enfermedad porque le ha llevado a comprender su vida de otra manera, a valorar cosas que antes ni siquiera existían para él. A Vic Chesnutt le ocurrió lo mismo con la música.

Michael Stipe, un fan más
Su aprendizaje musical fue exquisito. Nació en 1964 con los Beatles, su infancia tuvo ritmo de rock and roll, sus maestros en la adolescencia fueron Bob Dylan y Leonard Cohen, se convirtió en un hombre con Lou Reed y King Crimson y formó sus primeros grupos con la frescura del punk, la new wave  y sus continuadores (Sex Pistols, The Jam, Elvis Costello, The Clash, los primeros R.E.M., Nick Lowe…). Sería el propio Michael Stipe uno de los primeros en descubrir el inmenso talento de Chesnutt. El cantante de R.E.M. produjo sus dos primeros discos a principios de los 90. 

Si a sus gustos musicales le añadimos nombres literarios como Kafka, Salinger o Fitzgerald, tenemos el fermento ideal para crear obras inolvidables. Y así lo ha hecho. La decena de discos que ha publicado hasta la fecha lo sitúan entre los grandes del folk estadounidense contemporáneo. No es una casualidad que artistas como Garbage, The Smashing Pumpkins o Madonna hayan versionado sus canciones.

Su última genialidad se llama North Star Deserter. Ha sido publicado recientemente y tiene una interesante historia detrás. Lo ha grabado con el sello Constellation, una especie de comuna musical dirigida por los gurús del post-rock de finales de los noventa (Godspeed You! Black Emperor o Thee Silver Mt. Zion).

Las canciones de North Star Deserter, con esa mezcla de tradición y vanguardia, parecen proceder de otro tiempo y otro lugar. Desubican al oyente y se adueñan totalmente del presente. El folk-rock resultante, apocalíptico, desértico y terrorífico, a lo sumo recuerda a un encuentro improbable entre Walkabouts y My Bloody Valentine, o a lo que Sonic Youth harían en un estudio de grabación con Mark Eitzel.

EL LABORATORIO DEL SELLO CONSTELLATION

Constellation invitó hace tres años a su estudio de Montreal a una cabecilla del ‘country’ alternativo, Carla Bozulich. El resultado fue un disco asombroso, ‘Evangelista’, donde las atmósferas experimentales vampirizaron las canciones oscuras y terminales de Bozulich. El encuentro con Chesnutt ha sido mucho más limpio, pero igualmente sugerente. Los órganos ceremoniales, las guitarras eléctricas metiendo ruido, las cuerdas misteriosas y la falsa dulzura de flautas y efectos de trémolo pervierten el clasicismo del ‘country’ e interactúan con la punzante ironía de los textos de Chesnutt (‘You Are Never Alone’ es un ejemplo).

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