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Loco Pop

El pop y el rock sufren de esquizofrenia y crítica y público aplauden a bandas como Animal Collective, Deerhoof o Liars, tan raras como estimulantes

JESÚS MIGUEL MARCOS

Si nos fiamos de las listas de lo mejor del año, el cuarteto de Baltimore Animal Collective ha sido el grupo del 2007. Su último disco, Strawberry Jam, copa los primeros puestos de la mayoría de clasificaciones. No son ningún grupo maldito: este verano tocaron en Benicàssim y su canción Grass ha sido escuchada cerca de medio millón de veces en su Myspace. Pero si un neófito la oye puede pensar que la música popular se ha vuelto loca.

Es una tendencia de los últimos años: lo convencional cansa, los gustos se complican y la vanguardia se hace popular o casi popular. Analicemos Grass: inicio con sonido acuoso, base de sintetizador y guitarra ensoñadora, ritmo de bombo machacón... Hasta aquí la canción circula por parámetros habituales, pero de repente la voz –aguda, nerviosa– se acelera y estalla en gritos taquicárdicos, acompañados de un brutal aporreo de platillos y coros alucinados. Pura esquizofrenia musical. Brutal.

Como decimos, el colectivo animal no es el único en rozar la frontera de la locura con sus canciones. Deerhoof, procedentes de California, también suenan bastante desquiciantes. En 2007 publicaron Friend Opportunity, su noveno disco. Su excentricidad consiste en romper las canciones en trozos totalmente distintos entre sí, combinar el pop carameloso de corte japonés con rock de guitarras americano o atentar contra la calma a base de furiosas descargas de distorsión. Un tipo como Jeff Tweedy, de Wilco, se ha declarado fan suyo.

Hay que reconocer que el ensanchamiento de los límites del pop y el rock, pese a que de vez en cuando reporte algún ladrillo infumable, interesa cada vez más. El riesgo de que se haya convertido en tendencia está ahí, lo que obliga a mantener los ojos bien abiertos.

Esquizofrenia aguda

Como hicieron, por ejemplo, los componentes de Yo La Tengo en la edición del 2006 del festival Primavera Sound. Ira Kaplan y Georgia Hubley  no se despegaron de las primeras filas durante todo el concierto de la No-Neck Blues Band, un colectivo neoyorquino de ocho músicos que sale al escenario sin tener nada preparado: durante más de una hora se dedicaron a hacer ruiditos, tocar cuando les apetecía y jugar con bolsas de basura. En la siguiente visita a España de Yo La Tengo, unos meses después, un pequeño tramo del concierto jugó sospechosamente con parecidos esquemas improvisados.

En el caso de los californianos Liars, la insania musical se materializa en sus demenciales conciertos, donde se les ha visto vestir camisas de fuerza. Aunque son unos juerguistas de cuidado, con una propensión a convertir sus guitarras en armas de destrucción de tobillos en las pistas de baile, no son pocos los pasajes de su discografía en los que la investigación con texturas y ritmos alcanza cotas ciertamente neuróticas.  

En España tenemos nuestros propios –y queridos– tarados musicales. Se llevan la palma los madrileños Campamento Ñec Ñec, un trío con un repertorio de lo más heterodoxo. Sus canciones son básicamente gritos –normalmente con la letra ‘o’–, apoyados en solos de guitarra a velocidad endiablada. Duran entre los 8 y los 50 segundos. Sus conciertos, 15 minutos.

Arte y locura han estado íntimamente relacionados  a lo largo de la historia. El artista tiene un don para ver un poco más allá de lo que ven los demás. Y esas visiones, siendo reales y por ser tan reales, pueden desequilibrar al sujeto que las disfruta, aunque lo habitual es que las sufra.

En el caso de la música pop y rock, otras variables entran en consideración. Principalmente, las drogas. Syd Barrett, cantante de Pink Floyd en su primer disco, tuvo que dejar el grupo y alejarse de la sociedad debido a sus problemas con el LSD. Barrett sufrió una enfermedad mental durante años y desde 1970 quedó inutilizado para la música. Agraciado físicamente, cuando en 1975 acudió al estudio donde Pink Floyd grababan Wish You Were Here, un homenaje a Barrett, ninguno de los miembros de la banda reconoció al tipo gordo y calvo que estaba al lado de la mesa de mezclas. Era él.  

Uno de los casos más llamativos de desorden mental en la música es el de Daniel Johnston. Este cantante norteamericano, aclamado por artistas como Eddie Vedder, David Bowie o incluso Kurt Cobain, sufre trastorno bipolar. Su enfermedad limita considerablemente sus apariciones en público, aunque en los últimos años ha seguido concendiendo entrevistas y dando conciertos, eso sí, con resultado imprevisible.

En España tenemos a Manolo Kabezabolo, que en 1993 sufrió un brote de esquizofrenia que acabó con sus huesos en un centro psiquiátrico. Hasta el año 2000 Kabezabolo disfrutaba de permisos de fin de semana, que aprovechaba para dar conciertos.

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