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Olivier Assayas: "Hoy no hay fe en que las ideas cambien el mundo"

El cineasta francés retrata a su propia generación como la del caos en 'Después de mayo', Premio al Mejor Guion en el Festival de Venecia

BEGOÑA PIÑA

Olivier Assayas, uno de los cineastas más radicalmente independientes del cine francés, busca en su propia biografía los recuerdos necesarios para hacer una película de los ecos de mayo del 68, de la historia colectiva de los setenta, una época mal conocida y no muy bien retratada en el cine. Después de mayo -Premio al Mejor Guion en Venecia- es, según el director, la constatación de que la fe en la revolución que todos compartían entonces se ha desvanecido. 'Ahora son muy pocos los que creen en la capacidad de cambiar el mundo, y estos no se proyectan hacia un futuro utópico, solo quedan algunas reivindicaciones fragmentadas'.

Protagonizada por actores muy jóvenes, algunos no profesionales, como Clément Métayer o Félix Armand, la película comienza con la manifestación del 9 de febrero de 1971 en París y la extrema violencia que emplearon en ella las brigadas especiales de la policía. El debate político constante en los estamentos universitarios, la reunión de fuerzas entre estos y la izquierda proletaria quedan de manifiesto en la película, donde se retrata a una juventud marcada por ese lenguaje político, por una potente energía creativa y por un idealismo que fue puesto a prueba. Es una generación, la del propio Assayas, que no sabía muy bien qué hacer con los innumerables grupos políticos que habían surgido y que creció en una especie de caos, donde adquiría valor simbólico 'la entereza del compromiso, una entereza que les pasó factura'.

En su juventud, en ese post-mayo del 68 había una relación muy concreta con la política.

Sí y había polémica entre los grupos políticos. Yo no estaba en ningún grupo específico. Después de 1968 la mayoría estaba en grupos difusos buscando adónde íbamos a ir. Surgieron grupos que hasta entonces no existían. Había anarquistas, tres o cuatro grupos trotskistas, varias ramas leninistas, varios grupos influidos por China... Y en 1970 algunos de ellos crecieron. Existía la noción de que tenías que definirte políticamente en un campo concreto.

¿Cree que esa especie de caos es lo que definió a su generación?

Sí, las chicas y los chicos en el 71, 72... intentábamos encontrar un sentido a todo esto. Y encontramos un sentido importante en hacer algo colectivo.

Los ecos del 68, según su película, fueron livianos. Aún así ¿hubo espacio en esos años setenta para alguna revolución?

Sí. Estaba la contracultura, con muchas ideas de Gran Bretaña, EEUU, la música, la prensa libre, la poesía, la religión india... Todo se estaba reinventando de nuevo, se cuestionaba cada valor. Esa fue otra revolución. Es difícil entender esto después, porque en los ochenta se odiaba aquello de la contracultura, era anatema.

Aquella juventud estaba marcada por la utopía, que es justamente lo que le han robado a los jóvenes de hoy, ¿qué reflexión hace de ello?

Es una tragedia y es muy difícil explicar qué es exactamente lo que pasa. Cada generación tiene el potencial de cambiar las cosas. Nosotros, en los setenta, no creíamos en el mundo material, estábamos en contra. No gastábamos el dinero en ropa, en apariencia. Lo gastábamos en periódicos, en libros... Había nuevos caminos que reinventar, nadie quería un trabajo real o tener una familia, todos participábamos del experimento de un mundo nuevo.

Y ¿cómo son los jóvenes hoy, qué quieren?

Ahora ha empezado a ser bueno no tener ideas de nada. Muchos jóvenes no están interesados en saber ni siquiera cómo funciona el sistema. Se han sacrificado los valores colectivos. Lo que prima hoy es el trabajo y el capitalismo, no hay fe en que las ideas que cambien el mundo, todo es disfrutar el presente. Pero no sé cómo ha pasado esto. Cómo ha llegado esta época de consumo en que los jóvenes son los últimos consumidores. Los valores de la sociedad son esos. Apple es una de las corporaciones más horribles del mundo moderno.

Insiste en el sentido de lo colectivo, ¿cómo encaja la importancia de ello con su trayectoria como artista?

Bueno, encaja desde el primer corto que hice, que fue muy naif y muy pequeño. Pero con él ya tuve el sentimiento de aventura, de algo colectivo y eso es lo que me dio el sentido de todas las películas. Comprendí que las películas eran experiencias colectivas. Todos en mi generación trabajábamos con esas ideas. En el rodaje del primer corto ya descubrí el sentido de la gente alrededor, del equipo, de reunir energías. Y a ellos mi narrativa también les dio el sentido de hacer algo.

Para mí, una experiencia artística es colectiva y con ella contribuyo a construir alguna utopía. Me ayuda a desconectar de lo peor de la sociedad moderna. Por eso en el cine nunca he formado parte de la industria, eso es alienante para mí.

En Después de mayo hay un debate por los estilos artísticos, ¿usted también cree que los hay revolucionarios y conservadores?

La revolución del estilo o el estilo de la revolución. Ziga Vértov tenía una estética de la revolución... La verdad es que no lo sé, pero la pregunta es válida y hay que hacerla. Yo elegí el camino de la figuración, el de contar historias porque creía en las emociones humanas. Y sigo en ese camino. No me interesa lo abstracto. Ser artista es tomar decisiones.

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