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Patricia Jacas rinde homenaje a la premio Nobel Svetlana Aleksiévich con un monólogo sobre la Rusia capitalista

A partir de un texto de la premio Nobel Svetlana Aleksiévich, Patricia Jacas lleva a la escena del Teatro Lara lo que queda del utopismo soviético. Un monólogo que defiende la soledad de la mujer moderna entre melancolía y cínico humorismo.

Patricia Jacas, que ahora lleva a las tablas del Teatro Lara un texto de Sveltana Aleksiévich, posa en un salón
Patricia Jacas, que ahora lleva a las tablas del Teatro Lara un texto de Svetlana Aleksiévich, posa en un salón. Teatro Lara (CEDIDA)

Un unicornio flotador con los colores del arcoíris, una chaise longue de terciopelo negro, una mesita de noche de madera, una botella de riguroso vodka ruso y unos cosméticos costosos forman la escena en la que Patricia Jacas interpreta a una mujer de mediana edad en una Moscú posperestroika. Cuando el sueño del socialismo ya ha desaparecido detrás de los escaparates Levi's, y lo que queda del proyecto de Gorbachov, tras el intento de golpe de Estado del 91, es un puñado de nostálgicos que no se han adaptado al cambio porque nunca lo han entendido o querido entender.

Desorientados y atónitos por el caprichoso curso de la Historia, buscan entre las viejas cajas polvorientas alguna huella de aquel pasado que se creía invencible. Lloran recordando la sangre derramada por la Revolución de octubre, algunos incluso maldicen a los nuevos ricos que ahora habitan el Kremlin, y desconsolados preguntan qué es lo que viene después del socialismo.

La premio Nobel de literatura Svetlana Aleksiévich recopiló en su obra El fin del Homo sovieticus (Acantilado) centenares de entrevistas a testigos, partes de una única pieza de la historia rusa. El resultado es un laborioso trabajo que reconstruye con rigor el invisible tejido social de un país que se perdió a sí mismo. La periodista bielorrusa muestra no solamente un profundo respeto por la palabra de los demás, sino que construye el entramado narrativo con sabiduría y perspicacia.

A lo largo de su reportaje, Aleksiévich recoge el testimonio de personas muy diferentes entre ellas, por edad, cultura, lugar de procedencia y formación. El relato de los nostálgicos o de los decepcionados se entremezcla con la ilusión de las jóvenes generaciones. Los recuerdos se confunden, las perspectivas se fusionan, y el lector puede finalmente entrever las esquinas mal iluminadas y los rincones más escondidos de Rusia. Desde las calles más pobres de las periféricas aldeas, hasta llegar a los acomodados barrios del centro de Moscú: la escritora busca la verdad ahí donde anida la contradicción.

De una soledad muy parecida a la felicidad

Y es justamente a partir de la lectura del libro de Aleksiévich que uno puede apreciar aún más la obra y la interpretación de Patricia Jacas. El estilo narrativo de la bielorrusa vuelve complicada la puesta en escena de una pieza que corre el riesgo de quedar atrapada en la uniformidad del monólogo interior, brillantemente resuelto en este caso por una interpretación que captura los más nimios detalles de la lengua. Pero hay más: entre todos los relatos que van dándose paso a lo largo de la página escrita, Patricia Jacas elige la historia de una mujer, y no de una cualquiera.

"Este es el siglo XXI, el siglo del dinero, el sexo y la escopeta de dos cañones... ¡Y usted viene hablarme de sentimientos!", le dice la mujer a la periodista. Alisa es gerente de una agencia de publicidad, tiene una hija y está orgullosa de vivir sola en un bonito piso de Moscú, la ciudad de sus sueños. Pero lo más relevante es que Alisa representa la quintaesencia de la nueva generación, y si en la infancia ha oído a sus padres hablar de aquel sueño imposible llamado "socialismo", pronto se ha convertido en ciudadana del mundo.

Una extraña mezcla entre la mujer moderna que aclama su independencia económica y su soledad por un lado, y por el otro lado un convulso enredo de cultura postsoviética. "Lo que se dedicaban a leer y a soñar que un día podrían volar como la gaviota de Chéjov, fueron sustituidos por quienes no leían libros, pero volaban de verdad. Todos los que antes se consideraban importantes, los que leían libros prohibidos y susurraban en las cocinas habían pasado a la historia. Los que se quejaban de que los tanques rusos llegaran a Praga dejaron de ser relevantes cuando esos mismos tanques tomaron Moscú", comenta la protagonista.

Memorias históricas

A través del relato de los amores y desamores, de las ilusiones de juventud y las decepciones de la madurez, Patricia Jacas capta el núcleo más emblemático de la obra de Svetlana Aleksiévich. Es decir, el cambio de un país a lo largo no de dos generaciones sino de varias.

Si los viejos combatientes de la Revolución se rehúsan a vivir en la nueva Rusia, hay otros dos grupos. Aquellos que nacieron bajo el estalinismo, que vieron en Gorbachov una esperanza de libertad y disfrutaron de ella por algún tiempo, y aquellos a los cuales la perestroika les dio absolutamente igual. "Se hundía un imperio y a mí, francamente, me daba igual", confiesa Alisa.

Muy diferente es Anna Ilínichna, que de ese tímido atisbo de libertad se alimentó con voracidad insaciable: "Concluida la jornada laboral, volvíamos a casa, abríamos una botella de vodka y escuchábamos las canciones prohibidas de Visotski. Vivíamos historias de amor que parecían no tener fin. Nos enamorábamos, nos divorciábamos. Y, entretanto, muchos creían encarnar la verdadera conciencia del pueblo ruso y pretendían tener derecho a dar lecciones. ¿Qué sabíamos de ese pueblo, a fin de cuentas? Pues lo que habíamos leído en Memorias de un cazador, de Turguéniev, o en nuestros escritores de tema rural, como Rasputín o Belov... En un momento dado, yo no era capaz de comprender ni a mi propio padre. Si no entregas el carnet del partido, no volveré a dirigirte la palabra en la vida, le espeté una vez. Y papá lloraba y lloraba".

Sería un error imperdonable interpretar la obra de Aleksiévich como una bofetada al comunismo. No se trata aquí de reivindicar las razones de los ganadores ni de compadecer las angustias de los vencidos, sino de entender a un pueblo que sigue ocultándose en las fisuras de la palabra libertad.

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