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Perdidos. se fue el centro de gravedad permanente

Las claves de un músico que no se conformó con lo que le enseñaron los maestros

PEDRO CALVO

Y de pronto no estaba el pájaro en la rama', cantaba Enrique Morente por granaínas y el quejío era luminoso. Y de pronto no está Enrique y nos hemos quedado solos, ciegos como los saeteros. Con toda la tragedia de Lorca cargada al hombro, 'se cayeron las estatuas al abrirse la gran puerta'. Y ni ojos para llorar, ni aunque nos cortemos la mano derecha Enrique se ha ido 'con un guante de mercurio y otro de seda'. Lorca está rebotando por todas la paredes. Y detrás de él, todos los poetas. El flamenco, toda la música y arte en grado de excelencia están llorando flores 'de tos colores'.

Hiciera lo que hiciera, era flamenco con una suerte de cubismo elevado al cubo

No le gustaba que le dijeran maestro. Le sonaba como a guasa. Con esa guasa tan suya, porque la vida es tan amable, solía repetir: 'Estamos vivos de milagro'. Y más aún, lanzaba con una risilla pícara: 'Hemos salido ilesos'. Morente estaba siempre dispuesto a encajar el desastre. La afición no tenemos esa suerte. Adonde quiera que vaya en este viaje, que sepa el maestro que estamos muy heridos viendo pasar el carrito de la pena. Recuerdo escucharle decir cuando algo se había torcido en el escenario por cosas técnicas: 'Perdonad, pero es que también tenemos que arreglar los sentimientos'. Pues en eso estamos, huérfanos y sin consuelo. Esta vez sí que el mundo se ha parado y no va dar otra vuelta.

Hombre de pensamiento paradójico, Enrique Morente enseñaba aprendiendo. Era el cantaor más antiguo y el más moderno, todo a la vez, en orden y concierto. En la última entrevista para este periódico, cuando la publicación del disco Morente flamenco, me dijo: 'Soy un cantaor sin identidad'. Quería decir que se estaba encontrando a sí mismo a cada rato. Sabía que su madre cantaba y que él empezó cantar de chavalín, siendo seise (niño de coro) en la catedral de Granada. La fascinación por el canto gregoriano está en toda su obra y, cómo no, en su disco Misa flamenca (1991).

También ha cantado a Cervantes con una belleza y una veracidad que llenan de gloria

¿Cantando misas Morente?, se preguntará algún desprevenido. Pues sí, pero presten atención a las letras. Son las de ese mismo cantaor 'rojo', de izquierdas, cuando ese pensamiento no estaba devaluado. Morente es ese cantaor que protagonizó en el San Juan Evangelista el concierto más breve de la historia del flamenco. Fue la noche del atentado de Carrero Blanco. Antes de la suspensión por la autoridad competente, sólo le dio tiempo a Enrique a cantar este fandango: 'Pa ese coche funeral/ yo no me quito el sombrero/ porque el hombre que va dentro/ me ha hecho a mí de pasar los más horribles tormentos'.

De muy jovencito llegó Morente a Madrid a buscarse la vida como profesional del cante. Se arrimó a los viejos maestros Pepe de la Matrona, Bernardo de los Lobitos, Juan Varea Rafael Romero El Gallina le empujó para cantar en los tablaos. Y no paró Enrique de aprender desde entonces. Siempre con la misma interrogante: '¿Nos estaremos equivocando?'.

Firme en sus acciones y con la duda en el pensamiento, Morente ha sido un faro permanente. Al igual que otros dos prometeos de su generación, Paco de Lucía y Camarón, Enrique ha estado creando sin cesar, conquistando públicos nuevos, los jóvenes, a golpe de verdad y de arte. Pero, en su caso, la cantidad de perfiles es tal que no es extraño que en esta última época anduviera a vueltas con Picasso. Por todas las esquinas veía y vivía Enrique la música. Hiciera lo que hiciera, era flamenco con una suerte de cubismo elevado al cubo.

Los primeros discos Cante flamenco (1967) y Cantes antiguos del flamenco (1968) ya entregan a un cantaor plenamente formado, un joven de sólo 25 años que ya está en posesión de los misterios del flamenco. El deslumbramiento de la poesía le llega con la obra Homenaje a Miguel Hernández (1971). En un mismo año, 1977, publica dos discos cumbres: Homenaje a D. Antonio Chacón, donde reivindica heroicamente al añejo icono, y Despegando, con la guitarra hermana de Pepe Habichuela, donde el gran juego de las arquitecturas tonales de Enrique deja pasmado al respetable.

Enrique ha emigrado a tierras mexicanas, donde conoció a los supervivientes del exilio republicano. Y allí, lejos de España, descubre más profundidades de la poesía española. San Juan de la Cruz, Alberti, Machado, Lorca, Bergamín, Pedro Garfías Y ya puestos que Cuba queda muy a mano, Nicolás Guillén. La discografía de Enrique Morente, fulgurante y atrevida donde las halla, recoge todas esas sensibilidades, que les da una inaugural coherencia. Hasta la carta con las últimas llamadas de socorro de un moribundo y pobre de solemnidad Miguel de Cervantes ha cantado Enrique con una belleza y una veracidad que llenan de gloria.

La música caribeña, las voces búlgaras o el jazz, tantos amores ha cortejado Enrique. Y de entre lo más inesperado y gozoso, Omega (1996), donde la poesía más rompedora de Lorca y las canciones de Leonard Cohen conviven con la pasión rockera del grupo granadino Lagartija Nick. En estos días de zozobra, escuchábamos una tras otra las grabaciones de varios conciertos que Morente realizó en el madrileño colegio San Juan a lo largo de los últimos 20 años. Ha sido la manera particular de prepararnos para lo que todavía no nos podemos creer. Enrique Morente se ha ido. ¿Y ahora qué hacemos?

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