Este artículo se publicó hace 14 años.
De la persecución a la salvaguarda
Los orígenes más antiguos del flamenco son desconocidos. Quizás su nombre provenga del árabe 'fela menghu', que vendría a significar campesino fugitivo, como los moriscos y los sefarditas
Juan José Téllez
La Unesco, a la hora de elaborar su lista del patrimonio inmaterial de la humanidad deja muy claro que no apuesta por la simple conservación o fosilización de dichas artes, sino por su salvaguarda.
Así que, a partir de ahora, protegerá al flamenco para que siga evolucionando como una vieja esponja mestiza, que recorre la historia como un escalofrío individual o colectivo, hasta convertirse en industria y espectáculo.
Quizá su nombre provenga del árabe, según Blas Infante: felah menghu, vendría a significar "campesino fugitivo", como los moriscos y los sefarditas que se negaron a fingirse cristianos viejos, como los gitanos que llegaron a la Península atravesando Europa y que fueron perseguidos a modo, desde las pragmáticas de Felipe IV a las ordenanzas de la Guardia Civil, hasta la Constitución de 1978.
Si los egipcianos se asentaron en medio continente, ¿por qué sólo surgió el flamenco en Andalucía? Quizá porque, como decía Fernando Quiñones, se trata de una enorme ensaladilla rusa de ritmos y tradiciones en la que los gitanos constituyen nada más y nada menos que la mayonesa, su argamasa.
Pudo nacer en una forja o en una fiesta, o en ambos lugares al tiempo: la historiografía empieza a corregir el imaginario ancestral de sus ricas leyendas. Condenado a las tabernas, a la ley de vagos y maleantes, a la humillación del señoritismo, el flamenco inspiró a la música clásica desde el XIX, al jazz desde 1924 y al pop.
Del ghetto saltó a los cafés como el de Silverio Franconetti, o a los teatros de la mano de Antonio Chacón y a los estadios con Paco de Lucía y Camarón. Jamás tuvo fronteras aunque naciera en Andalucía pero, desde ayer, es más del mundo que nunca.
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