Este artículo se publicó hace 13 años.
El Prado reivindica su papel
La pinacoteca muestra la parte más frágil de sus colecciones en la exposición ‘No solo Goya', con los dibujos, estampas y fotografías del siglo XVII al XIX que ha comprado desde 1997
Hace más de 250 años la intimidad de Mariano Salvador Maella (Valencia, 1739 - Madrid, 1819) quedó atrapada en un cuaderno de 91 hojas, con dibujos a lápiz negro, sanguina y tinta parda a pluma, sobre los fogonazos de su paso por Italia. Entre sus primeras páginas hay una bellísima figura: Cabeza de un joven tocado con sombrero, que reproduce un fragmento de la pintura entonces atribuida a Annibale Carracci. Los aceites del lápiz de sanguina grasa se impregnaron con el tiempo en la página en blanco enfrentada al dibujo de la figura humana, creando una inquietante fantasmagoría.
La aparición del involuntario retrato borroso podría ser entendido como el reflejo del propio Maella, que en estas notas filtra el alma de sus pinturas, el primer paso de una composición, el ensayo del esqueleto de la obra. A los jóvenes instruidos por la rigurosa Academia se les indicaba antes de partir a sus estudios en Roma que llevaran "siempre consigo libros de memoria donde apuntar las obras más dignas" que encontrasen "en los templos, palacios, jardines y fuentes, y los adornos antiguos y modernos" dondequiera que los hallasen.
Los cuadernos son la vista y el oído del viajero curioso, pero también el testimonio y la prueba de la evolución de los intereses del pintor, como cada paso de los negativos lo son de los fotógrafos. En el conjunto de las adquisiciones que el Museo del Prado ha realizado en los últimos años ocupan un lugar destacado los cuadernos y álbumes de dibujos. "Un tipo de obras muchas veces olvidado por la historiografía y sobre todo muy maltratado por las prácticas del mercado, el coleccionismo e incluso por los propios museos, ya que con más frecuencia de la deseable se han desmembrado para individualizar cada una de sus hojas", cuenta José Manuel Matilla, jefe del Departamento de Dibujos y Estampas y comisario de la exposición No solo Goya, que hoy inaugura la pinacoteca hasta el 31 de julio.
"Su fragilidad lo condena a una vida discreta, dedicada a los investigadores", reconocía ayer durante la rueda de prensa el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza. El papel es débil y su exposición debe ser breve, pero en esta ocasión la institución ha querido reivindicar la importancia del dibujo como arte autónomo enseñando las mejores adquisiciones que ha hecho en los últimos 14 años. "No sólo hemos comprado dibujos de Goya", reconoce Matilla. "En estos años hemos adquirido cerca de 5.000 obras", y Zugaza apunta que han invertido aproximadamente seis millones de euros. "Es una cantidad que me parece poco en comparación con otros museos internacionales. Esta cantidad no dice nada porque hay obras que costaron una fortuna, como El toro mariposa de Goya", que también figura en la muestra.
Pequeña y exquisitaHan apartado del Gabinete de Dibujos y Estampas, ubicado en el nuevo edificio de los Jerónimos, 110 dibujos, estampas y fotografías, para configurar una pequeña y exquisita exposición que ayuda a entender el carácter y la intención de los artistas. Matilla matiza las intenciones de la pretensión de esta muestra: "El dibujo es un instrumento de trabajo como parte del proceso creativo, vehículo de reflexión y plasmación de las ideas artísticas, medio de observación de la naturaleza y análisis de la realidad, ejercicio de aprendizaje y, por supuesto, obra de arte con valor autónomo".
La colección de papel ha crecido a la sombra de la colección pictórica del museo, como reconoce su director, por eso no es Goya el único presente. A oscuras, se presentan las piezas más delicadas de Alonso Cano, Pacheco, Murillo, José de Ribera, Paret o Martín Rico, además del mencionado cuaderno de Maella.
"Un cuaderno en ocho años no es el fruto que se debería esperar de un artista que concibió el disegno como base de su actividad pictórica, demostrada a lo largo de toda su carrera mediante la realización de numerosos dibujos preparatorios", escribe en el catálogo interactivo el comisario de la muestra, que se puede consultar libremente desde la página web del Museo del Prado (www.museodelprado.es). "El mundo del libro digital está aquí y hemos dado el primer paso para la conservación y la accesibilidad. El Museo del Prado concede la libertad de descarga para difundir y dar a conocer las líneas de trabajo en las que actúa. No hemos escaneado nada de lo que no seamos titulares de sus derechos", añadió Matilla.
Otros pintores con cuaderno de viajes incluidos en el apartado son Cecilio Pizarro, Carlos de Haes y Martín Rico. De este último El Prado tiene un total de 41. Matilla reconoce que mostrar una página de uno de estos cuadernos es limitar su vida, pero apunta a que esto no es más que el principio de una serie de proyectos que ampliarán el contenido de cada uno de ellos.
Es preciso detenerse en la libreta de Carlos de Haes, el representante más notable de la pintura de paisaje de la segunda mitad del siglo XIX en España. Todos sus dibujos los hizo entre las páginas de esos librillos que el artista llevaba encima en sus continuos y largos viajes. Allí están sus característicos paisajes y rincones apuntados con un simple lápiz, como si utilizara una cámara fotográfica para luego llevar a lo grande en sus óleos. Esos recuerdos los acompañaba con anotaciones del lugar al que correspondían, con la intención de que la evocación no cayera en el olvido; más secretos, más cocina de artista.
El maestro está presente"Agradézcame usted mucho estas malas letras, porque ni vista ni pulso ni pluma ni tintero, todo me falta, y sólo la voluntad me sobra", se lamenta por carta, en un tono apocalíptico, Francisco de Goya a su amigo Joaquín María Ferrer, tres años antes de su muerte, desde su exilio en Burdeos (Francia). La carta, en la que expresa su mal estado físico y emocional, fue adquirida en 2009. El comisario ha incluido varios ejemplos de misivas, porque desvelan tanta intimidad como sus dibujos. De hecho, en una de ellas podemos ver algún que otro detalle escatológico.
"Llegó en efecto Goya, sordo, viejo, torpe y débil, y sin saber una palabra de francés, y sin traer criado (que nadie más que él lo necesita), y tan contento y tan deseoso de ver mundo", narra la llegada del pintor a Burdeos su amigo Leandro Fernández de Moratín por carta, en 1824.
De las ocho paradas en las que ha dividido el recorrido cronológico el comisario, la dedicada a los dibujos de Goya es otro de los puntos calientes. Ya se había enseñado El toro mariposa, el más caro de todos los presentes (comprado por Cultura al Museo en 2006 por 1.900.000 euros). "Goya consideraba el dibujo un medio expresivo de gran eficacia al servicio de su libertad creativa", escribe Matilla. Fueron concebidos para ser contemplados en la intimidad (el diseño del montaje expositivo lo permite), porque son la parte más privada de la obra del autor. "Y la de un contenido más directo, crítico y mordaz", reconoce el comisario. El Museo del Prado cuenta con medio centenar de esos dibujos, casi todos preparatorios para los grabados.
Otra referencia inevitable es el dibujo de Francisco Pacheco, adquirido el año pasado, dedicado a El juicio final (1610-1614), realizado en tinta parda a pluma, aguada y trazos de lápiz negro. Son 23 fragmentos de papel verjurado agarbanzado, adheridos a un segundo soporte de cartulina, y supone, según el especialista, el "más importante de cuantos se conservan del siglo XVII español". Un paradigma de la práctica del dibujo en la España del Siglo de Oro que estaba perdido y al que dedica varios capítulos de su Arte de la pintura.
El colofón de la visita lo pone la fotografía histórica que documenta los cambios que se han producido en el Museo del Prado, desde que abriera sus puertas al público en 1819.
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