Ramón Lobo, el maestro de reporteros que siempre llamó a las cosas por su nombre
Miembro destacado de la llamada tribu de los corresponsales de guerra, Lobo fue de uno de los mejores que ha dado el periodismo español en los últimos 50 años. Encaró el cáncer con humor, dignidad y entereza.
Jorge Otero Maldonado
Madrid-Actualizado a
"La muerte sólo es un problema si no has vivido", dijo recientemente el periodista Ramón Lobo, fallecido este pasado miércoles por un doble cáncer. La frase, pronunciada el pasado 25 de junio en una entrevista en la cadena Ser, resume la dignidad y la entereza con la que encaró la enfermedad durante el último año de su vida. Miembro destacado de la llamada tribu de los corresponsales de guerra, Lobo fue de uno de los mejores que ha dado el periodismo español en los últimos 50 años.
Ramón Lobo fue un maestro del reporterismo. Recibió galardones tan importantes como el Cirilo Rodríguez, el Premio Internacional de Periodismo del Club Internacional de Prensa y la Cátedra Manu Leguineche y estaba considerado como un "gran referente" para muchos jóvenes en este oficio del periodismo.
Como corresponsal de guerra, Lobo hizo bueno aquel viejo axioma de Ryszard Kapuściński que decía que los cínicos no servían para el oficio del periodismo: sus crónicas, reportajes y artículos rezumaban honestidad, ética y humanidad. Le gustaba llamar a las cosas por su nombre, incluso al cáncer. "Me revolveré en mis cenizas si dicen que he muerto tras una larga enfermedad. Tengo cáncer. Cáncer. El cáncer no es contagioso y la muerte tampoco es contagiosa", dijo en aquella entrevista en la cadena Ser.
Bregado en conflictos como los Balcanes, Chechenia, Ruanda, Sierra Leona, Irak o Afganistán, Ramón Lobo escribió sus vibrantes y emotivas crónicas durante veinte años para el diario El País y en ellas siempre persiguió, según dijo, "la credibilidad y la verdad". Sus textos siempre destacaron por su sensibilidad para reflejar las estremecedoras historias humanas que dejan las guerras.
Irónico, sarcástico y con un gran sentido del humor, especialmente del humor negro –y con talento para los chistes malos, tal como cuenta su íntimo amigo Guillermo Altares en el artículo de El País en el que se informa de su muerte, el obituario que mejor le retrata–, a Lobo le gustaba reírse y jugar también con la muerte, tal como demostró en aquella entrevista que le hizo Javier del Pino en la cadena Ser y en la que contó, con toda naturalidad y todo el humor del mundo, que se estaba muriendo y que eso ya no tenía remedio.
No hay más que acudir a su cuenta de Twitter, donde era muy activo, y repasar su timeline para percibir cómo hizo frente al cáncer. Nunca se rindió. Siempre decía que el lema de su vida era, como decía su madre, "no rendirse nunca jamás". "Tengo un problema médico que se llama cáncer. Voy a pelear. Soy del Real Madrid y lucharé hasta el último minuto", dijo el pasado mes de octubre en Twitter, cuando anunció que sufría dos cánceres simultáneos no relacionados entre sí en el programa de la SER A vivir que son dos días en el que colaboraba hace diez años.
Su carrera periodística es extensísima. Es recordado por su paso por El País, donde trabajó hasta 2012, año en el que fue despedido del diario por un ERE. Pero antes fue redactor jefe de Internacional en El Sol, pasó por los diarios económicos Expansión, Cinco Días y La Gaceta de los Negocios, y en Washington trabajó en La Voz de América y fue corresponsal para Antena 3 y Euskadi Irratia.
Además de reportero, Ramón Lobo fue columnista en varios medios –sobre todo tras su salida de El País– y escritor. Escribió libros donde dejó testimonio de su paso por numerosas guerras y conflictos. Ahí quedan El héroe inexistente, Isla África, Los cuadernos de Kabul o El autoestopista de Grozni, entre obras de ficción y ensayo. Escribir era su pasión y sólo pocas horas antes de morir terminó su último libro, que a buen seguro verá la luz en los próximos meses.
También escribió una autobiografía titulada Todos náufragos, en la que contó, además, la complicada infancia que tuvo a causa de un padre muy autoritario y falangista. En este sentido, Lobo se consideraba –recurriendo, como siempre, al humor–, "víctima de una transición mal resuelta, al igual que España".
Muchas veces dijo que, frente a ese autoritarismo paterno y político, encontró en el periodismo su "salvación". Desde los catorce años siempre quiso ser periodista, y encontró el sentido de su trabajo en contar historias de los que sufren dentro de las guerras y se sintió un privilegiado por hacer el relato de las víctimas de los dos lados. Una actitud que, según reconoció en la cadena Ser, le ayudó a gestionar mejor las emociones y su propia muerte, a la que se enfrentó con sus mejores armas: el humor, la inteligencia, la escritura y el periodismo al que tanto amó y que quizá también ha muerto un poco con él.
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