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Regresa 'Black Mirror', la serie que
te amargará el fin de semana

Desde hoy están disponibles en Netflix seis de los doce episodios que componen una tercera temporada que supera a sus predecesoras en número de capítulos, calidad, posibilidades y desasosiego provocado en el espectador.

Una imagen del primer capítulo de la tercera temporada de 'Black Mirror', 'Nosedive'. /NETFLIX

Había cierta inquietud por saber cómo le sentarían los cambios a Black Mirror. Si ese salto de Channel 4 a Netflix le habría hecho mutar de alguna manera convirtiéndose en una serie más complaciente, más cómoda de ver. O si habiendo tenido dos temporadas de solo tres episodios –algo muy británico por otra parte– su calidad se resentiría al multiplicarse hasta llegar a doce. Ni lo uno ni lo otro. Es más, podría afirmarse que la primera mitad de la tercera temporada –hay que recordar que los seis que desde hoy están disponibles en Netflix son solo un parte y que para el resto no hay fecha exacta más allá de que será el próximo año– es, probablemente, la más completa y equilibrada.

Es menos agresiva y brutal pictórica y verbalmente (no se encontrarán escenas comparables a la del cerdo o al discurso de Waldo), pero todos y cada uno de sus episodios están cargados de esa invitación a la reflexión, de esa incomodidad e incluso mal rollo que genera en el espectador que los ve y que son una seña de identidad de la ficción creada por Charlie Brooker. Netflix es su nuevo hogar, sí. Pero Black Mirror no es una serie para despacharla de un tirón en formato maratón. Es para verla pausadamente, con la mente despejada y en pequeñas píldoras. Digerir cada episodio no es sencillo. Eso no ha cambiado. Puede que ahora tengan más medios para su producción, pero la esencia permanece intacta.

Resulta complicado hablar de Black Mirror habiéndola visto y no desvelar demasiado de la trama. Algo que, por otra parte, sería contraproducente. Esta es una serie a la que cuanto más virgen se llegue, mejor. Mayor será el impacto y más profunda la reflexión. Lo que sí que se puede decir es que, como cabe esperar, la tecnología y el uso que se hace de ellas están presente a lo largo del discurso que esgrime Brooker, su creador, en cada capítulo. “Es una serie sobre personas y la tecnología como trasfondo. Empiezas a sentirte en un territorio conocido y rápidamente te darás cuenta de que no sabes dónde demonios estás”, analiza el británico en uno de los vídeos promocionales de Black Mirror.

Una afirmación que es la premisa de la que parte cada no de los seis nuevos episodios de una ficción ambientada en un futuro bastante probable en muchos casos, que para esta etapa que ahora se abre ha contado con algunos, no muchos, rostros conocidos por el gran público. Táctica que ya utilizó en su especial navideño, en el que participó Jon Hamm (Mad Men). Las caras y nombres que más sonarán de esta tanda, sobre todo a los habituales del cine, son el de Bryce Dallas Howard (Jurassic World) y Alice Eve (Star Trek: Into the Darkness), protagonistas ambas del episodio titulado Nosedive.

Quizá sea este, por contar con ellas dos como personajes principales y con Joe Wright (Anna Karenina, Expiación) tras las cámaras, un buen capítulo para adentrarse en la tercera temporada. Al no compartir tramas ni personajes, el orden de visionado no altera el resultado. En Nosedive Dallas Howard es una mujer que vive en su mundo rosa de sonrisas y felicidad que un día recupera el contacto con una antigua compañera de colegio a la que la vida le ha sonreído mucho más. La felicidad que se refleja es tan artificial y exhibicionista que asusta por lo fácil que es reconocer en los comportamientos de sus protagonistas el de gente del entorno de cualquiera o, incluso, de nosotros mismos en alguna ocasión.

Cada capítulo es independiente, con una ambientación distinta, una estética diferente, una banda sonora muy cuidada y un futuro nada irreal (alguna de las tramas de hecho podría transcurrir perfectamente en el presente) que comparten entre ellos el hilo conductor de la tecnología y el tratar al espectador como un ser inteligente capaz de sacar sus propias conclusiones. Aunque conviene remarcar que algunos incluyen una trampa o giro de guión hacia el final, como se quiera llamar, que no hacen otra cosa que aumentar más esa sensación de desasosiego que siempre ha ido asociada a Black Mirror. El más devastador, posiblemente, el de Shut Up and Dance junto con el de Men Against Fire.

Nosedive es solo el más representativo de cara al espectador por el reparto y el director, pero San Junipero marca la diferencia entre todos. El poso que deja no es el habitual. Quizá sea por la música elegida, o porque cuenta una bonita historia de amor, o porque demuestra que quizá hay lugar para la esperanza en según qué contextos. Sea como sea, la sensación al final no es tan angustiosa como en temporadas anteriores o con capítulos de esta misma tercera temporada como Shut Up and Dance, Men Against Fire, Hate in the Nation –episodio que sobrepasa la duración del resto y dura casi hora y media como los de las temporadas anteriores– y Playtest.

Dice Brooker que no querían que “todos los episodios fuesen constantemente desalentadores. Ahora bien, la desolación sigue ahí”. No le falta la razón a quien firma una primera mitad de temporada que no decepcionará y que como aliciente extra tiene el que cada capítulo toca un genero distinto moviéndose desde el drama romántico al thriller pasando por el bélico, el policíaco y el terror. Todos tan distintos y, sin embargo, armónicos en su conjunto. Black Mirror regresa tras tres años de un silencio solo roto por un especial navideño emitido en 2014 con más fuerza, más medios, más capítulos y más historias de futuros demasiado posibles para obligar al espectador a replantearse el presente.

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