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Robert Guédiguian: “Hay que dejar de escuchar a la élite”

El veterano cineasta se abandona a una “fantasía” marsellesa en ‘El cumpleaños de Ariane’, en la que mantiene los temas recurrentes de su obra. Protagonizada por su compañera Ariane Ascaride, se trata de una película que pone el acento en la “revolución individual”

El director francés Robert Guédiguian.- AFP

BEGOÑA PIÑA

MADRID.- La clase trabajadora, los expatriados, la marginalidad, la pobreza… las condiciones laborales cada vez más precarias, el fracaso de los sindicatos… una constante denuncia del capitalismo… son elementos recurrentes en la filmografía de Robert Guédiguian, un cineasta al que alguien calificó muy atinadamente como “un creador de pequeñas obras grandiosas”. Ahora, tras 35 años de lucha seria y meditada, forjada en el Partido Comunista, este conocido intelectual se ha permitido un capricho y se ha abandonado a la fantasía y al juego con ‘El cumpleaños de Ariane’.

“Todos los motivos y temas habituales de mi cine están también aquí. Y eso que intenté librarme de ellos, pero no pude. Está en mi naturaleza”, reconoce el director, que advierte desde el primer segundo que ésta es “una fantasía de Robert Guédiguian”. Una mujer, Ariane, espera en su casa perfecta a su familia perfecta el día de su cumpleaños, nadie aparece. Así decide subir a su coche, salir de su urbanización y perderse en la ciudad. Allí conocerá a un grupo de personas y con ellas el sentido del colectivo.

A principio “ella se siente como una pequeña capitalista”, explica el cineasta que, una vez más, desde una de sus películas insiste en lo que ha repetido cientos de veces: la esperanza está en la reconciliación de los trabajadores, en la reconciliación “de la gente pobre”. Ariane Ascaride, su compañera y su musa, es la protagonista de esta película, un pequeño paréntesis en la carrera del creador, que confiesa: “Tenía ganas de relajarme y de disfrutar”. Lo siguiente, ‘Una historia de locos’, ficción sobre el genocidio armenio rodada en Francia, Líbano y Armenia.

P: Ya en el mismo título avisa al espectador de que esta película es “una fantasía de Robert Guèdiguian”, ¿tan raro le parece incluso a usted?

Quería advertir al espectador inmediatamente. Los espectadores son inteligentes y creo que hay que decirles lo que vamos a enseñarles. No es bueno manipularlos, hay que ser francos. Esta película es una fantasía porque toda ella es un sueño. Hay un solo hilo, el de Ariane, no hay una dramaturgia ni un desarrollo clásico, no es una narrativa tradicional. Así que prefiero decirlo, pero al mismo tiempo que todo el mundo se dé cuenta de que es una película mía. Todos los motivos y temas habituales de mi cine están también aquí. Y eso que intenté librarme de ellos, pero no pude. Está en mi naturaleza.

P: ¿Por qué sintió la necesidad de ese cambio?

Las ganas de hacer cine no se me pasan, pero quería liberarme de las restricciones del relato normal y pensé que el equipo, el director artístico, el montador… se iban a divertir. Además los actores no tendrían que llevar tanto el peso del personaje. Al no ser una narración al uso, el actor se convierte en clown, se permite interpretar de otra manera, hacer lo que no hace en otras películas... Todo está permitido, esa es la idea de la película. Después de dos películas muy serias, tenía también ganas de relajarme, de disfrutar. Y para que el público lo pasara bien había que decirle: ven a jugar.

P: El sueño de Ariane llega al mismo tiempo que la decepción, ¿qué simboliza esa decepción?

Es una forma de decir, porque lo creo, que lo hay que hacer es dejar de escuchar a la elite, que nos hacen pensar que el mundo es una fatalidad. Todo puede ser revolucionario. Con lo más pequeño se puede cambiar mucho, con la relación con los vecinos, la familia, el trabajo… No aguanto más la racionalidad objetiva, que es lo que nos propone el mundo occidental. Ese es el mundo planificado donde vive Ariane. Estoy seguro de que ella compró esa casa en la que vive sobre plano. La idea es: dejemos los planes en los que nos quieren meter, salgamos del plano dominante y dibujemos los nuestros propios. Desde ese universo tan frío, incoloro, de gente sin rostro, va a ir al calor, a la anarquía, al desorden… porque la vida es eso.

P: Con esta historia lo que dice es que hay que seguir, hay que luchar, ¿podría decirse que es una película contra la pasividad?

Sí. Y aunque la lucha es colectiva, en el sentido individual, hay que ser revolucionario a diario, hay que ser inconformista. Esta película pone el acento en la revolución individual, no en la colectiva. Pero también busco el momento colectivo, que no es nada frecuente.
En España, con la crisis surgió el 15-M, un movimiento colectivo poderoso y de allí salieron organizaciones como ‘Podemos’…
Todos los partidos clásicos han fracasado. En Francia pasa lo mismo que en España. ‘Podemos’, aquí, es un movimiento que intenta llegar a algo, participativo… Yo también busco en ese lado.

P: En Francia lo que no es igual es el apoyo decidido a la Cultura desde el Estado, sin importar el color del gobierno, ¿conoce la situación aquí?

Más o menos. El desinterés por la cultura, creo, desde luego, que conduce a una pérdida de identidad muy fuerte y que puede sumir a la gente en una crisis peor. Las crisis no son solo económicas, son sociales y también de modos de vida, y culturales, en el sentido más fuerte del término. La cultura del pueblo, esa es la que está amenazada si el Estado no se preocupa de esa cultura. Es posible que se provoquen repliegues, que la gente vuelva a su rincón… Si no hay suficiente alimento cultural, la gente tiene la tendencia a replegarse en las cosas más estrechas, más cerradas… en volver al pueblo y en estar mucho menos abiertos al mundo.

P: ¿Los nacionalismos son entonces un repliegue?

Sí. En España, la reivindicación catalana me parece muy ambigua. La cultura define la libertad y la apertura al mundo. La ausencia de cultura hace que regresemos, nos hace más pequeños. Por otro lado, lo del IVA aquí ha sido un desastre total. En Francia seguimos aguantando, tenemos más suerte que aquí. Hace tiempo la gente luchó allí para que todo siguiera como está… y los nuevos cineastas también son muy combativos.

P: La idea de colectivo no solo es que esté presente en sus historias, es que ha sido siempre su forma de trabajar. ¿Su equipo sigue siendo igual de compacto?

Lo pasé mal con las primeras películas, entonces la tropa que se formó se convirtió en el equipo, somos un grupo ideológico y artístico. Al 90 % pensamos lo mismo. Y el equipo es el que ha permitido que se hicieran las películas. En el siglo XV y XVI había un jefe de tropa de teatro, mi función también es ahora esa, ocuparme de las finanzas y recoger todo lo que ellos producen. En cierto modo, la gente con la que trabajo, si escribiera, escribiría lo mismo que yo. Son coautores.

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