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Roma: perros, gatos y tortugas también comulgan en la iglesia

En el país con forma de bota habitan 60 millones de personas que comen pasta al menos una vez al día. Es el país con más Patrimonio Artístico declarado

SANDRA BUXADERAS

El fenómeno tiene lugar en la iglesia con la cúpula más bella de Roma, aunque no tenga el pedigrí ni la grandeza de san Pedro del Vaticano ni esté coronada con una linterna extraordinaria como la de san Ivo la Sapienza. La de san Giovanni de los Florentinos es el triunfo de la belleza de lo simple, de lo equilibrado, de lo sutil.

Y tan callado prodigio artístico acoge también una espiritualidad de rompedoras aguas quietas: sus feligreses acuden a comulgar en compañía de sus gatos, de sus perros y, en ocasiones especiales, hasta de sus tortugas y sus peces.

Los judíos celebraban la Pascua el viernes habiendo sacrificado este animal, pero ese día Jesús no estaba en ninguna mesa

El católico o turista despistado que se adentre en esta iglesia al interior mucho más barroco puede quedarse de piedra si, en pleno servicio eucarístico, encuentra un grupo de jóvenes con media docena de perrazos que no sólo se sientan en las primeras filas, sino que ni siquiera se separan de sus animales para acudir a tomar el pan sagrado ante el altar.

Hay que reconocer que los insólitos parroquianos son feligreses aplicados: se les ve acostumbrados a la rutina dominical y siguen atentos a la liturgia sin interrumpirla más que con algún ladrido esporádico.

La escena tan poco habitual no tiene nada de folclórico, sino que se enraíza en una concepción espiritual muy acorde con la iglesia que la acoge: la de la armonía de todos los seres de la Creación. Si hay un paraíso, es para todas las criaturas.

Esta visión la introdujo en los años ochenta Mario Canciani, un cura con ideas que hoy día podrían parecer innovadoras, pero que para él no eran sino una vuelta a los orígenes. Su inspirador no es tan sólo San Francisco de Asís, quien llamaba 'hermano' al sol, a la luna, al lobo y a la oveja.

La comunión con los demás seres provendría de la Biblia: de los profetas vegetarianos del Antiguo Testamento, como Daniel, pero también del mismo Jesús. Porque Canciani era un gran difusor de una teoría casi desconocida para el gran público pero que fue aceptada como probable por el Papa Benedicto XVI en 2007: Jesús no comió un cordero en la Última Cena. Los judíos celebraban la Pascua el viernes habiendo sacrificado este animal, pero ese día Jesús no estaba en ninguna mesa, sino sufriendo en la cruz, como si fuera él el cordero del sacrificio.

Y aún así, los Evangelios recuerdan que celebró la Pascua. La teoría a la que dio crédito el mismo Papa es que Jesús siguió la celebración bajo el rito de los esenios, una minoría judía vegetariana, que la celebraba el día anterior, jueves.

La arqueología ha documentado que el cenáculo se halla, además, en el barrio de Jerusalén habitado por los esenios.

Canciani dedujo de este gesto de Jesús en la cena más importante de su vida, un rechazo a comer carne. 'Cristo era vegetariano y todos los fieles deberían imitarle. Es inútil que pronunciemos el cordero de Dios y luego corramos a comérnoslo'.

Su mensaje caló tan fuerte en la parroquia que, cuando Canciani murió en 2007, su sucesor, Luigi Veturi, no tuvo más remedio que seguir con la tradición animalista, aunque, como ha explicado a Público, no ha conservado los aspectos más 'personales' de su predecesor. Aún así, permite que los animales se acerquen al altar en busca de su pedacito de Paraíso.

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