Público
Público

Saramago, un utópico pesimista

El escritor luso plasmó en su obra un pensamiento muy crítico con el ser humano, las injusticias y la fatalidad de la muerte

EFE/PÚBLICO.ES

Creador de uno de los universos literarios más personales y sólidos del siglo XX, José Saramago supo aunar su vocación de escritor con su faceta de hombre comprometido que nunca cesó de denunciar las injusticias que veía a su alrededor o de pronunciarse sobre los conflictos políticos de su tiempo.

Esa capacidad crítica le hizo ser absolutamente pesimista con el devenir del mundo, con raza humana y con las circunstancias que han ido creando la historia de nuestro mundo. Saramago tenía la convicción de que el ser humano era imperfecto por naturaleza y por ello cruel, desvalido e indefenso.

Y Dios, lejos de tener una imagen de padre bondasoso, se convierte en un ser alejado de su creación, incapaz de compadecerse de las penurias  e injusticias que viven millones de personas.

Sin embargo, ese pesimismo no era pasivo. Saramago conocía los defectos del ser humano y meditaba sobre sus posibles salidas, sobre la solución a su existencia. En numerosas ocasiones, esa solución pasaba por la muerte, una muerte liberadora. Todo ese pensamiento fue el que irradió a lo largo de toda su obra. Una unión de pensamiento y escritura que desembocó en una de las literaturas más desgarradoras, coherentes y humanas de la historia.

'Saramago vive como escribe, tan lúcido e íntegro en sus libros como en los días de su vida', dijo en una ocasión la novelista colombiana Laura Restrepo al resumir 'la clara impronta de humanidad' que emanaba de la figura y de la obra del escritor portugués.

Persona de firmes convicciones, capaz de 'estar al lado de los que sufren y en contra de los que hacen sufrir'; 'hombre de una sola palabra, de una sola pieza', como lo definió su mujer, la periodista española Pilar del Río, cuando en 1998 le dieron el Premio Nobel, éste reconocía siempre que él no tenía poder para cambiar el mundo, pero sí para decir que era necesario cambiarlo.

Y lo decía en ese 'espacio literario enorme' que para él era la novela, en la que, con su habitual modestia, aseguraba no haber 'inventado nada'.

'Sólo soy alguien que, al escribir, se limita a levantar una piedra y a poner la vista en lo que hay debajo. No es culpa mía si de vez en cuando me salen monstruos', afirmó en el 97, con motivo de uno de sus múltiples doctorados 'honoris causa'.

Sus viajes por los cinco continentes le servían también para animar a los oyentes a reaccionar ante el mal funcionamiento del mundo, 'a indignarse, a no quedarse en esa especie de inercia de rebaño' que caracteriza al hombre actual.

'Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan se puede decir que nos merecemos lo que tenemos', aseguraba Saramago en junio de 2007.

Militante comunista durante buena parte de su vida también criticó con dureza a la izquierda: 'Antes, caíamos en el tópico de decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda'.

En innumerables ocasiones Saramago había pedido un debate en profundidad sobre el sistema democrático, convencido como estaba de que el verdadero poder no reside en los gobiernos sino en las multinacionales. 'Hablar de democracia es una falacia', solía decir.

Saramago hace tiempo que se convirtió en referencia imprescindible de la narrativa europea, y así lo reconoció la Academia Sueca cuando le otorgó el Nobel por haber creado una obra en la que 'mediante parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía, nos permite continuamente captar una realidad fugitiva'.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?