Este artículo se publicó hace 13 años.
Lo que sea menos cortar la cabeza
La fotografía cambia de manos y pasa a ser de niños desfavorecidos que retratan la cruda intimidad de Latinoamérica.
Alos 23 años Eugenio Alfonso cogió los huesos de su madre muerta y los limpió. No tenía dinero para seguir pagando la tierra santa en la que descansaba y le llamaron los operarios del cementerio para avisarle de que tenían una caja con los restos de su madre que llevarían al osario. Eugenio se acercó, los pulió y fotografió. Él tenía una relación muy especial con su madre, explica Moira Rubio, su profesora, su maestra, la primera persona que le puso una cámara entre las manos y le dio la oportunidad de enseñar sus entrañas al resto del mundo.
La situación de Eugenio es como la de los cerca de 2.000 alumnos, de entre 10 y 20 años, que pasan por los talleres del grupo PH15, que trabaja desde hace diez años con los chavales de Ciudad Oculta de Buenos aires, "un barrio de bajos recursos, con vecinos con problemas nutricionales, sin gas, sin agua potable, sin recogida de basuras". Olvidados. Pero las cámaras que les prestan sus profesores para retratar la intimidad de una vida cruel en los márgenes les han dado valor. "La fotografía les ayuda a pensar en un mundo mejor, en la posibilidad de escapar de la situación deprimente en la que han nacido y en la que se sienten atrapados. Encaran sus problemas de otra manera", cuenta Moira.
Rubio: "La fotografía les ayuda a pensar en un mundo mejor, menos deprimente"
Habla de autoestima, pero también de toma de conciencia de la denuncia. Reconoce que los chicos cambian, que no son los mismos después de entregar su primer rollo de película. Sí, todavía trabajan con material analógico porque es el menos peligroso: "Nadie quiere robar una cámara compacta básica. Si trabajáramos con digitales sería realmente peligroso para los chavales que se mueven por el barrio fotografiándolo", asegura. Es una cuestión de prevención, no de estética.
Los alumnos reconocen en la cámara de fotos una herramienta de denuncia, pero también un objeto sin reglas, sin prejuicios ni pretensiones artísticas. Hacen encuadres increíbles, giran la cámara, no se limitan ni les limitan para que "vuelen lo más posible". "El primer rollo es el mejor de todos", recuerda Moira, porque después de la primera clase se llenan de prejuicios y todo cambia. "La única norma que les imponemos es que está prohibido cortar las cabezas", añade la fotógrafa norteamericana Nancy McGirr, la pionera en Latinoamérica en trabajar con los niños de los barrios pobres.
Nuevos artistasSon el testimonio del país, sin filtros, con la complicidad de los sujetos sin recursos
Lleva 20 años entregando cámaras en Guatemala con la intención de que la conviertan en una herramienta para ser ellos mismos. Fotokids es una fundación apoyada por el dinero que recibe de Holanda, EEUU y Reino Unido, sobre todo, porque no quiere tener nada que ver con el dinero político del país. Llegó a Guatemala hace dos décadas para cubrir la guerra para Reuters y pasó de observar a actuar con la población. Ella, junto a Moira y la Agencia do Morro de Brasil, han pasado por el CaixaForum de Madrid, en el marco de Trasatlántica de PHotoEspaña, para hablar del ejercicio de una nueva fotografía: la que está en manos de la población, no en las de los fotógrafos.
Nancy también habla de orgullo y autoconfianza, pero también de extorsiones. Quiere adelantarse al reclutamiento de las maras, por eso empieza a hacer fotos con niños de 5 años. A los 8 ya eres de un grupo. Su fundación es una pequeña isla en medio del infierno. Hace poco ha tenido que ir al entierro de uno de sus alumnos de 14 años, porque su primo había cruzado los límites del territorio de su mara y eso se paga con sacrificio. Señaló a su pariente y le acribillaron con cinco tiros en la cara.
Con sus alumnos ya han expuesto fotografías en 14 países, pero no les deja salir a la calle con cámaras digitales. Como Moira en Buenos Aires. "En Guatemala te matan por un móvil. No voy a hacer de los chicos un blanco", asegura, mientras explica que la cámara compacta que utilizan la llevan escondida y siempre trabajan en grupo por las calles, para evitar situaciones difíciles como la de un asesinato delante de sus ojos.
Ellos son el testimonio directo del país, sin filtros, con la complicidad de los sujetos sin recursos, porque son ellos mismos. Les interesa la intimidad de la pobreza, empiezan retratando a sus familias, luego a sus vecinos hasta que cambian y "empiezan a pensar en el arte de la fotografía buscando su estilo". Recuerda cómo Linda Morales acabó marchándose a Uganda con 18 años para documentar la guerra y a sus desplazados. "Hay niños que tienen el fuego dentro y no sueltan la cámara".
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