Este artículo se publicó hace 14 años.
La subversión exagerada de Álex de la Iglesia
Balada triste de trompeta no va de circo. Ni de payasos, porque ellos sólo son el símbolo de todos nosotros. Ni de elefantes y trapecistas, aunque sí, en la película haya de todos ellos. Balada triste de trompeta va de España, "del país intransigente que no es capaz de sacar sus juguetes sucios a la mesa", tal y como recalca su director, Álex de la Iglesia. También habla del amor loco que conduce enfilado a la tragedia. Y de la hipérbole, de la necesidad, en tiempos tibios, de la exageración, de los grandes sentimientos y los grandes gestos. "Lo subversivo hoy es exagerar", confesaba a Público De la Iglesia, cuyo filme llega el viernes a los cines.
La última y premiada película de Álex de la Iglesia (León de Oro al mejor director, y mejor guión en la Mostra de Venecia) es la guerra. La comedia bizarra definitiva de un autor que ha ido amasando un mundo donde lo grotesco se da la mano con el amor, la locura con la ternura, lo siniestro con el humor. La película es una alucinación terrible en la que dos payasos (las dos Españas y las dos caras del ser humano, la tonta y cruel, y la triste y vengativa) se enfrentan a muerte por un amor (el de una trapecista) que los llevará a todos a la destrucción en el lugar que encarna la destrucción española: el Valle de los Caídos.
La película arranca por todo lo alto en la Guerra Civil y salta rápido y violentamente a 1973, aquellos años que el director vivió como una alucinación. "Lo recuerdo como una pesadilla. Todo a mi alrededor era divertido y a la vez terrible y angustioso. De pronto, el Presidente del Gobierno saltaba por los aires como si fuera un número de circo", recuerda.
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