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El topo: un James Bond de oficina

Gary Oldman y Colin Firth analizan las claves de la película, adaptación de una novela de John le Carré sobre la caza de un espía infiltrado en la inteligencia británica

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Para alguien que se ha pasado la vida fundiéndose en sus personajes, hasta el punto de ser totalmente irreconocible, Gary Oldman es sorprendentemente sencillo y asequible. El hombre que interpretó a Drácula, Sid Vicious, Sirius Black (Harry Potter), Mason Verger (Hannibal), Beethoven, Zorg (El quinto elemento) o Lee Harvey Oswald resulta ser un tipo bastante dulce y campechano. En su última película, El topo, donde encarna al mítico agente George Smiley, en la nueva versión del clásico de John le Carré dirigida por el sueco Tomas Alfredson (Déjame entrar), Oldman vuelve inolvidable a un espía cuya misión es que nadie se acuerde de él.

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Esta vez no tuvo que transformarse mucho. Parece más joven en persona, con el discreto bigote de otro de sus personajes, el teniente Jim Gordon (en el momento de la entrevista estaba rodando la tercera, y aparentemente última entrega, de Batman, bajo las órdenes de Christopher Nolan). "Me tiñeron el pelo de gris y sobre todo fueron las gafas. Las gafas de Smiley son como el Aston Martin de Bond. Y luego gané peso, lo llamé comer para George', porque podía tragar cualquier cosa. Quería parecerme a un señor jubilado de mediana edad".

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"Las gafas de Smiley son como el Aston Martin de James Bond"

A sus 53 años, Oldman dice que no se siente muy a gusto cuando le llaman camaleón: "Lo divertido de esta profesión es interpretar a gente muy distinta, y es irónico que una de las personas que más me influyó fue Alec Guinness". El veterano actor británico que hizo la versión televisiva de El topo en 1979, considerada hasta ahora insuperable, "fue la cara de Smiley durante generaciones, y era alguien que podía interpretar un número increíble de personajes".

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Lo suyo, explica Oldman, es un don. "Tengo una facilidad para transformarme. No quiero vanagloriarme, es sólo algo que siempre he hecho. Cuando era pequeño me encantaba imitar a otras personas".

La nueva versión cuenta con un reparto de campanillas. Están casi todos los mejores actores británicos: John Hurt, Colin Firth, David Dencik, Tom Hardy y Toby Jones. Y aunque el filme sigue escrupulosamente la época que retrata el libro se publicó en 1974 no se centra tanto en la Guerra Fría sino en los espías que la vivieron. En el mundo de secretos de su profesión en el que ahogaban sus vidas.

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"Se centra más en los valores humanos que en la guerra en sí"

"Fue la vulnerabilidad y la soledad de los soldados de la Guerra Fría la que me dio ganas de dirigir la película", dice Tomas Alfredson, "que se centra más en los valores humanos, amistad, lealtad, traición, que sobre la guerra en sí". Colin Firth, que interpreta a uno de los colegas de Smiley en Circus (el Circo, el nombre usado por Le Carré, antiguo miembro de la inteligencia británica, para describir el MI6), confirma: "Todos tenían una vida alternativa, todos llevaban una máscara por una razón u otra. Es una narración sobre la soledad, masculina en particular, y el miedo a la intimidad de esta gente".

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El topo se basa en parte en las vidas de Kim Philby y Guy Burgess, dos de los Cinco de Cambridge que vendieron secretos a la Unión Soviética. "Ninguno por lucro personal", añade Colin Firth, "todos venían de entornos privilegiados, muchos eran gays, lo que les obligaba a esconder su vida, y lo dieron todo por un sistema totalmente distinto en el que crecieron. Y hay que preguntarse porqué. Para espías de esa generación, la lealtad auna ideología o una causa precedía a la nacionalidad. Le Carré no lo idealiza en absoluto, porque sus traiciones costaron la vida de mucha gente".

"Usé mi propia melancolía para entender a George Smiley"

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Le Carré participó en el guión, escrito por Bridget O'Connor y Peter Straughan, y es uno de los productores ejecutivos. Incluso hace una breve aparición en una fiesta de Navidad de la agencia, interpretando como él mismo describe a un "viejo bibliotecario gay". Cuando se entrevistó por primera vez con el novelista, cuenta Alfredson, "me dejó muy claro que no quería que simplemente filmáramos el libro o hiciéramos un remake de la serie de televisión, y me dijo que podía llamarle cuando quisiera. Creo que he cumplido sus instrucciones".

El director reconoce que GaryOldman no fue el actor en el que pensó en un principio y estuvo seis meses barajando todo tipo de opciones: "Hubo un momento en que casi nos dimos por vencidos hasta que por fin me decidí por Gary. Fui a Los Ángeles a verle y conectamos muy bien. Es el tipo de actor que tiene tanta experiencia que se atreve a no hacer mucho".

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"Muchos de los espías eran gays, lo que les obligaba a esconder su vida"

Para meterse en la piel del personaje, Gary Oldman busca una idea, una sensación en la que vertebrar su interpretación. "Con Smiley, me imaginé a alguien que pudiera perfectamente adaptarse a las circunstancias, casi regular su temperatura corporal y los latidos de su corazón. Smiley es el perfecto espía, alguien que desaparece. De ahí la inmovilidad. Pero también puede ser un sádico, puede ser mezquino y cruel cuando quiere información. Y también masoquista, porque acepta que su mujer le ponga los cuernos sin decir nada. Yo me he metido en relaciones complicadas de ese mismo estilo. En las que uno es la víctima voluntaria de una relación y aceptas a la gente, hasta el momento en que te preguntas si no te mereces más que eso. Así pude entender los sentimientos de Smiley, usé mucho mi propia melancolía".

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De su colaboración con Le Carré, Oldman cuenta que le preguntó sobre todo cómo era trabajar de espía. "Si eres policía persigues a los sospechosos y los detienes. Pero en el mundo del espionaje, lo que quieres es atraerlo a tu bando. Aunque haya matado a gente, no le encierras. Me cuesta imaginar lo que puede ser. John hablaba del nivel de paranoia en el que vives cuando ejerces esa profesión y esperas a ser descubierto en cualquier momento. John es fantástico, tiene 80 años, pero tiene la energía de un hombre de 25, una increíble memoria y no para de hablar y hablar. ¡No había forma de hacerle callar!", zanja Gary Oldman.

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