Este artículo se publicó hace 13 años.
Vademécum
El Ministerio de Cultura es el único ministerio que carece de galería de retratos de los titulares del departamento, detalle que no sé si es mejor o peor, pero que sin duda tiene su significado y para mí es el siguiente: nunca han tenido sus responsables (socialistas, puesto que el Ministerio de Cultura fue suprimido con el PP) voluntad de permanecer y mucho menos de eternizarse entre esas paredes. Lo cual me parece bastante saludable, dicho sea de paso.
Por lo tanto, al ocupar el despacho de la Plaza del Rey, se carece de la referencia de los antecesores, aunque sólo sea una referencia simbólica de unos rostros al óleo.
Su despacho sólo tiene dos diplomas de Hollywood a sus nominaciones
Como no existen manuales para ser ministro y es un empleo tan excepcional, busqué mis referencias y corrí a comprar Federico Sánchez se despide de ustedes, que se convirtió así en un vademécum. Lo tengo sobre la mesa, siempre a mano, como un cowboy su revolver, lleno de subrayados, y también ha venido esta tarde conmigo a París para despedir a su autor en su casa. No me decepcionó. Todo fue y me sigue siendo útil. Desde sus razones para aceptar el cargo: "La política, a fin de cuentas, sólo es un trabajo sobre el lenguaje (...) todo gira en torno al lenguaje. El verbo estuvo en el comienzo y estará en el fin de la política. ¿Cómo podría un escritor desinteresarse del poder?"; hasta sus reflexiones sobre la pertinencia de una revisión de nuestra memoria histórica, como siguiente paso si queríamos alcanzar una democracia parlamentaria sólida y madura, después de la amnesia pactada, voluntaria y positiva de la Transición, pasando por sus observaciones sobre los escoltas, el protocolo, la burocracia y las rigideces del aparato administrativo, la dinámica de un Consejo de Ministros, el recordatorio de que el edificio del ministerio fue un banco construido sobre un circo o su visionaria percepción de la tecnología y la masificación de la difusión de la cultura que aún estaba por llegar.
Que un escritor llegue a ocuparse de política por lo tanto quizá no sea tan exótico, pero que un guionista llegue a ministro o ministra lo es un poco más. Hoy en el despacho de Semprún en su casa de París, rodeada de sus libros en unos instantes de recogimiento merced a la generosidad de su hija Dominique y su nieta Cecilia, me ha conmovido comprobar cómo en las paredes atestadas de libros, el único espacio libre sobre el dintel de una puerta era ocupado por dos diplomas enmarcados. Modestamente enmarcados. Eran las dos escuetas muestras, digamos, de vanidad en toda la vivienda. Me he acercado. Eran los certificados expedidos por la Academia de Hollywood a sus dos nominaciones como guionista. Por Z y por La guerra ha terminado. He pensado, ser guionista es un oficio duro. He pensado, Semprún estaba orgulloso, quizá divertido también de haber alcanzado esa distinción. No había rastro alguno de su experiencia de ministro, apenas una foto con Felipe González, por amistad y por afecto, no por el cargo. Pero estaban los dos diplomas.
Es también otra hermosa enseñanza de Jorge Semprún con la que, creo, voy a quedarme. Y una suerte de retrato.
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