Este artículo se publicó hace 13 años.
"Yo soy de Velázquez"
El pintor realista tendrá una gran retrospectiva en el Museo Thyssen-Bornemisza a finales de junio, que está llamada a ser la cita más popular de la temporada de exposiciones de este año
El agua de cebada se hace con mucho azúcar moreno y se toma muy fría. Antonio la bebió mucho de pequeño. Cuando "el niño estaba malo", le daban como reconstituyente este "pan líquido". Primero se tuesta el grano, no demasiado, y se echa al agua junto con el azúcar para que cueza. Luego, unas cortezas de limón y listo. Caliente es fuerte como la pócima gala. A sorbos cortos, habla más de Velázquez que de su exposición a finales de junio en el Museo Thyssen, la gran cita artística del año.
Mientras Antonio López charla, la cebada aflora como la raíz que le mantiene agarrado a la planicie de Tomelloso (Ciudad Real), donde nació hace 75 años y de donde se marchó a los 13. La cebada también es una de las cosas que comparte con el maestro sevillano del Barroco. "Es que es de por aquí, seguro que hasta tenía acentazo andaluz. Tengo muy buena relación con él. Yo soy de Velázquez", dice para aclarar que son sus temas o sus personajes los motivos que le enraízan con él, más que con Vermeer, pintor para el que tampoco tiene malas palabras: "Es el primero que trabaja de una manera independiente. Por eso al morir encontraron todos sus cuadros junto a él".
"Siento aprensión cuando pienso en ir al Museo Reina Sofía, lo temo"
"Velázquez fue un hombre de una mirada muy libre y de una naturaleza muy fuerte. Da gusto tenerle de compañero, es un paisano reconoce con una gran sonrisa. Era muy seguro de sí mismo y las obviedades y las simplezas no las tenía en cuenta. No variaron su trayectoria. A López le gustaría parecerse, sobre todo, al Diego Velázquez hombre. Y hacerse con una gran coraza en la que rebotaran todas las puntas envenenadas. Por eso es tajante y vehemente cuando escucha algo que no le gusta, cuando le parece que se generaliza: "De La Gioconda no puedes pensar que tiene espalda, imposible, pero Velázquez, sí, todo en él tiene volumen".
Mientras prepara el agua de cebada en el infiernillo de la cocina de su estudio, habla de amor, de la verdad y del criterio. Del primero dice que la carne se acaba, pero que hay algo que queda. De lo otro, se extiende más. Para empezar, la historia del arte es una lucha de criterios, donde la verdad es un rastrojo que cada cual usa a su gusto. Esa verdad duele. El maestro realista dice que no hay duda con los grandes como Leonardo, Miguel Ángel o Vermeer. Nadie cuestiona su genialidad. Pero los criterios se enzarzan en el resto, desde Velázquez a Goya y por supuesto también en su trabajo.
Todavía siente que el mundo del arte le mira como a un extraño, como si fuera un pintor al que le han regalado su talento. De hecho, la del Thy-ssen será la primera gran retrospectiva del pintor que se lleva mejor con sus árboles y sus gatos que con el mundo. Han pasado 18 años desde que el Museo Reina Sofía le dedicase su antológica más completa y desde entonces ni una línea más. "Siento aprensión cuando pienso en ir al Museo Reina Sofía. Temo las mutilaciones que se hayan podido hacer en la nueva revisión de la. Es una tarea difícil la de estas personas que eligen y seleccionan. El museo no es su casa, pero tienen que decidir qué es lo mejor. Yo en su caso actuaría con mucha generosidad, porque hasta Dios puede equivocarse. Todo eso crea dolor y frustración. El arte, como la vida, es conflictivo", cuenta afectado.
"El Coloso' es de Goya, nadie era capaz de hacer algo así"
Si pasara hoy por la cuarta planta del museo, en la sala dedicada a las Imágenes de España. Academicismo y clasicismo en los cincuenta, comprobaría que hay un dibujo, una pintura y dos esculturas que llevan su firma, dentro de la tradición realista que comparte con Pancho Cossío y Carmen Laffón. Perocomo él mismo dice, para atajar y saltar a otro tema, "de lo malo no se habla si uno está vivo y con buena salud". Pero Antonio tiene aspecto de cansado. Pinta con la luz de la mañana en la esquina de Gran Vía con Alcalá y con la de la tarde en el edificio de España. Pasa frío, pero lo prefiere al sol de agosto. Le cuesta mucho hablar de sí mismo a las claras, hasta que uno entiende que cada referencia que hace es para camuflarse detrás de ella. Como si se escondiera entre sus limoneros, albaricoqueros, naranjos, un pino y membrilleros.
El problema es el criterio
Vuelve al criterio en la historia del arte y lo define como "argumentos personales", los mismos que han arrebatado la autoría de El Coloso a Goya. De sobra es conocido que él junto a otros pintores, como el profesor José Manuel Pita Andrade, visitaban la pintura con admiración. "Para mí sigue siendo de Goya. Nadie era capaz de hacer algo así entonces", y habla de los talleres y de Ascensio Juliá, el discípulo al que nadie señala pero todos apuntan, y dice que esa insinuación es imposible, que es incapaz de seguir en esos términos al autor de las Pinturas negras. "A los pintores siempre nos ha gustado ese cuadro. Cuando vaya al Prado, volveré a verle".
Esta mañana ha trabajado en unas fachadas de la Gran Vía, desde el despacho de un bufete de abogados que le han cedido una sala desde la que mira a la calle. No encuentra problemas, la gente le ayuda con lo que necesita. En realidad molesta poco, caballete y maleta con óleos. Habla del chispazo sobre esas fachadas, de lo inanimado. Le sobra todo lo demás, los coches, las personas, las prisas. El movimiento no le interesa, porque en la urgencia no encuentra la energía de lo inanimado que trata de pasar al cuadro. Esa es la clave de su pintura. "Trato de evitar el movimiento y centrarme en lo inanimado. Si no, no podría pintar. El movimiento era el motivo de Van Gogh, no el mío".
A Antonio López le pasa lo que a los poetas, que deja las ideas para después. Lo primero, las sensaciones, las imágenes. "Luego todo lo demás". Sin embargo, a diferencia de la mayoría de ellos, él reconoce que trabaja pensando en ofrecer sus hallazgos a los demás. "Hago las cosas para los demás. No hay nadie que no haga las cosas sin dedicárselas a alguien, ni siquiera un eremita, que se aísla para su Dios".
Es un trabajador del gusto ajeno que encuentra en el aislamiento la mayor de las crueldades de los otros. "La soledad es terrible, pero no cuando pinto. La soledad mía como trabajador es inevitable y no es una mala soledad. Otra cosa es que los demás te abandonen", explica. Antonio López avanza a golpes de alegría y melancolía, reconoce en la vida su hermosura y su dureza, asume su trabajo en libertad con el sometimiento al criterio de los demás cuando lo expone y encuentra en su actividad una fuente de equilibrio. "Porque mi profesión me pone en contacto con cosas importantes. Me hace mejor. Pero no, tranquilo no soy. Si acaso un falso tranquilo, pero, digo yo, ¿quedan tranquilos?".
Compara continuamente a la ciencia con el arte. Valora a los científicos: "Ellos son los que deberían hablar y no nosotros". Pero asegura que en el arte las cosas no son superables cuando se acierta y ahí señala la diferencia con ellos. Porque en el arte lo más importante son siempre los aciertos. Un artista, según Antonio, no tiene muchos de esos, pero pueden suceder cuando menos se espera. "La dama de Elche, por ejemplo, no se ha hecho una escultura mejor en España. Eso es lo maravilloso del arte. El arte no es aprendizaje, sino destino. Si a los 25 años no has acertado ya no lo harás".
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