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Venganza en el mar de los atunes

La catedrática Rosa Navarro Durán atribuye la segunda parte de El Lazarillo de Tormes a Diego Hurtado de Mendoza

JAVIER FRESÁN

Cuando el antropólogo Marc Augé llamó a los aeropuertos 'no-lugares', difícilmente podía imaginar que la vida de Rosa Navarro Durán daría un vuelco en el del Prat. Durante treinta años, esta catedrática de la Universidat de Barcelona había explicado en clase a sus alumnos que el segundo libro más importante de la literatura española, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, era una obra llena de misterios.

Se había publicado anónima, no sabemos en qué año se compuso, y cuesta creer que la Inquisición se apresurara a prohibirla si, como nos han contado, no es más que la historia de un pobre pícaro al que sus amos matan de hambre. Sin embargo, lo que necesitaba la profesora Navarro Durán para acercarse a la solución de estos enigmas no era una biblioteca en la que releer sus notas, sino solo un 'no-lugar' donde poder interpretar el texto libremente.

Estas investigaciones saldrán publicadas en breve en la prestigiosa Biblioteca Castro

Eso fue lo que encontró en el año 2001, mientras esperaba en el aeropuerto del Prat de Barcelona. Con los sentidos bien alerta, la filóloga detectó una anomalía de la que nadie parecía haberse dado cuenta hasta el momento. 'De repente vi que el final del prólogo de todas las ediciones conservadas no estaba en su sitio', señala.

En efecto, quien hablaba en él ya no era el escritor, sino el propio Lázaro. Sin previo aviso, el protagonista tomaba la palabra para informar sobre un caso misterioso que le preocupaba a alguien cuya existencia el lector desconocía por completo. La única explicación posible se dijo la profesora Navarro Durán era que ese último párrafo fuese en realidad el comienzo del primer capítulo. Y tirando poco a poco del anzuelo, se fue dibujando una interpretación del Lazarillo que, por una vez, respondía a más preguntas de las que planteaba.

Quien se escondía tras el anonimato de la obra era uno de los hombres más brillantes de su época: el conquense Alfonso de Valdés, al que el emperador Carlos V había confiado su correspondencia en latín. Valdés habría escrito el Lazarillo poco tiempo antes de morir de peste y, desde luego, su intención primera no era entretener al público con las aventuras de Lázaro de Tormes, sino denunciar las prácticas de una Iglesia corrupta necesitada de reforma.

Diego Hurtado de Mendoza lo escribió como sátira contra el emperador Carlos V

Antes que al escritor conquense, el Lazarillo se había atribuido con frecuencia a Diego Hurtado de Mendoza, al que se suele asociar la figura de un escritor muy culto, bibliófilo, que vivió sus años como embajador en Venecia rodeado de artistas y escritores. Pero hay también otra imagen del descendiente de una de las más poderosas familias castellanas: la de un hombre vanidoso y derrochador, sin visión política ni tacto diplomático, que con sus errores continuos hizo que los españoles perdiesen la ciudad de Siena. En cuanto al Emperador le llegaron las noticias de cuál era la cara oculta de uno de sus representantes, no dudó en destituirlo fulminantemente. Y de nada sirvió que Hurtado de Mendoza se quejara por escrito al príncipe Felipe, al que pronto su padre pondría al frente del reino.

Según las últimas investigaciones de la profesora Navarro Durán, que aparecerán en breve en la prestigiosa Biblioteca Castro, el deseo de venganza habría llevado a Diego Hurtado de Mendoza a escribir una continuación del Lazarillo, usurpando el personaje de Alfonso de Valdés para ponerlo al servicio de una sátira política contra el Emperador.

El libro utiliza un banco de peces como metáfora de una Corte llena de vicios

En ella Lázaro se alista en la expedición de Argel de 1541, que sería el gran fracaso militar de Carlos V, porque cree que volverá de ella cargado de riquezas. Pero en lugar de oro, lo que encuentra es una furiosa tempestad que destruye la flota imperial y que lo llevará al fondo del mar, en donde acaba transformado en atún. Tras la metamorfosis, vivirá con estos peces cuatro años, descubriendo con perplejidad que también ellos tienen jerarquías y vicios. Como explica la filóloga, 'hay incluso un rey de los atunes, que tiene los mismos defectos que se achacaban al Emperador, entre ellos su gusto desmedido por las mujeres'.

Al tío de Alfonso de Valdés lo quemó la Inquisición, y la misma suerte hubiese corrido el mejor prosista de la primera mitad del siglo XVI de haber puesto su nombre en el Lazarillo. Si hubiese firmado las flechas que disparaba contra Carlos V, el castigo de Diego Hurtado de Mendoza habría sido sin duda mayor que perder sus privilegios como diplomático. Por eso, y porque tal vez algún lector podría reconocerlo por su estilo, el noble castellano tuvo que inventarse un 'no-lugar' como escenario para la venganza: el mar de los atunes.

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