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La vergüenza del olvido

Cuatro octogenarias relatan la desaparición de sus padres en la Guerra Civil en la obra Exhumación, Materia Cruda, que será representada en la sala Mirador de Madrid este fin de semana.

Una escena de 'Exhumación, Materia Cruda', que se estrena esta tarde en Madrid.
Una escena de 'Exhumación, Materia Cruda', que se estrena esta tarde en Madrid.
Una escena de 'Exhumación, Materia Cruda', que se estrena esta tarde en Madrid.
Una escena de 'Exhumación, Materia Cruda', que se estrena esta tarde en Madrid.

ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET

MADRID.- "Llegaron cuatro falangistas en un descapotable y se llevaron a mi padre. Lo sentaron entre dos de ellos en la parte trasera del coche". Era un 26 de julio de 1936 por la tarde, ocho días después de la sublevación militar en España que desencadenó la Guerra Civil. Goya Bravo, una niña que vivía con su familia en la calle Santa Lucía, en Valladolid, jugaba por los alrededores de su casa. "Estaba la familia sentada en la puerta", recuerda. Por aquel entonces los vecinos salían a la calle en verano para relacionarse. "Mi madre estaba embarazada. Cuando los vio llegar se puso a llorar. Yo no sabía qué pasaba, pero al verla nos asustamos y nos escondimos".


Bravo tiene ahora 82 años y es incapaz de recordar esa historia sin emocionarse. "A mi madre le dijeron que no llorase y que hiciera la cena, que esta noche estaba su marido en casa", recuerda con la voz entrecortada al otro lado del teléfono, desde su casa de Valladolid. A su padre se lo llevaron por ser de izquierdas. No cometió mayor crimen que pensar diferente. Nunca regresó y su cuerpo nunca se encontró. Como él, muchos más. Cientos, miles… nadie sabe el número exacto de personas que descansan en las fosas comunes que hay repartidas por toda España.

A estas alturas, el único consuelo que le queda a Bravo es contar su historia a quien quiera escucharla. A su lado, tres compañeras de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de Valladolid que han perdido a sus padres en parecidas circunstancias y se han unido para recordar aquellos hechos. Y lo hacen encima de un escenario, con la obra Exhumación, Materia Cruda. La función está programada para este sábado y domingo en la sala Mirador de Madrid. "El proyecto forma parte del trabajo final de mis estudios de dramaturgia en 2013. Fue pensado para ser representado una vez. Pero empezaron a invitarnos y aún seguimos", explica Mercedes Herrero, directora de la obra.

La obra, que apenas tiene texto, se apoya en unas proyecciones en las que las cuatro octogenarios cuentan sus historias. Como si se tratara de un acto ritual, la idea de la función es "cerrar un círculo para poder descansar en paz", explica la directora. La pieza está dentro del género de teatro documental, una tipología que cada vez atrae a más público y por la que apuestan más salas. El caso de estas paisanas, y de otras tantas, se ve agravado por el silencio, casi hermético, con el que se ha tratado la desaparición de sus familiares y por el silencio de una sociedad caracterizada por ser inmune al dolor ajeno.

Junto a Bravo está Julia Merino, tiene 81 años y es vicepresidenta de la ARMH de Valladolid. Vivía en Medina de Rioseco cuando los falangistas se presentaron en su casa. Fue un 19 de julio de 1936 y lo que ocurrió lo recuerda con nitidez. "Llegaron en una camioneta llena de vecinos del pueblo. Llamaron a la puerta y dijeron que mi padre tenía que declarar en el cuartelillo. Fue la última vez que lo vimos. Lo trajeron a Valladolid, a unas cocheras, donde permaneció preso en condiciones inhumanas cerca de tres meses. Una mañana lo sacaron y se lo llevaron, junto a otros prisioneros, a los montes Torozos. Allí los fusilaron". ¿El delito de su padre? Ser socialista y miembro de UGT. Tenía 29 años.

Carmina Alonso tiene 83 años. Es de Peñafiel, un pueblo a 50 kilómetros de Valladolid. Era muy pequeña cuando se llevaron a su padre, tenía cuatro años. Todo lo que sabe de él es por lo que le contó su abuela, quien la crió. El único recuerdo de su progenitor es por una fotografía grande y vieja de la boda con su madre, Carmen. Mauro Alonso, así se llamaba, tenía 29 años cuando desapareció. "Un amigo íntimo lo denunció. Desde entonces no me ha podido mirar a la cara ni un solo día de su vida. Siempre agachaba la cabeza", asegura la octogenaria.

Su padre tenía una camioneta. Compraba pescado y con ella iba a otros pueblos donde lo vendía, trayendo de vuelta pollo y algunas legumbres. Alonso desconoce el motivo por el que el amigo de su padre lo delató: "Imagino que era por ser de izquierdas". Cierto día, tras su desaparición, su madre, Carmen, estaba en un bar cuando un conocido afín a la Falange le advirtió: "Vete que van a por ti". Esa misma noche hizo las maletas, cogió a su hijo pequeño, que era entonces un bebé, y huyó a Valladolid a casa de una prima dejando a Carmina con su abuela. "No me puedo quejar de la vida que he tenido", asegura esta mujer fuerte a la que le tiembla la voz al recordar aquellos hechos.

Milagros Martín, de Valladolid, tenía un año cuando mataron a su hermano Andrés y a su padre Guillermo. Su familia tenía algunas vacas en el campo, eran humildes, pero el joven (Andrés) era un gran nadador que poco antes del levantamiento planeaba un viaje a Barcelona para participar en una competición. Tenía 18 años. El 18 de julio, ante las informaciones que llegaban de todas partes de España se fue a la Casa del Pueblo, de la que era socio, para enterarse mejor de las noticias. Al día siguiente fue detenido junto a otros que allí se encontraban.

Guillermo, el padre, fue detenido a mediados de agosto. Ambos fueron acusados por Mariano Miguel López, párroco de las Delicias, por haber incendiado la iglesia del Carmen. El edificio ardió el mismo día 18, cuando Andrés se encontraba en la Casa del Pueblo, siendo, por tanto, imposible que hubiera estado en dos lugares al mismo tiempo. Sin apelación ni defensa, presentar la coartada fue imposible, por lo que ambos fueron condenados a muerte y fusilados el 19 de septiembre de 1936.

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