Este artículo se publicó hace 11 años.
"Cada vez que un periodista se queda en el paro, ganan los políticos porque tienen mucho que ocultar"
Fernando Orgambides publica el libro 'Viento de palabras', su debut en el periodismo literario tras cuarenta años de ejercicio en diarios como 'Informaciones' y 'El País'
A Fernando Orgambides (Cádiz, 1954) le toca, como sucede con el vino, decantar sus palabras en la copa después de haberlas dejado reposar durante cuarenta años en la madera y en el vidrio. O sea, que el periodista gaditano aprendió la calle antes de franquear la puerta de un despacho. Y luego, cuando el retiro, que él llama reserva, en vez de sestear le ha dado por escribir largo y tendido el trasiego. Viento de palabras es el relato del guerrero, su pasaporte a la literatura, la crónica de un viaje que le ha llevado a Bamako, Colliure, Túnez, Atenas, Tánger y, claro, a Sevilla y Madrid, donde trabajó en los diarios Informaciones y El País.
¿Hablamos de literatura periodística? ¿Acaso de periodismo retroactivo?
Tuve el privilegio de iniciarme con 19 años, cuando este oficio era hermoso. Después de trabajar en los dos mejores periódicos del tardofranquismo y la Transición, de dar el salto a las corresponsalías y de ser directivo del Grupo Prisa, ha llegado el momento. No de retirarse, sino de emplearme en otras cosas. La literatura es una inquietud que tenía latente y en eso estoy. En mi libro mezclo pasado y presente, recurro a la nostalgia, hago reflexiones sobre lo que veo, comparto sentimientos y recorro lugares de los que extraigo el factor humano.
¿Cuánto miente el paso del tiempo?
El tiempo no miente. Mienten las personas que quieren estructurar una biografía, una silueta o una imagen que no es exacta. Algunas veces, sin intención, porque pretendemos reflejar cómo queremos ser pero no cómo hemos sido.
Peor quien construye su biografía día a día, conscientemente, ¿no?
Claro, pero yo estoy hablando de un mundo positivo que dice cosas. En España estamos viviendo momentos terribles. Ésta ha sido una semana negra, pues se han dado las tres grandes crisis que vive este país: territorial, con Cataluña; institucional, con la corrupción; y social, con las cifras del paro. La peor semana de los últimos años.
¿Volvió a pisar todas esas ciudades para escribir el libro o se ciñe a un viaje en el tiempo?
Recorro lugares que conozco y aquellos que no pude visitar. Hace un par de años, pasé las navidades en Bamako, porque me encanta estar durante esas fechas en países musulmanes. Soy como un silente que pasea y va reflexionando.
Cuando llegó la moqueta, echaría de menos la calle. Ahora que ha dejado atrás las juntas directivas, ¿añora los despachos?
A veces me miro en el espejo y veo que, cuando pisaba la moqueta, era un monstruo. Ya no me interesa ese mundo y pido disculpas a quienes me soportaron como directivo. En el fondo, estaba deseando volver a ser un pájaro libre. Los sueldos y los BMW no significan nada. Lo que me gusta es estar en la tertulia de Casa Manolo y moverme con un utilitario por las plazas españolas.
¿Cádiz no queda muy lejos?
Cádiz está siempre en mí. Es una ciudad con mucha literatura, fuerza interior y aires de libertad. Un referente que me permite ver la vida mucho mejor.
Si trasladasen los gaditanos a Bilbao y los bilbaínos a Cádiz, ¿que sería de ellas?
No habría ningún problema. De hecho, ha habido mucha emigración de Cádiz a Bilbao y el sostén fundamental de la industria gaditana fueron los astilleros del republicano Horacio Echevarrieta. Siempre ha habido una buena relación: Cádiz puso la mano de obra y Bilbao, la maestría. La pesca también trajo mucho vasco y, si nos remontamos al siglo XVIII, los mejores pilotos que navegaban hacia América procedían de la entonces llamada nación vizcaína.
Empezó en La Hoja del Lunes de Cádiz, donde el director compaginaba su cargo en el periódico con el de funcionario municipal para redondear el sueldo. ¿Volvemos a eso, al periodista forzado al pluriempleo porque no llega a fin de mes?
Eso ocurrió en la República y en el franquismo, hasta que en 1977 da un salto cualitativo. Llegó a tener un nivel importante, pero duró poco.
Los editores, que no habían perseguido grandes márgenes de beneficio y conscientes de que era un servicio público, se fueron transformando. . Los viejos se agotaron y llegaron otros nuevos, procedentes de consultoras y formados en másteres financieros, que metieron a la empresa periodística en la España del pelotazo. Se volvieron gente ambiciosa que quería ganar dinero, jugar a la bolsa, especular y llevarse los mejores dividendos. Fue la ruina, porque se cargó su esencia. Pero vamos, el periodismo no ha muerto...
Trabajó en el sur hasta que, frisando los años ochenta, se vino a Madrid. ¿Cuánto de mito alberga el relato de la Transición?
Fue la época más bella y maravillosa del periodismo. No hay mito sino hechos reales. España se fue haciendo democrática poco a poco. Fue una pelea importante, porque este país era muy duro.
¿Comulga usted entonces con aquello que vino a llamarse modelo?
Lo fue en un tiempo, pero ahora no es modelo ni nada. Este país necesita una reflexión profunda e histórica para saber adónde vamos, porque nos encontramos en el declive y en el caos.
De la matanza de Atocha hasta el 23-F, ¿un hito histórico?
Las elecciones de 1977, con el PCE legalizado.
¿Y su logro profesional de la época?
No se me olvida la llegada del primer socialista español al Congreso para inscribirse como diputado después de ganar aquellas elecciones: Alfonso Guerra.
¿Cómo ve esta España?
Triste. El fruto de un desastre generalizado provocado por la ambición y el dinero. "Esta es la España gusanera que se corroe a sí misma", dijo José Bergamín. Yo añadiría que se ha desnudado la España perversa y sucia que no hubiéramos querido nunca.
Haga la cuenta del periodismo contemporáneo: debe y haber.
Los periodistas, con la llegada de la democracia, nos convertimos en notarios de la realidad y en un nexo entre la política y la sociedad. Ahora, cada vez que alguien se queda en el paro, hay una voz menos para contar lo que pasa. Salen ganando los políticos, que tienen mucho que ocultar.
Usted se considera un periodista en la reserva. Si ahora fuese llamado a filas y tuviese treinta años menos, ¿qué frente le gustaría cubrir?
Me quedo aquí. He cerrado mi biografía como periodista. Quiero avanzar humildemente con mis crónicas en el campo de la literatura periodística o el periodismo literario, como quieras llamarle.
Pero si acabase de salir de la Facultad.
Hoy hubiera elegido otra profesión.
¿No cree que sobran las palabras?
La palabra es necesaria. La cuestión es cómo se emplea. Ayer vi a Cristóbal Montoro hablando en el Congreso sobre Bárcenas y la amnistía fiscal: en su discurso había palabras, pero no dijo nada.
¿Cuanto más se rodean de periodistas los políticos y empresarios, más difícil resulta el flujo de información?
El político es el peor amigo que puede tener un periodista. De hecho, cuando uno cae en desgracia, el político pasa olímpicamente de él y busca un relevo. No le interesa la persona sino un medio para transmitir lo que quiere.
Me refiero al blindaje informativo de los gabinetes de prensa.
Son una deformación profesional. Nunca me he sentido cómodo con esos intermediarios.
Usted fue amigo de Juan Luis Cebrián...
Aunque ahora no lo veo, sigo siéndolo. Mantengo un recuerdo tan sentido de aquel periódico que hicimos en los setenta, que he detenido mi opinión sobre Cebrián en su época como director. Sin duda, fue el mejor de la Transición, aunque reconozco que me duele mucho lo que ha ocurrido recientemente en El País.
En tiempos, dirigió El Correo de Andalucía. En Sevilla, ¿izquierda y Semana Santa son compatibles?
Desgraciadamente, sí. O afortunadamente... Recuerdo que Julio Anguita iba a ver los pasos y estaba encantado. Como director de periódico, no te queda más remedio que cubrirla, porque la gente te lo pide. No puedes abrir el periódico con CCOO y UGT, porque supone un acontecimiento de masas. Desde un punto de vista laico, es un gran espectáculo, aunque no quiero llamarle así por si se me ofende algún amigo religioso...
¿Cambia los toros por el carnaval de Cádiz?
Los toros me gustaron en su día, pero me he ido retirando. No estoy en contra de la lidia, porque da de comer a mucha gente y forma parte de la historia de este país. No es sólo un enfrentamiento entre un animal y un matador sino también un espectáculo que ha dado música, literatura y pintura. Ahora lo tengo como un referente intelectual y cultural. En cuanto al carnaval de Cádiz, me gusta el que viene de antiguo, no el chabacano.
Por cierto, ¿a qué huele la tinta?
La tinta es como la sangre: la llevas ahí y late.
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