Este artículo se publicó hace 2 años.
'La vida mata', de Los Enemigos: ¿el mejor disco de la historia del rock español?
La banda madrileña toca en directo su obra maestra, un tratado divino y mundano sobre la muerte que elevó a un veinteañero Josele Santiago a las alturas.
Madrid-Actualizado a
Malasaña, 1990. Un chaval que ha dejado la Facultad de Filosofía por la filosofía de barra factura uno de los mejores discos de la historia del rock español. Josele Santiago (Madrid, 1965) se sacude el serrín del bar Velarde, se despega del mostrador del rhythm and blues tabernícola, donde se acodaba en sus inicios, y camina con paso firme hacia La vida mata, obra maestra de Los Enemigos.
El viraje no es entendido por algunos fans indígenas, incondicionales del socarrón, cachondo y surrealista Ferpectamente, pero se impone la evolución hacia un rock más maduro, donde la sofisticación toma el testigo del casticismo sin perder crudeza. Las letras de La vida mata son palabras mayores, si bien el armazón musical y el trabajo de estudio también están a la altura.
Una sobresaliente producción de Carlos Martos acorde con el sonido que busca la banda madrileña, más orgánico y sin tics ochenteros, que habían lastrado sus álbumes anteriores. El magisterio de su productor de cabecera reviste unas composiciones más complejas, empapadas de todo lo que ha bebido Josele, musicalmente hablando, y las brillantes letras de un joven poeta que no se considera tal, pero que enriquece con ellas un recetario indispensable y sanador.
Tampoco es baladí el envoltorio de la metafórica foto de portada: dos helados tirados en el asfalto, derritiéndose, inicio de una inevitable cuenta atrás. Porque, como sugiere el título, nada es para siempre. Su carga simbólica abre la imagen a interpretaciones, véase el sentimiento de pérdida —y la impotencia, la frustración, el paso del tiempo, la caducidad del amor, la carroña de Baudelaire—, porque en buena parte de los trece cortes, diez en el vinilo, Josele Santiago le canta a sus muertos.
Los Enemigos solo necesitaron tres elepés para ascender al olimpo del rock, aunque en realidad solo bastaba el tercero para auparlos a lo más alto. La buena noticia, entonces un presagio, sería que vendrían otros que los engrandecerían todavía más y que este mes interpretarán en el Lula Club (Madrid) para solaz de su parroquia: La vida mata (viernes 14), La cuenta atrás (sábado 15), Nada (viernes 28) y Bestieza y Tras el último no va nadie (sábado 29).
La vida mata es la biblia de Los Enemigos. No extraña el empacho de lecturas sagradas, que Josele refleja en las letras, cuyo poso existencialista, afligido, solitario y amargo se desmarca de la trasnochada movida —un bonito cadáver— y de la algarabía contemporánea de la Malasaña garajera. Digamos que se pone espiritual en un contexto y en un hábitat poco dado a religiones. Aunque, más bien, habla con Dios de tú a tú.
En realidad, se enfrenta a la muerte. El gran calambre final, tema de apertura, es el apocalipsis según el apóstol Josele. Sobre la canción sobrevuela la guerra de Irak, mientras que la heroína, el sida, la cárcel, el suicidio, la soledad y el más allá planean sobre todo el disco, cuyo cierre, Nadie me quiere, remite a pesar del título al espíritu hedonista de Ferpectamente.
Un muchacho del barrio de Puerta del Ángel, en la otra orilla de la ciudad, observa cómo sus colegas caen como moscas y lo plasma en unos versos que abordan la muerte desde varios prismas. Sorprende, de algún modo, la profundidad —y la elevación— de un músico precoz que consigue firmar a sus veinticinco años un álbum capital que pasará a la historia. Como escribió Xavier Cervantes en Rockdelux, "La vida mata es un diálogo con un Dios sordo y necio".
Porque la crítica no solo bendijo entonces el elepé, sino que ha seguido reseñándolo e incluyéndolo en las listas de los mejores durante las últimas tres décadas. Ahí están Desde el jergón y Septiembre, amén de otros himnos imperecederos aunque menos populares, así como un torrente de sentencias lapidarias que darían para una antología poética que bien podría titularse: "Sólo me dan miedo las monjas, el agua y los niños".
Si la única certeza es que la vida mata, máxima a la que Benjamin Franklin le aplicó una tasa —"No hay nada seguro salvo la muerte y los impuestos"—, no es menos verdad que unas letras oscuras alumbraron, paradójicamente, un disco luminoso. O sea, brillante, pero también vital y cargado de futuro, al menos el de Los Enemigos, que pronto cumplirán cuarenta años sobre los escenarios, nunca mejor.
Historias de perdedores de las que Josele Santiago sale triunfante. Una crónica generacional que entonces tal vez no se entendió como tal debido a la cantidad de capas superpuestas —lo divino, lo macabro, lo fugaz, lo marginal, lo real— y a una erudición temprana que el líder de Los Enemigos siempre ha camuflado, debido a su timidez y humildad, con dosis de costumbrismo, de contracultura y de casticismo. O sea, de la voz y del lenguaje de la calle. De lo cheli.
Ha habido quien lo ha ilustrado mejor, pues no resulta sencillo explicar con palabras las palabras de otro. Ricard Martín, por ejemplo, en Rockdelux: "Sus nuevas canciones, oscuros viajes al pozo sin fondo de la desesperación humana, consolidaron una cofradía de aficionados que interiorizaron la lírica elegíaca de Josele como algo íntimo, propio. Ser fan de Los Enemigos no era afición, era devoción".
La crítica ya ha escrito todo sobre los géneros y estilos musicales que apuntalan las canciones. Incluso su propio autor ha reconocido las referencias, los homenajes y los remedos. No conviene ahora prorrogar el desenlace con peritajes. Las fuentes son cristalinas, aunque curiosamente de este río apenas han bebido los grupos que surgieron después.
Quizás debido a una singularidad —entre dos aguas: ni rock urbano ni indie— que ha dado fruto pero no estirpe, a su carácter inimitable o a la voz rasposa de Josele, con la que se nace mas no se hace, sino que se deshace. La ocasión es única para la feligresía: Fino Oyonarte (bajo), Chema Animal Pérez (batería), David Krahe (guitarra, herencia del antaño cuarto enemigo, Manolo Benítez) y Josele Santiago (voz y guitarra) tocan La vida mata en directo.
Los fans disfrutarán cada canción como si no hubiese mañana, porque como diría Miguel Candela para espantar a los últimos clientes de su bar: "Señores, vayan haciéndose a la idea: nada es eterno".
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