Este artículo se publicó hace 12 años.
Las 24 horas de Míchel para recapacitar
Llegó el año pasado a un Sevilla infeliz y que, sin embargo, ahora se siente vencedor y capaz de ganar al Barça esta noche
Tuvo Míchel (Madrid, 1963) siempre fama de agonías lo que puede ver verdad o mentira. Según él, es una mentira y una de sus guerras perdidas en la que ya no tiene sentido avanzar. "He concedido miles de entrevistas en las que he tratado de explicar que yo nunca fui así, pero parece que no lo he conseguido". Y, a los 49 años, ya no es uno de sus desafíos como entrenador de un Sevilla, que ha vuelto a poner su reputación en juego. Pero quizá la fortuna es ésa, la de tener un trabajo que, además, es un buen trabajo y que concede a Míchel noches como la de hoy frente al Barcelona. No será independiente ni imparcial desde la banda, en la que su fotografía será la de siempre, con las manos en los bolsillos. "Hay que ponerlas en algún lado y ahí están bien, incluso en mi vida cotidiana".
Tiene Míchel un pasado enorme, en el que aprendió a vivir y vencer; a exigirse, como los buenos escritores, y a perdurar en el intento. Sabe, porque los prejuicios son así, que hay quienes le ven todavía "como un exfutbolista del Madrid y no como un entrenador con fundamentos". Al borde de los cincuenta, cuando ya no hay manera de regresar al pasado, Míchel, sin embargo, no se separa de un "optimismo realista". "Los técnicos somos buenos o malos dependiendo de los jugadores que tengamos". Y con los que tiene en el Sevilla ha encontrado fuerzas para soñar como el futbolista de barrio que fue. "Pero de entrenador es distinto, claro. Comprendes que no sólo hay que saber de fútbol; también de personas".
Por eso compara su labor a la de "un gestor de Recursos Humanos" en la que la paz es necesaria antes de decidir. Aún no ha ganado ninguna gran batalla más que las que se ha ganado a sí mismo. "En el curso de entrenador me enseñaron a esperar 24 horas antes de tomar una decisión". Así que ya no se vuelve loco con los resultados, aunque sabe, porque es realista, que estos casi lo dilapidan en el Sevilla. Al final, Del Nido le dio una segunda oportunidad en la que Míchel no pierde horizonte de nada, susceptible, incluso, con el peso de los jugadores. Nada de eso implica que luego frente a la prensa rebaje esa ironía que, como dice él, "quizá le ayuda a diferenciarse". Al fin y al cabo, son esos espacios de su vida que le permiten demostrarse con un hombre cultivado, un lector impenitente.
Sargento, padre o abueloHay días en los que Míchel es sargento, otros padres y hasta abuelo. De hecho, se define como "un entrenador estricto, pero cercano", con un discurso que, a veces, puede ser un ejercicio de propaganda. "A un equipo como el Sevilla el corazón se le tiene que salir del pecho en cada partido y en cada entrenamiento". Pero también puede ser un lenguaje sin piedad para marcar objetivos. "No entrar en Europa sería inexplicable", explicó en pretemporada. "Si algún jugador siente ansiedad por eso, no puede estar en este club". A partir de ahí, avisados todos, pide "cabeza limpia" como ha hecho con Reyes, que ha convertido casi en una obsesión personal. "Reyes no es consciente de quien es". Ha sido duro y hasta amenazante, pero efectivo. El futbolista ha bajado siete kilos de peso.
El siguiente desafío está en el césped, donde "debería recuperar su importancia en este club". Son mensajes de entrenador que insiste que "la alegría te lleva a hacer cosas importantes", y la prueba es el Sevilla actual. El primer mes de Liga ha llenado de razones a Míchel, un entrenador incisivo, comprometido con una oportunidad que se le complicó de veras en los tres meses de la temporada pasada. "No hay nadie en el vestuario del Sevilla que tenga más ganas que yo de que las cosas salgan bien", insiste.
No es el Sevilla de Míchel no es un equipo de fábula. Tampoco lleva ese camino. Pero sí es el reflejo de un hombre, al que no se le admitirá la más mínima una excusa. "El año pasado nos fue difícil empezar una comida, una charla o un desplazamiento a su hora, pero eso ha cambiado este año".
Por eso, antes de buscar "algún plan de emergencia", Míchel ha encontrado el Sevilla que necesitaba: un equipo con corazón, cerebro y estómago. Quizá es un grupo más físico de lo que se imaginaba con él de entrenador, que siempre fue un defensor del fútbol a fuego lento. Pero su Sevilla de ahora empieza con Maduro de mediocentro. "Tiene un primer pase bueno, ajusta líneas y nos da salida al ataque". Y continúa en la sala de operaciones con Medel, otro de esos futbolistas con aspecto de guerrillero. Pero la realidad es que, a partir de esa gente, Míchel ha encontrado "un Sevilla más estable" y una personalidad que está por encima de la adrenalina. "Somos un equipo estable que no se desarma y que sabemos lo que hacer con el balón". Quizá sea el único lenguaje para recuperar viejas hazañas, las de los tiempos de Juande Ramos, sin ir más lejos.
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