Este artículo se publicó hace 12 años.
25 años de Michael Robinson
Al llegar a Osasuna, vio un "club grande pero con un conformismo enfermizo"
Jugaba en el Queens Park Rangers y estaba tomando una cerveza en un bar junto al Támesis. Su rodilla derecha ya no tenía la movilidad del 84 cuando fue campeón de Europa con el Liverpool. Pero entonces sonó el teléfono del bar y escuchó la voz de Jim Smith, su entrenador. "Sabía dónde encontrarte, Michael", le dijo. "Un equipo español quiere ficharte". Al llegar a casa, Robinson sacó un mapa de España y buscó la ciudad de Osasuna. No apareció por ninguna parte. Pero eso no impidió que, a la mañana siguiente, Michael Robinson (Leicester, 1958) aterrizase en Sondika, el entonces aeropuerto de Bilbao. Fue en enero de 1987 y no manejaba ni una palabra de español. Desde entonces, han pasado 25 años, toda una vida.
En aquel Osasuna nadie hablaba inglés. Y en su primer entrenamiento, Robinson optó por imitar a los demás. Y se dio cuenta de que esto no era como en Inglaterra. El vestuario rezaba oraciones antes de los partidos y Zabalza, el entrenador, tampoco parecía un hombre de una ambición excesiva. A Robinson le pidió lo que jamás le habían pedido en Inglaterra. Fue en su primer partido en La Catedral. "Cuando suba Andrinua para los córners le dijo, tú bajas a defenderle. No lo olvides. Es muy peligroso en el juego aéreo".
"No soy efusivo ni complaciente. Soy diáfano"
Robinson aprendió rápido sus primeras palabras y no tardó en salir de El Sadar a gritos de "¡torero, torero!". Se sintió como un Beatle en Pamplona, que apreció su importancia e, incluso, Zabalza le pidió consejo: "¿Tienes alguna idea para una nueva jugada a balón parado?". En realidad, Robinson era un hombre con dolores en todas partes. "Un abonado de los quirófanos", decía él, que había sido operado de tres fracturas de cráneo, tenía descolgado el tobillo y las rodillas (sobre todo, la derecha) hechas una pena. Pero aun así su ambición siempre pedía guerra. Después de un partido en Gijón, le irritó la resignación de sus compañeros y se fue a tomar unas cervezas por la noche. Cuando Zabalza le rebatió ("no sé si sabes que es muy malo tomar alcohol después del esfuerzo"), no se lo consintió de ninguna manera: "A mí no me ha sentado mal en los últimos 13 años".
Robinson era un tipo especial que conocía a "futbolistas, que dicen ser grandes deportistas de lunes a sábados, pero muchas veces van ausentes a los domingos". Aun con todas sus penas físicas, Robinson seguía siendo un inconformista que no entendía al presidente Fermín Ezcurra: "Cuando llegué a Osasuna, me dijo que eran humildes: y yo vi el estadio, Tajonar, las piscinas... Para mí era un club grandísimo, pero con un conformismo casi enfermizo". Y puso de ejemplo al Liverpool, al que ya definía como "un equipo pequeño con una camiseta muy grande".
Han pasado 25 años y Robinson ya no vive en Pamplona. Ahora, aprovecha el periodismo para contar historias y reivindicar su derecho a la crítica. "No soy efusivo ni complaciente. Soy diáfano". Pero el espíritu de Osasuna no ha cambiado. Incluso, Robinson ha llegado a juzgarlo como "un club grande con un conformismo casi enfermizo". Y sabe que no gusta y que en las cabinas del Reyno le han gritado "traidor". Pero él sigue pensando en la grandeza de Osasuna, ajeno al vértigo de un equipo, que rápidamente se ha desligado del quinto puesto con el que acabó 2011.
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