Este artículo se publicó hace 14 años.
El auténtico 7 fue Villa
Cristiano se resigna rápido frente a la exhibición de rabia del delantero español, que lo intentó siempre
La noche estaba llena de heridas, de dientes postizos. La pelota no obedecía al equipo español. Ricardo Costa no concedía ni la hora a Villa en la banda izquierda. Su obsesiva vigilancia delató a Portugal. Entre sus prioridades ya no está la pelota. Aquello pasaba en la época de Rui Costa, Figo o, incluso, Maniche. Cristiano Ronaldo hubiese sido más feliz en ese equipo. Ahora, siente el chantaje del desamor. Anoche, la pelota apenas le pidió alguna cita, así que su peligro se limitó a un libre directo desde 37 metros que resbaló en las manos de Casillas. Y no apareció más. Pero eso no anuló a Portugal. A la carrera, encontró mejores opciones de gol que España. Con un mensaje así, la noche no anulaba el pesimismo.
El reflejo era Torres, con un hambre que delata su obsesión. No hay regates reservados para él en este campeonatos, porque ya se sabe que querer no siempre es poder. El reflejo también era Villa, que en los seis primeros minutos estuvo a punto de montar una revolución. Desde la izquierda, sacó dos tiros que el portero Eduardo desvió lejos. Pero ahí se acabó el fuego. Fue entonces cuando Ricardo Costa cerró el tráfico por ese lado. Valiente personaje este hombre, que jugaría con chaleco antibalas si hace falta. Cerró su zona de todas las maneras, por lo civil o por lo criminal, hasta que fue expulsado. Y, aunque parezca mentira, ese perfil justifica a la Portugal de ahora. A lo lejos, casi en el otro mundo, queda Cristiano Ronaldo, pesimista, existencialista, desaparecido.
'El Guaje' suma 42 goles con la selección y está a sólo dos de Raúl
Villa, sin embargo, no se rindió. Hay miradas que lo dicen todo. O quizá sea que los héroes son así. Villa lo buscó siempre, por fuera y por dentro, a uno y a varios toques. Antes de pisar la raya de área, siempre se anunciaba algún obstáculo. No sólo era Costa. Eran los centrales Carva-lho y Alves los que anulaban la aventura. Pero frente a los ambiciones más difíciles, están las deseos más fuertes. Lo decía Frank Sinatra aquellas mañanas en las que se levantaba en su apartamento de Nueva York con la voz cansada. También lo dijo Llorente en su primer cabezazo lleno de anticipación y rabia. Y eso que es un novel. Pero aquel cabezazo derribó fronteras. Fue verdad.
A los 62 minutos, Villa encontró el camino que parecía imposible. Iniesta hizo el dibujo. Y entre esos centrales, que se sentían monumentales, apareció Villa. Primero, tiró con la izquierda y el balón rebotó en las piernas de Eduardo. El delantero aguantó de pie. Y entonces encontró una segunda opción, el gol, la definitiva, esta vez con el pie derecho. El partido cambió para siempre. La noche olvidó al diablo. Portugal no volvió más. Ronaldo, tampoco. Se le imaginaba más rabioso, impaciente, incluso, en un día tan señalado.
En realidad, el 7 fue Villa, que vivió al aire libre la última media hora. El partido entonces se liberó de heridas. Atrás quedaron las carreteras comarcales. En un escenario así, Ricardo Costa se llenó de mentiras y perdió el control. Quizá porque al final casi siempre se imponen los mejores, los que nunca se cansan de ganar. Y Villa, que suma 42 goles con la selección (a sólo dos de Raúl), va por ese camino.
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