Este artículo se publicó hace 14 años.
La batalla de las tartanas
Los disturbios se suceden en Suráfrica por las protestas de lo que llaman taxis contra la nueva red de transportes
Una urbe surafricana. Johannesburgo, por ejemplo. En una carretera cualquiera, un peatón hace una señal con el dedo. Como salida de la nada, serpenteando entre filas de coches conducidos normalmente por blancos, una furgoneta destartalada donde se apretuja una decena de pasajeros, casi todos negros, apura la frenada para recogerlo. Es lo más próximo al transporte público que hay en Suráfrica. Lastrado desde tiempos del apartheid, cuando los blancos trataban de evitar que los negros accedieran al centro de las ciudades, el transporte público surafricano sigue en pañales.
Su sustituto, esas furgonetas llamadas taxis. Son el motor de un sector privado que emplea a cientos de miles de personas y ha logrado un poder tal que acaba de lanzar un jaque a la red de transporte público prometida para el Mundial en tres de las nueve ciudades sede: Johannesburgo, Ciudad del Cabo y Port Elizabeth.
Furgonetas destartaladas componen hoy el servicio público
"Si nuestras quejas no son atendidas, convocaremos una huelga general". Es el órdago que acaba de lanzar la Alianza General de Taxis tras una nueva ronda de conversaciones infructuosas con el Gobierno. El sector entregará el 13 de abril un memorando con sus demandas al presidente del país, Jacob Zuma, y si no hay acuerdo, paralizará el país con la huelga. Argumentan que el Gobierno está eludiendo su compromiso de hacerlos partícipes del Mundial y, más allá, que el transporte público amenaza su propia existencia. "Nuestras vidas no dependen del Mundial. Esto va más allá", dice la Alianza. El Gobierno, acusado muchas veces de connivencia con el sector en sus fratricidas guerras políticas, asegura que hay sitio para todos pero sigue haciendo encaje de bolillos para encontrar cómo. Mientras, la violencia se ha vuelto a desatar.
En Ciudad del Cabo, el martes, durante una jornada de huelga de taxistas que dejó en la estacada a miles de pasajeros y a cuatro conductores de autobús hospitalizados tras ser apedreados sus vehículos. La semana pasada, en las calles del emblemático Soweto, donde tres días de huelga dejaron una estela de disparos, cócteles molotov, barricadas y amenazas de linchamiento encaradas a boicotear la nueva línea de autobús que enlaza los dos estadios mundialistas de Johannesburgo: el Soccer City y el Ellis Park. "Es una huelga de jefes, no de trabajadores", aseguró el viceministro de Transporte, Jeremy Cronin, quien señaló con el dedo a los gerifaltes del sector por movilizar a empleados "vulnerables y explotados".
"A sólo 80 días de que empiece el Mundial, es fundamental que el Gobierno y el sector busquen una agenda común con compromiso y determinación para proporcionar un sistema de transporte efectivo, seguro y barato", afirmó el ministro de Transporte, Sibusiso Ndebele. Insistió en que el Gobierno sigue dispuesto a negociar. "Durante el Mundial, nuestra responsabilidad principal es llevar a la gente a los estadios con seguridad y puntualidad. También llevarlos seguros de vuelta a sus casas y hoteles". Sin embargo, el único acuerdo logrado hasta ahora ha sido la emisión en todo el mundo de un programa de televisión sobre cómo utilizar los taxis surafricanos.
La red prometida para el Mundial desata amenazas de huelga general
Una labor trabajosa que implica aprender el complejo lenguaje de signos manuales para indicar el destino deseado, intuir dónde se encuentran las paradas, soportar con estoicismo el mal humor de los conductores y tratar de mantener la calma ante sus machadas en la carretera.
Los surafricanos tienen clara la elección entre este sistema cargado de riesgos y los nuevos autobuses, modernos, con facilidades para los discapacitados, paradas fijas y a precios más populares. Pero también que no se puede dejar sin pan a todas las familias que en el país comen del taxi.
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