De repente, al Chelsea se le han echado todos los años encima. Tres derrotas en cuatro partidos le han bajado de la nube. Hace una semana, perdió en casa 0-3 ante el Sunderland, el tipo de humillación que Mourinho nunca hubiera permitido.

El sábado cayó en Birmingham, donde el local marcó en su única oportunidad de gol. El club llevaba cuatro años sin perder dos partidos consecutivos en la Premier. Ancelotti no se inmuta. Dijo que todo fue cuestión de mala suerte. El Chelsea disparó más de 20 veces a puerta, diez de ellas en ocasiones claras. Se topó con Ben Foster, el típico portero inglés que alterna actuaciones extraordinarias con errores infantiles. El sábado, tocaba lo primero.

El Chelsea vive más que nunca pendiente del estado físico de sus jugadores. Una racha de lesiones ha desnudado la política del equipo de controlar el gasto. Tras los primeros años de reventar la caja fuerte, Abramovich dosifica ahora sus millones, así que no hay relevos de calidad para jugadores que están en la treintena: Lampard, Terry y Drogba. Tiene un banquillo casi mediocre y las lesiones de los titulares lo han desnudado.

Sin armar ruido, el Manchester United ha alcanzado al líder. El sábado volvió Rooney para jugar unos insípidos 30 minutos. Su público lo recibió con frialdad. No le perdonan el amago de traición.

El Arsenal podía haberse puesto líder pero, un día más, el grupo de Wenger alternó ante el Tottenham la calidad de costumbre con una alarmante falta de carácter. En la primera parte, marcó dos goles. La orquesta, dirigida por Fàbregas y Nasri, sonaba de maravilla. Ya lo tenían hecho. El Tottenham no ganaba en el campo del vecino del norte de Londres desde hace 17 años. Pero jugar en la Champions le ha dado una fuerza mental de la que siempre ha carecido. Y acabó remontando (2-3). Las victorias del Tottenham y el City abren la lucha por el título a cinco equipos.