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Los niños del renacido español

El origen

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Juanjo Méndez (d), junto a dos de los niños de la escuela. PAOLO MARTELLI

MADRID.- ¿Qué motiva a un “despojo humano” para perder el miedo y decenas de kilos y subirse sobre dos ruedas tras un accidente brutal? ¿Y a un joven a complicarse una vida sencilla para arrimar sus dos hombros, la espalda y buena parte de su cuerpo para sacar a su amigo de toda la vida del mayor atolladero en el que nunca se vio? ¿Qué lleva a un transportista de cuarenta y dos años a recorrer en bicicleta, cuando acaba su jornada laboral, los cerca de treinta kilómetros que separan Mollet del Vallès del norte de Barcelona?

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El origen

En agosto de 1992 empezó todo. Mientras toda España estaba en cuerpo y espíritu en los Juegos Olímpicos de Barcelona, Juanjo Méndez circulaba con su hermano en moto, perdía el sentido y el control del vehículo y se estrellaba frontalmente contra un coche. La Guardia Civil, presente en el lugar, se disponía a llevarse a su hermano tras haber dado ya por muerto a Juanjo, que yacía cubierto con una manta. Pero se revolvió, se sacudió la muerte de encima y se lo llevaron al Hospital Taulí de Sabadell. Le hicieron un transfusión de cuarenta y ocho litros de sangre y le cortaron la pierna sin siquiera hacerle un muñón porque pensaban que no sobreviviría. El brazo izquierdo ya lo había perdido en el instante del accidente. “El médico le dijo a mi mujer y a mi hermana que era un despojo y que no sabían por dónde cogerme”, cuenta.

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“El médico le dijo a mi mujer y a mi hermana que era un despojo y que no sabían por dónde cogerme”

Bernat Moreno conoce a Juanjo literalmente de toda la vida. Sólo se llevan cinco años. De niño, le gustaba salir a la calle para dar vueltas con la bicicleta. “Pero mis padres no me dejaban ir solo, así que él me acompañaba para que me permitieran salir”, rememora. “Llevamos juntos desde siempre”.

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Bernat Moreno, junto a uno de los niños de la escuela. PAOLO MARTELLI

El estrellato paralímpico

En la habitación del hospital en el que lloraba sus penas tras perder el brazo y la pierna izquierdas vio por primera vez unos Juegos Paralímpicos. “Aquello me hizo creer”, confiesa. Pero el camino no sería fácil. Perder los cien kilos que pesaba para poder montar costó mucho sacrificio y perseverancia. Cientos de horas de entrenamiento a las órdenes de Bernat. Cinco años después logró su primera victoria. No oficial. No había de por medio ninguna medalla colgada en su cuello. Un triunfo moral. Corrió el Campeonato de España y el Mundial y el resultado era lo de menos. “Me dieron una paliza, pero me vino bien. Me picó para competir”.

La escuela

Pero no es ese el logro del que más presume. Sí, la prensa le entrevista por su historia de superación para llegar a ser el deportista paralímpico que ha sido después de que le dieran por muerto. Pero lo que llena su día a día, fuera de esos pequeños, a veces diminutos, focos mediáticos, son varias decenas de pequeñas personas en un velódromo del norte de Barcelona.

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"Los padres me preguntan: '¿Podrá mi hijo hacerlo?'. Y yo les digo: 'Joé, si lo hago yo, que sólo tengo un brazo y una pierna, ¡cómo no va a hacerlo tu hijo!'”

La progresiva ascensión en la carrera de Juanjo, acompañada de medallas, les abrieron muchas puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas aunque las tocaran. Fueron consiguiendo espónsors, subvenciones del Ayuntamiento de Barcelona y el apoyo de dos importantes organismos: la Fundación Cruyff y la de BH. Así hasta que hace cinco años se constituyeron también como equipo ciclista. El Génesis.

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Un momento de una clase de la escuela. PAOLO MARTELLI

Con los discapacitados tienen clases de diferentes grados en las que aprenden a montar, primero, y después realizan ejercicios de coordinación básica, como subir, bajarse, arrancar o frenar. El tiempo que tarden en lograrlo depende sólo de ellos mismos. Los que tienen minusvalías físicas lo consiguen habitualmente en dos sesiones. Quienes tienen discapacidad intelectual pueden llegar a tardar seis meses.

“Cuando juega, Nuria juega como los demás, y cuando se cae, se cae como los demás"

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Han conseguido también, después de mucha insistencia, un circuito adaptado de BMX al lado del velódromo. Imagínense a los niños a los que les falta alguna pierna o algún brazo ahí. “Tú los ves en medio del grupo saltando y ni te das cuenta de que no tienen. Y eso es lo bonito”, afirma Juanjo, que ahora cuenta cincuenta y dos años.

Varios niños y monitores, en la escuela. PAOLO MARTELLI

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