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Del himno sin letra a la fiesta de los goles

La afición española volvió a poner el color y la gracia en las gradas del Tivoli Neu de Innsbruck

LADISLAO JAVIER MOÑINO

Suenan los Gipsy Kings y se menea en un chiringuito la España para la que no existe la crisis económica. Es decir, se contonea la España futbolera, ajena a las burbujas inmobiliarias, pero contumaz devoradora de las de la cerveza. No hay recesión para el futbolero de rojo y amarillo. O si la hay, no lo parece porque una Eurocopa agujerea el bolsillo. Tiene la hinchada patria un lapsus extrapolable a la historia cuartofinalista de la selección.

Somos los campeones de la previa. Un veinteañero menea el torso envalentonado ante una rusa patilarga, vestida de Gucci, aunque se queda a un diálogo de rematar la faena. Encima de las mesas, dos morenas de gafa chipionera conquistan a un grupo de rusos, quizá hastiados de la frialdad de tanta Sharapova clonada.

Ya en el estadio, es otra cosa. España empieza perdiendo con el himno y ahora canta más, que no es que se cante. La UEFA ha hecho de los videomarcadores un karaoke y pone la letra de cada país. Italia y Francia son un espectáculo. En España se corea el “lolololo…”. Y la afición se queda callada cuando empieza el partido. Es ciclotímica esta hinchada rojigualda. Quizá para esos silencios, hasta que llega el gol, habría que poner música.

Eso sí, cuando llegan los goles, la fiesta se dispara. Y, claro, hay un himno que se impone sobre todos y que vertebraría hasta la España orteguiana: “Alcohol, alcohol, alcohol…”.

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