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Donovan es la próxima amenaza

EEUU vapulea a Egipto y se cruzará con España

ALFREDO VARONA

La hazaña parecía una locura, un pacto con el diablo. Pero si el diablo existe, anoche se puso el escudo de los Estados Unidos de America. Fue un ejercicio memorable, que lideró un futbolista de Manhattan Beach, donde las olas alcanzan los 12 pies de altura en invierno. Allí se conoce más a los surfistas que a los futbolistas a pesar de que uno de ellos sea Landon Donovan (1982), un talento prodigioso.

A los 17 años llegó a Europa, pero nunca se acostumbró a las ecuaciones del Bayern Leverkusen. Así que decidió regresar a Estados Unidos junto a su novia, la bellísima Bianca Kajlich, pero Donovan todavía es un futbolista competitivo, para causas mayores. Anoche jugó como los ángeles e, incluso, estuvo a punto de marcar el gol de su vida. Lo impidió El Hadary que, a pesar del primer gol, es buen portero.

Egipto lo tenía todo. La tragedia de Italia, incluso, le licenció para jugar sin pesadez, para mostrar el talento de los dos primeros días. Pero fue imposible. Hubo gritos de rabia, no asociaciones de paciencia. Cada balón de Aboutrika fue un martillazo al dedo. En la derecha, Muhamadi no logró terminar ninguna de sus promesas. Y en ataque Abdelghany fue una hoja seca, a la que Onyweu y Demerit, los interminables centrales de EEUU, consiguieron dominar sin hacer ruido.

El partido advertía este problema cuando sucedió lo que jamás se esperaba en Egipto. Su portero, El Hadary, falló en el área pequeña. Al parecer, le pisó su compañero Fatih y entre los dos se metieron en un lío del que Davies sacó tajada. Aun así, Egipto estaba clasificado porque Italia era invadida por Brasil. Era cuestión de sentar la cabeza, de olvidar la adolescencia. Egipto sacó entonces a H. Hassan, uno de sus viejos mitos, para solucionar la tontería. No fue posible.

Los faraones pensaban antes en el reloj que en la pelota. Y así no hay futbolista que se sostenga.

Ante esa avería, EEUU consideró su status actual. Ya no es un equipo tercermundista. Existe un grupo de futbolistas hambrientos, ambiciosos, el prototipo de ciudadano estadounidense. Bradley, el que hizo el segundo, es uno de los mejores. Apareció con la tijera en el último cuarto del césped. El siguiente fue Donovan. Corrió lo justo, ni más ni menos, y adoptó la solución correcta. Vio venir a Dempsey, que puso nombre al tercer gol, a lo imposible, al bellísimo premio.

Cualquiera sabe qué sucederá ante España, si estos tipos llegarán saciados de descorchar botellas de champagne o si movilizarán los televisores de la Casa Blanca. Pero, independientemente de que salga el sol o caiga la noche, EEUU ha escrito un capítulo que no se olvidará. Crece con lentitud, pero cada campeonato se aprecia algo más, ya no es como cuando Donovan se cansaba de hacer regates, de jugar para él solo. Hoy ya no. Ahora, hay un grupo que habla su idioma y que ayer logró algo más que un resultado. Fue un sentimiento patriótico. El orgullo tuvo palabra, sí.

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