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El espíritu artificial

El Real Madrid vuelve a caer en octavos de la Champions

JOSÉ MIGUÉLEZ

El Madrid tardó seis minutos en cumplir el objetivo heroico al que le había animado, como en los viejos tiempos, su propaganda. Sólo necesitaba un gol para nivelar el resbalón de la ida, pero el madridismo se sintió a gusto evocando a Juanito y las lejanas mágicas noches europeas en el Bernabéu. Colocó un asunto trascendental, pero relativamente al alcance, en el mismo escalón que su biografía de imposibles.

Se encendió artificialmente, confundió a la grada, al equipo y al rival, les contó que dar la vuelta a una goleada en contra representa el mismo ejercicio de comunión ambiental que compensar un simple 1-0. Así que, en seis minutos, el Madrid alcanzó lo que en su entorno llamaban proeza. Y de repente se quedó sin trabajo.

Faltaba un gol, pero las tablas concedían aire para tomárselo con calma. Una tranquilidad finalmente nociva. Porque el Madrid vive mejor en las urgencias. Pudo aumentar su cuenta, jugó mejor una parte y gozó de ocasiones, pero no se vio con el aliento en el cogote y perdonó. Y el Lyon (es ahí donde se ve la diferencia entre la española Liga de dos y el fútbol del continente) ni se arrugó. No se creyó nunca el reclamo de los espíritus blancos, se mantuvo de pie y esperó su momento.

Lo encontró en la segunda parte, donde se permitió incluso dar un repaso colectivo ante una suma de individualidades. Y así, el Madrid que ama Europa sobre todas las cosas se quedó otra vez fuera. La final del Bernabéu, su final, ya no cuenta con él.

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