Este artículo se publicó hace 14 años.
De exhibirse a dormirse
Después de tener al Arsenal contra las cuerdas, la entrada de Walcott resucita a los ‘gunners’
Enrique Marín
Si a un amante del buen fútbol le dieran a elegir un partido, probablemente elegiría un Arsenal-Barça, los dos equipos con un estilo de juego más definido y refinado, y que garantizan un gran espectáculo.
Pero, al igual que dos no bailan si uno no quiere, al fútbol dos no juegan si uno tiene siempre la pelota. Eso es lo que parecía que iba suceder en el Emirates, donde el Barça llegó a ser tan superior que a su lado el Arsenal pareció un aprendiz, pese a contar con el deseado Cesc.
Sin embargo, cuando todo hacía presagiar que los azulgrana iban a dejar sentenciada la eliminatoria en Londres con 0-2 y una exhibición, Wenger movió ficha. El francés dio entrada a Walcott, que cambió radicalmente el decorado y el sino del partido. Aceptada la superioridad del Barça con el balón, el Arsenal empezó a buscarle las cosquillas con la velocidad del inglés. De él fue el 2-1 y él provocó que todo lo que estaba bajo control se convirtiera en un ida y vuelta, el escenario que menos le gusta a Guardiola.
Los partidos se ganan en el área rival y se pierden en la propia, pero, estando de por medio Arsenal y Barça, la primera disputa estaba en la posesión del la pelota. Tal y como había anunciado Pep, la intención del Barça desde que Busacca autorizó el saque de centro fue hacerse con el balón e ir a marcar goles.
Sólo una memorable actuación de Almunia evitó que los azulgrana cumplieran su objetivo en los minutos iniciales. Al cuarto de hora, el Barça sumaba nueve tiros a puerta, por ninguno del Arsenal.
Siendo parecidos en sus propuestas, mientras el juego de los de Guardiola es más posicional, el que predica Wenger es más al pie. Una especie de fútbol champagne, si sirve la traslación del rugby a la mano que juegan los franceses y que ha importado Arsène. Ahí y en la manifiesta superioridad técnica de los azulgrana radicó que el Barça monopolizara la pelota y obligara al Arsenal a jugar como ni sabe, ni le gusta.
Capeado el chaparrón inicial gracias a Almunia y al empeño de Ibra en caer continuamente en fuera de juego, los gunners parecieron sacudirse el avasallamiento al que le estaba sometiendo el Barça y Nasri por fin inquietó a Valdés. Fue espejismo. La presión del Barça en cuanto perdía la pelota era voraz y una vez más su mejor arma ofensiva.
Las recuperaciones rápidas y en campo contrario deses-peraban al Arsenal, privado de la posesión y, por ende, de cualquier opción de juntarse y desplegarse a través de él.
Sorprendió la sustitución de Arshavin por Eboué, posiblemente por algún problema físico y amonestado con una tarjeta fruto de la impotencia. Un saque en largo de Almunia delató la ansiedad del Arsenal por alejar el balón de su área y acercarse a la de Valdés. La lesión de Gallas, esta sí muy evidente, obligó a Wenger a mover banquillo y tablero. Entró Denilson y Song se retrasó un par de casillas.
Todo eran contratiempos para el Arsenal, aunque el hecho de que el Barça no hubiera impuesto en el marcador su superioridad sobre el césped permitió a los cañoneros llegar vivos al descanso, donde una vez más Guardiola tenía tarea: explicar a Ibra que controlara sus impulsos al tirar los desmarques. Todo lo que Almunia había evitado en el arranque del partido, lo descompensó en el inicio del segundo tiempo.
El navarro se quedó a media salida ante Ibra y este lo batió con una vaselina. Tras la breve y habitual cuota de protagonismo de Valdés, el sueco se ofreció a Xavi y aprovechó el gran pase de este para volver a marcar. 0-2 y el Arsenal contra las cuerdas.Pero entonces salió Walcott, que evitó transiciones largas y cuya verticalidad fue como un cuchillo.
El inglés acortó distancias y un penalti de Puyol sobre Cesc, que le costó la roja, permitió al Arsenal salir con vida del Emirates y viajar al Camp Nou con opciones. Cesc no estará en la vuelta, al igual que Puyol y Piqué. Con pocas noticias de Messi, el Barça pasó de exhibirse a dormirse y veremos si lo paga, pues Walcott demostró que el fútbol champagne del Arsenal tiene su cara B.
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