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Federer, el maestro de los maestros

El suizo vence a Tsonga

G. CABEZA

Maestro. No hay mejor palabra para definir a Federer. El resto aspira pero no concreta. Nunca serán como él y harán lo que ha hecho él porque el suizo es la pauta a seguir, la definición del tenis. Este domingo venció la Copa de Maestros por sexta vez, nadie antes lo ha logrado tantas veces. Una vez más Federer coloca el listón más alto que el resto de los mortales. Lendl y Sampras, otro par de enormes jugadores, se quedaron en cinco.

El gran maestro jugó su final cien en el circuito. Federer ha dominado en una época en la que los mejores están obligados a jugar los torneos más importantes y no pueden planear su calendario para evitar a los mejores de su tiempo. El suizo, con esas reglas de juego, ha ganado 70 torneos. En esa lista hay seis Copas de Maestros y 16 Grand Slams. Esta temporada, la peor de su carrera desde 2002, ha terminado sin llevarse ningún grande, pero con 17 victorias seguidas al final de año demostrando que el talento está ahí aunque ya no pueda utilizarlo con el vigor de otros tiempos.

Hoy la víctima fue Tsonga, que empieza a acostumbrarse a caer ante el coloso suizo. El francés perdió en los cuartos del Abierto de Estados Unidos y en la final de París. Sus esfuerzos son importantes, es un muy buen jugador de tenis, algo nervioso, algo despistado, siempre duro y correoso. Se mueve bien y pega de maravilla pero sus formas no demuestran la perfección que emana Federer en todos sus movimientos.

El suizo perdió el segundo parcial y en algunos momentos fue a remolque, pero supo imponerse. Sigue siendo impresionante verle subir a la red. Federer no corre, se desliza por la pista como una bailarina y, cuando llega al final de su campo, empuña la raqueta desde el final del mango, como un espadachín el sable. Lanza un pie adelante, estira el brazo y golpea. Lo repite una y mil veces y siempre le sale igual, su mecánica es perfecta, suave, contundente y letal. Es un golpe, una muestra de su incontenible talento, una manera de ganar los partidos desde la estética y la contundencia. Y Tsonga miraba, construía, lo intentaba. Servía intentando ganar, con la fuerza que a él le caracteriza. Pero no se engaña el de Le Mans, sabe que en realidad no puede. Porque Federer, en los cada vez más escasos días buenos, es un huracán para el que no existen muros.

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