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"Un futbolista gana millonadas; yo hago historia y nadie me lo reconoce"

El sevillano Josué Brachi, esperanza de la halterofilia española, acaba de lograr la primera plata masculina de nuestro país en un Europeo. De pequeño ponía en práctica con su hermana el kárate que aprendía y sólo el deporte evitó que fuera un joven conflictivo

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El halterófilo Josué Brachi, en un momento de su entrenamiento. ALMUDENA TOMÁS

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-BUM

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Josué nunca lo vio competir en directo, pero aún guarda fotos y cintas VHS de alguna competición en Alemania. “Deben ser de los primeros VHS que debieron existir”, se ríe. Su carcajada y su gracejo andaluz se escuchan en toda la sala.

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Calienta primero con una leve y fina barra amarilla y después con una de veinte kilos para estirar bien la espalda y los brazos y evitar lesiones. Primero entrena la arrancada, en la que, de una tacada, levanta la barra con decenas de kilos a cada lado desde el suelo hasta por encima de los hombros. “Es lo más explosivo y técnico que hay en nuestro deporte”, explica, mientras descansa en un banco de madera pegado a uno de los espejos que decoran las paredes del local. El firme está revestido de caucho, lo que provoca que cada vez que sueltan las pesas reboten medio metro, como si fueran pelotas de goma.

A Josué, sin embargo, más que una beca, le gustaría un trabajo fijo para cuando sus días de halterófilo lleguen a su fin. “Éste no es como otros deportes que te permiten retirarte tranquilo. Cuando acabe tengo que seguir estudiando y trabajando como uno más. La diferencia es que los que no han sido deportistas de élite tienen una experiencia laboral y se han podido formar con unos estudios. Yo no, porque realmente he estado trabajando para el Estado, aunque no lo reconozcan”, lamenta. Cuenta con envidia, y no sana, que en otros países, como en Italia, los halterófilos son policías, bomberos o militares. O que en estados como Turquía reciben tanto dinero por lograr premios internacionales, como el que él acaba de conseguir, que les solucionan la vida para siempre. “Y yo soy un afortunado porque tengo mi trabajo. Pero si ahora no hay empleo para gente con carrera, los que, como yo, nos hemos sacrificado durante diez años para estar aquí y no nos hemos formado, tenemos aún menos posibilidades”.

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Son un grupo muy unido. Saben que si no se animan, que si no se preocupan por ellos, apenas nadie lo hará. Se sienten marginados, como buena parte del deporte patrio. Todo lo que no sea fútbol de élite, prácticamente. “Desgraciadamente es porque no movemos tanto dinero y fama”, lamenta. “Estoy aquí entrenando muchas horas hasta que un día logro algo. Al menos, reconocédmelo, porque me haría sentir completo. Y no que muchas veces pienso que estoy haciendo historia pero nadie me lo reconoce. Que estoy en lo más alto y que nadie se fija en mí. Una persona que le da una patada al balón para meterlo entre tres palos está ganando millonadas y entrenan una hora y media al día. Yo aquí me paso muchas más, estoy haciendo historia y nadie me lo reconoce”.

Vuelve ahora a sentarse en el banco y se envuelve las rodillas de vendas antes del último ejercicio, el dos tiempos, que consiste en levantar la barra hasta el cuello y de ahí por encima de la cabeza.

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