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"La gente se mofaba de nosotros en el pelotón y nos decía '¿adónde vais?"

Hace treinta años, en el Tour del 83, hubo dos locos que asaltaron los Pirineos contra pronóstico; a uno, Perico Delgado, le conocemos todos; pero el otro, Ángel Arroyo, que fue segundo, nunca se dejó conocer

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Fue en un día como el de hoy, en el que vuelven los Pirineos. La diferencia es que sucedió hace treinta años, en el verano de 1983, casi contra todo pronóstico. José Miguel Echávarri era el director de aquel Reynolds que llegaba al Tour de Francia suspendido por el pesimismo. Tenía nombres como Arroyo, Delgado o, quizá, Gorospe, que parecían demasiado jóvenes, demasiado lejanos o demasiado inexpertos. "Entonces hablar del Tour en el pelotón español era como mencionar al diablo". Los viejos triunfos de Bahamontes (1959) y Ocaña (1973) ya eran agua pasada. La última victoria de etapa retrocedía al año 1978, propiedad de Miguel María Lasa. Por eso Echávarri, que entonces tenía los mismos años que su hijo tiene ahora, jamás olvidará las voces que le decían que se quitase la idea del Tour de la cabeza: "La gente se mofaba de nosotros en el pelotón y nos decía: '¿adónde vais?'".

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Pero era una pregunta sin miedo al fracaso, porque entonces los ciclistas españoles no tenían la responsabilidad de la victoria que ahora tiene Alberto Contador. "Cuando me veo en las fotos de aquella época, me entran temblores y me pregunto: cómo me atreví, qué ingenuo fui...", explica siempre Echávarri. "Porque aquel Tour era una utopía. Pero es que, si se piensa realmente, la utopía es el hilo de cualquier proyecto. Es un acto de fe, creer en lo que no ves. Creer en algo en lo que sólo puedes poner tu confianza como cuando comenzamos con Reynolds y no dejábamos de preguntarnos: '¿Y esto adónde nos llevará?".

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Ángel Arroyo era entonces un ciclista de 26 años. En realidad, era más fácil de reconocer que los de ahora. Los ciclistas entonces llevaban gorra, no casco. O no llevaban nada. Arroyo, además, tenía un buen palmarés, aunque nada comparable a lo que significaba el Tour. El caso es que él no sentía miedo. "Yo siempre recordaré un año antes en el que el periodista Chico Pérez nos puso un reportaje a los miembros del Reynolds en Candanchú y nos preguntó: '¿vosotros queréis ir al Tour?'". La respuesta fue general. "Contestamos que sí como locos y un año después estábamos allí como si fuésemos el invitado pobre".

Arroyo recuerda que la organización presentó al Reynolds en "el último lugar en la parrilla de salida, como si no tuviésemos nada que hacer". Pero la realidad fue otra, sobre todo a partir de la décima etapa, en la que se subieron cuatro puertos míticos de los Piríneos: Aubisque, Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Y fue precisamente, bajando el Peyresourde, cuando Perico Delgado se jugó la vida en persecución de Millar. Las cámaras de televisión de la carrera captaron esa imagen en la que Perico desafiaba a la locura. Se inclinaba al máximo hacia adelante, con el culo elevado y la cabeza sobresaliendo del manillar de la bicicleta. Desde entonces, en un Tour que parecía una utopía, se fraguó para siempre el mito de Perico Delgado. Tenía 23 años y su simpatía nos cautivó rápido.

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El diario L'Equipe lo bautizó como 'el loco de los Pirineos'. Todo eso tuvo una trascendencia impensable para la España de hace treinta años. De repente, TVE mandó a enviados especiales para retransmitir la carrera en directo. Fueron las inconfundibles voces de Ángel María de Pablos y Emilio Tamargo las que se hicieron cargo de ello. Las previsiones de Echávarri habían superado la lógica. "En aquella época, el ciclismo estaba tan mal que por poco que se hiciera teníamos la garantía de que íbamos a mejorar". Pero es que, en realidad, se hizo demasiado en ese verano del 83. La vertiginosa imagen de Perico bajando el Peyresourde fue bastante más allá. Porque, a pesar de que luego Perico sufriese una pájara en la Croix de Fer, en la que perdió 25 minutos, no pasó tanto.

En ese romántico Reynolds apareció Ángel Arroyo, que fue el único hombre capaz de plantar cara a Laurent Fignon. Máxime tras ganar en la cronoescalada del Puy-de-Dóme. Al final, Arroyo fue segundo de la general lo que, antes de empezar la carrera, parecía un milagro. Otra cosa es que con el tiempo no se diese publicidad a ese segundo puesto que, en realidad, enterró para siempre los prejuicios del Tour en España. De hecho, a veces parece que su segundo puesto nunca existió. "Pero es que mi personalidad tampoco acompañaba", recuerda ahora Arroyo. "Yo siempre fui como fui. No tenía la simpática de Perico. Me gustaba el ciclismo, pero no me gustaba lo que había alrededor. No era un hombre fácil para la prensa, no tenía esa gracia..., y conste que no me arrepiento. Yo acabé encantado con el ciclista que fui".

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Ángel Arroyo es ahora un hombre, que va a cumplir 57 años, con dos hijos, la mayor "a punto de casarse, aunque lleva años viviendo en pecado". Arroyo vive de tres lavaderos que tiene de coches "en Ávila, Segovia y Villalba". Trabaja más que nunca. "Antes, tenía seis empleados y ahora cuatro". De hecho, cuando hablamos con él, cerca de las diez de la noche del jueves, le cogimos "más afixiado que subiendo el Tourmalet". "Acabo de terminar de trabajar y todavía no he hecho la caja". Aun así, su memoria tiene tiempo de retroceder, porque disfruta al hacerlo, a ese Tour de 1983 que Echávarri define como "una bendita locura". La primera locura quizá estuvo en las ganancia de Arroyo por el segundo puesto del Tour. "Si mal no recuerdo, Perico y yo no cobramos nada. El dinero que ganamos lo repartimos entre los gregarios que tocaron a unas 200.000 pesetas (1.200 euros) cada uno, porque nosotros, íbamos a amortizar nuestro caché, en los Criteriums". El caso es que con el tiempo Ángel Arroyo Lanchas, castellano de pura cepa, nacido en El Barraco (Ávila), se dio cuenta de lo que hizo ese verano en Francia.

"Sinceramente, yo no di gran importancia a mi segundo puesto. Fue en el Tour del 87, cuando Perico acabó segundo tras Stephen Roche cuando vi toda la cancha que se le estaba dando y me dije a mí mismo: "'...pero, joder, si esto ya lo has hecho tú!". Y fue hace treinta años cuando, efectivamente, Arroyo demostró que el Tour entraba dentro de lo posible y que se podía volver a escuchar el himno español en París. Desde entonces, ha ocurrido a menudo.

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Siempre han existido ciclistas españoles entre los favoritos como sucede ahora con Alberto Contador. Naturalmente, no es posible que Alberto lo recuerde porque en el verano del 83 acababa de cumplir seis meses y, además, era otra época. Las bicicletas no se parecían en nada a las de ahora. "Los desarrollos, sobre todo los desarrollos es lo que más ha cambiado", incide Arroyo. "Entonces los corredores también nos lavábamos los maillots en los hoteles. Era horrible". Pero aun así ese Reynolds fue capaz de presentar batalla al poderoso equipo Renault en el que Fignon se anticipaba como una alternativa a Bernard Hinault, lesionado aquel verano. Hoy, sin embargo, Fignon ha fallecido, lo hizo en 2010, a los 50 años, aunque Arroyo siempre tendrá un recuerdo para él. "Le vi unos meses antes de morir en el Tourmalet, estaba en los huesos y me acuerdo que decía que le dolía todo el cuerpo... No se parecía ya nada al hombre que había visto cuatro o cinco años antes y estaba muy engordado..., pero esto es la vida..."

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