Al final, se clasificó el Getafe y no sufrió tanto como se imaginaba en el último minuto de la primera parte. Entonces salió lo peor de Ustari, un portero que no sabe vivir en paz. La crónica ya es muy familiar: o lo para todo o no para nada.

El caso es que esta vez se tiró al agua, desmereció el penalti que acababa de detener y facilitó el trabajo a Aduriz. Con ese gol, el Mallorca quedaba a uno de las semifinales. A los cinco minutos de la segunda parte, el suspense amenazó con tragedia en el Coliséum. Rubén falló un gol con toda la portería para él. Pero Rubén es defensa y en el área ajena su cabeza se llena de aguardiente. No volvió más el Mallorca.

Ante la amenaza, Míchel tiró de Pedro León para sacar de dudas a un Getafe que ni se sentía dueño de su destino ni capitán de su alma. Y todo cambió a partir de entonces, porque hay gente que impone sólo con el apellido. Y el Mallorca no acercó más veces la pelota al área de Ustari y miren que es como los niños pequeños: una lotería.

El Getafe también tenía a Boateng y a Casquero, y entre los dos sacaron el libro de ruta. Uno puso las piedras en medio campo (imaginen quién) y el otro (Casquero, claro) enseñó esa mirada asesina, que sentenció que esto se tenía que quedar en casa. Muy a última hora, Aouate salvó dos goles claros de Albín y Pedro León, pero tampoco tuvo mayor influencia. A esa hora, el Mallorca ya había dimitido. Había salido Keita para contestar a Boateng, pero no fue suficiente. A sus mejores futbolistas ya no les quedaba inspiración.