Este artículo se publicó hace 14 años.
El Getafe cae con honor
El desacierto de los azules y la actuación de Palop meten a un Sevilla en la final de la Copa
Desde el área pequeña al principio y a base de enrabietados disparos lejanos al final. Por tierra, mar y aire, el Getafe asedió sin fortuna al Sevilla. Con un fútbol primoroso durante muchos minutos, sin fuelle en el tramo final, sólo la mala suerte, el desacierto y la actuación de Palop privaron a los madrileños de una final de Copa que merecieron.
A la media hora, Palop,desesperado, se agarró al poste derecho y, de espaldas al terreno de juego y mirando al infinito, lo agitó una y otra vez, como queriendo arrancarlo. Fue una reacción espontánea y primitiva, una vía de escape para la impotencia provocada por el vendaval azul que arrasaba sin remisión su área. Un grito a la noche y a sus compañeros. Un rugido de petición de auxilio ante la embestida del Getafe.
La conjura del equipo madrileño para remontar el injusto 2-0 de la ida no era una fanfarronada. Y la fidelidad a un estilo tantas veces proclamada por Míchel, tampoco. Con los mismos argumentos que merecieron mejor suerte en el partido del Sánchez Pizjuán, los getafenses desarmaron al Sevilla, un conjunto que nunca pareció creerse la holgura de su ventaja.
El contraído rostro de Jiménez transmite una tensión perenne
El empuje de la pareja Boateng-Casquero, la dirección de Parejo y las puñaladas de Pedro León por la banda derecha amenazaron con voltear la semifinal en tiempo récord. Sin embargo, como ya sucedió en la capital andaluza, el Getafe derrapó en su nula puntería hasta acabar estrellándose con Palop, de nuevo impecable.
En apenas un cuarto de hora, Soldado, Casquero y Parejo encadenaron un rosario de ocasiones de gol que espolearon a su equipo, encendieron la grada y empequeñecieron aún más al Sevilla. El grupo de Jiménez, un entrenador cuyo rostro contraído transmite una tensión permanente, se echó en brazos de Jesús Navas, su única solución.
Navas, sostén andaluzEl joven extremo, lastrado hasta hace poco por ciertos problemas de debilidad psicológica, parece curado del todo. Ayer fue el único que desaceleró las acometidas del Getafe a base de bajar a buscar el balón, retenerlo con elegancia, subirlo en solitario con criterio e, incluso, amenazar con un par de incursiones. Una de ellas murió en un intencionado taconazo de Perotti que estuvo a punto de sellar la semifinal.
La conjura del equipo madrileño para remontar no era humo
Auxiliado por Navas, el Sevilla boqueó y tomó aire. Pero no supo serenarse. Ni encontró sosiego en el banquillo. Todo lo contrario. Jiménez,desatado, pidió la expulsión de Boateng tras un choque inocuo e Iturralde, otro dechado de histeria, le expulsó. El espíritu del equipo, que parecía renacer, siguió la estela de su entrenador y abandonó el césped con la misma tristeza con la que se había presentado.
Y así, con idéntica galvana, afrontó la segunda parte. Esta vez, el Getafe no tuvo que apretar. Apenas amagó con el primer golpe, llegó el gol. La enésima combinación local y otro mal rechace de la defensa fue aprovechado por Soldado para iluminar por fin la esperanza verdadera deremontada.
Paradójicamente, cuando por fin se entreabrió la puerta, el Getafe no se atrevió a entrar. Miró una y otra vez, pero sin la fe ni la claridad exhibidas en el primer tiempo.El desgaste físico de los azules y la entrada de Duscher confluyeron para ir desangrando al conjunto de Míchel en un tramo final que desnudó con crudeza la cara más cruel del fútbol. Sólo faltó el gol del Sevilla, Navas erró con toda la portería para él, pero el destino no quiso ensañarse más con un equipo que dijo adiós a la Copa con todos los honores. Con el orgullo de la honradez.
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