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La gran cantada de Abel

El Atlético, desastroso en defensa, empata ante el Oporto y se obliga a ganar en Portugal para pasar a cuartos. El técnico rojiblanco tira el partido al sustituir al Kun cuando ganaba 2-1

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

Nadie mejor que Abel Resino, reputado portero en su época, para conocer el significado de una pifia histórica. Sólo los guardametas, héroes o villanos siempre solitarios, saben de fallos que figuran impresos eternamente en la memoria. Abel, hoy entrenador, cometió este martes una cantada que le perseguirá siempre. Cuando el equipo, tras un desastroso primer tiempo, ganaba 2-1, decidió prescindir del Kun. Desconcertó a los ya desorientados jugadores, desmoralizó a la afición y facilitó el empate del Oporto, un resultado que es un tesoro.

Agüero tiene que jugar siempre. Con fiebre, dolorido o con esa nueva y extraña patología llamada paternidad. Incluso cojo. Su presencia se antoja decisiva en cualquier equipo. Y en el actual Atlético es imprescindible. Aun lejos de su mejor forma, el argentino ilumina la oscuridad con sus fogonazos. Cada vez que aparece, algo se mueve en un equipo que huele peligrosamente a muerto.

Fue Kun quien abrió la puerta de la esperanza. Tuneló la poderosa línea central de la defensa mediante una diagonal, delicada y sibilina a la vez. Maxi, atento, sólo tuvo que poner con criterio la bota para hacer madrugar al marcador.

Toda ilusión necesita ser mimada. Más aún, cuando es un bien escaso. Un sentimiento que parece haber huido del Calderón hace muchos años. Por eso, hay que poner especial énfasis en conservarla cuando, tímidamente, asoma tras un poste. Ni lo hizo el equipo ni, mucho menos, el encargado de dirigir el grupo. Los futbolistas no dieron una a derechas y Abel asesinó la alegría cuando sustituyó al Kun.

El Atlético circulaba con la exigua ventaja que le regaló un desgarbado y hundido, después de un enorme pifia, Helton. Ganaba 2-1, se aprestaba a buscar una heroicidad descontrolada, empujado más por la grada que por su fútbol inexistente.

De pronto, en un suspiro, el ruido cesó. Algunos se echaron las manos a la cabeza, otros se miraron incrédulos y, los menos, emitieron un grito de rabia al cielo de Madrid. Abel, el entrenador que prometió levantar las alfombras rojiblancas para airear y limpiar la negra herencia de Aguirre, decidió segar la débil esperanza. Sacó del campo a Agüero y, salvo improbable heroicidad en el partido de vuelta en Portugal, echó al Atlético a la cuneta.

Sí, Kun apenas apareció tras crear el primer gol. Intentó dos controles con la mano, ambos señalados por el árbitro, se peleó hasta que pudo con los centrales y poco más. Pero su fútbol superior le habilita casi siempre, y más en un equipo que no tiene casi nada. Si los madrileños certifican su eliminación, el delantero argentino llevará para siempre clavadas en el corazón dos puñaladas: la de Liverpool, cuando el despedido técnico mexicano le humilló vistiéndoles de suplente en la catedral de Anfield, y el de este martes.

Nada indica que el Atlético sea capaz de plantarse en cuartos de la Champions. Entre Aguirre y Abel han machacado a su máxima estrella y ambos presentan un balance táctico deplorable. Un desplome en el que no se atisba fin.

 

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