Este artículo se publicó hace 12 años.
Un héroe en la monotonía del pueblo
Pablo Infante, el líder del Mirandés, asalta ahora al Espanyol
Ayer por la mañana, José Ignacio Barquín Santos, que podría ser un personaje de una novela de Delibes, estuvo en la sucursal de Caja Círculo de Quincoces de Yuso. "Fui a hacer el ingreso de la caja del domingo en la gasolinera". Su responsable es su único empleado: Pablo Infante, un tipo que no se parece a ninguno de los 120 habitantes censados en el pueblo. A la tarde, iba a coger un avión con destino a Barcelona. Juega esta noche en Cornellà los cuartos de final de la Copa. De nuevo, liderará esa causa tan bella en la que se ha convertido el Mirandés y que, naturalmente, ha revolucionado Quincoces, en el valle de Losa. "La gente se ha volcado con Pablo. Han puesto hasta pancartas en la fachada de su sucursal".
José Ignacio Barquín es el encargado de la estación de servicio de un pueblo donde jamás vivió una estrella del fútbol. Quincoces no reúne esas condiciones. "Sólo tenemos un centro de salud, el colegio, cuatro bares y un supermercado". Pero entre sus casonas solariegas y tierras de labranza, se registra Pablo Infante, el hombre que ha revolucionado la Copa. Un tipo que responde a un perfil discreto y que vive sin compañía en Quincoces. Llegó hace casi dos años para trabajar en la sucursal de Caja Círculo, levantarse a las siete de la mañana y cumplir un rígido horario hasta las dos y media. Cada día tiene la misma pinta: viste traje, corbata y no se excita ante el poder de la gramática. Los goles de Copa han dinamitado su vida. José Ignacio volvía a insistirle ayer. "¿Qué crees que puedes hacer en Cornellà?" Pero encontró la misma respuesta de siempre. "Es tímido, no le gusta hablar de él, y encima ayer estaba algo griposo".
Vive en Quincoces de Yuso, en el que sólo hay censados 120 habitantes
Pablo Infante, de 31 años, quizá sea un hombre novelesco. Un personaje que en estos días parece increíble. Aún más para los habitantes de un pueblo, que a veces resulta aburrido. Ante la monotonía de las horas, la gente habla sin parar del tiempo y se acuerda de aquel invierno que hizo leyenda. "Llegamos a -28º". Algo que no ha ocurrido este año en el que ha llovido, lo que se nota en el caudal del río Jerea, pero no ha nevado. Y Pablo Infante lo agradece, porque sabe lo que es conducir en carreteras heladas, nocturnas y secundarias. Es la fuerza de la costumbre que relata una vida que, contra pronóstico, ha conocido sus ascendencias literarias. Nada de eso rebela a Infante contra el pasado. Por eso disfruta de lo que tiene y no de lo que podría tener. "Estoy a gusto de estar en el Mirandés, un club que en los últimos siete años siempre me ha pagado al día".
Pablo, casado y sin hijos, vive solo en Quincoces en una casa de Caja Círculo. Su mujer está en Burgos. Pero hay vidas que se atan al sacrificio. El martes pasado, tras eliminar al Racing en El Sardinero, Pablo volvió a casa a las dos de la madrugada. El éxito fue colosal. A la mañana siguiente, sin embargo, no había cambiado nada. Pablo Infante tampoco lo esperaba. En el silencio habita su inteligencia. Por eso los sueños de fútbol nunca riñen con el despertador. "Volví a levantarme otra vez a las siete". La mañana, sí, tuvo un aire festivo en la sucursal. El futbolista, como en la noche del Villarreal, recibió más felicitaciones que cualquiera de sus 31 cumpleaños. Pero a mediodía regresó a casa y se preparó su propia comida. A las cuatro, cogió el coche e inició el viaje de todas las tardes hasta Miranda. Una rutina sin drama que los números expresan como buenos chicos. El sacrificio es así. "Mi coche tiene dos años y 92.000 kilómetros".
En un Opel InsigniaTrabaja él solo en la sucursal de Caja Círculo, en el centro del pueblo
José Ignacio es el hombre que conoce el depósito de gasóil del Opel Insignia de Pablo como su propia mano. Pero también ha aprendido a conocer al futbolista. "Siempre habla en primera persona del plural, hemos hecho', ya veremos". Los goles de Copa no han cambiado ese lenguaje. El misterio forma parte de un hombre que ha descubierto tarde su madera de héroe. En eso no se parece a Gervasio García de la Lastra, el mítico personaje de Delibes. No se parece y no quiere parecerse. Su lenguaje tiene "los pies en el suelo", sin nada que reprochar al pasado. Por eso no acepta preguntas intrigantes. Su declaración es fría y cortante, como el invierno castellano. Su voz tampoco ha cambiado en las emisoras de radio. "No tengo ni idea de lo que cobran mis compañeros, pero en la plantilla hay gente de Canarias, de Elche... No creo que vengan para perder dinero".
Son las cuatro de la tarde en Quincoces, en el corazón del valle de Losa. La temperatura señala tres grados. El cielo está nublado y avisa de una noche imperdonable que esta vez no espera el regreso de Pablo Infante. Ha cogido un avión para jugar esta noche en Cornellà frente al Espanyol. Como su vida se sale de la lógica, el pueblo espera algo tan grande que excita la imaginación. Hoy, es día del espectador, pero nadie cogerá el coche para ir a Bilbao, "que es donde está el más próximo". José Ignacio Barquín, tampoco. A los 29 años, quién se lo iba a decir, ya sabe que la historia no siempre pide permiso.
Lleva toda su vida en Quincoces, pero no sería un secundario en la novela de Delibes. Tiene esa energía de los jóvenes de pueblo. También sabe que existen misterios más altos que el de la Cueva del Agua o el río Jaerte. Pablo Infante es uno de ellos. Él tiene la culpa de que periodistas nacionales hayan repostado carburante en la gasolinera en la que Barquín ve pasar la vida. "Aquí apenas se hablaba del Mirandés, pero ahora ves banderas del equipo hasta en los coches". Todo eso impresiona en un pueblo, que ni imaginaba que, entre sus brazos, existía un futbolista de ese talento. Pero existe, aunque él no acepte esas hipótesis. "Tienen poco sentido común".
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