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Juanfran se lleva la pedrea

El Atlético empata en el último suspiro un partido que el Rennes ganaba y gobernó por físico casi siempre

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Manzano se entregó a Juanfran en los últimos diez minutos. La situación pintaba mal, muy mal. El Rennes ganaba y lucía musculatura defensiva, no sufría. Y el Atlético ni se encontraba ni aparecía, vagaba. Así que el entrenador abandonó cualquier esperanza de ortodoxia y decidió tirar al aire ya la moneda imprevisible de quien se la juega por su cuenta, el futbolista del regate porque sí. Y aunque no por esa vía, la fórmula le salió. Porque fue Juanfran quien estaba en el segundo palo al final de un pase desesperado de Reyes, con la derecha y desde la derecha del área, tras un córner sacado deprisa y en corto por Diego. La defensa francesa no se había montado aún para contestarlo y, pese a la carga de precipitación, los madrileños encontraron ahí el empate. Un botín excesivo para sus méritos en Rennes.

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El Atlético no fue el del Camp Nou, pero tampoco el de las goleadas en el Calderón. Manzano avanzó que, como quería ganar, esta vez sí saldría con los mejores (lo que le deja aún peor por sus elecciones en Barcelona). Y entre los mejores, según su versión, no estaba Reyes, así que confirmó oficialmente lo que antes sólo eran indicios: el sevillano lo va a pasar mal este curso. El milagro de Quique Flores se acabó. Reyes se le ha caído a Manzano, que ni le ve, ni le entiende. El 10 es carne de banquillo y quizás de depresión.

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El Atlético no fue el del Camp Nou, pero tampoco el de las goleadas en el Calderón

Pero con Reyes o sin él, el Atlético no funcionó. No perdió las ganas de protagonismo y de pelota de los nuevos tiempos, pero tampoco se ganó el control. El Rennes, muy atlético, le puso obstáculos por físico y velocidad. Así que la realidad del partido confirmó la pulla de Antonetti, el técnico de los franceses, que rebajó en la víspera con mala intención el potencial del Atlético. Un equipo del montón, eso sí muy coreado por la propaganda. Mitad de la tabla de la Liga francesa. Y, efectivamente, los de Manzano no demostraron ser más que eso.

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Echó en falta el Atlético sobre todo a su faro, el jugador llamado a dirigir todas las operaciones. Diego estuvo bajo de físico y de ideas. O corre raro o unas molestias le obligan a cojear. Sólo un disparo en la segunda mitad y la picardía para sacar el córner redentor en rápido. Poca munición para lo que se espera de él.

Tampoco irrumpió Falcao, que ya había avisado los días anteriores que su hábitat es el área. Fuera de ella es un jugador tirando a vulgar. Pero dentro es un puñal. Esta vez no. Las dos veces que le dejaron solo, una Adrián y otra Arda, perdonó como no lo insinúa su reputación.

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Todo ese potencial ofensivo, las llegadas del Tigre y el tiro de Diego, ocurrió a la vez, en los cinco minutos posteriores al zapatazo de Montaño envenenado de gol por el cuerpo de Domínguez. Un tanto que los franceses se habían ganado por intensidad y capacidad de incordio. Pudieron aumentar su cuenta, sobre todo tras la entrada de Pitriopa, un rayo. Llegaron los apuros y hasta la angustia. Y al final, tras un aviso de Salvio, llegó el gol de Juanfran. La lotería.

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