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La marea roja inunda Madrid

Cientos de miles de personas desafían el calor y homenajean a los campeones del mundo

HUGO JIMÉNEZ

'El poder de La Roja conquista el mundo', rezaba el cartel que presidió el escenario donde los campeones del mundo se entregaron, al ritmo marcado por Reina, a la multitud congregada a orillas del Manzanares. Aún con los ojos rojos, de llorar y trasnochar, cientos de miles de personas tomaron ayer las calles de Madrid para festejar el Mundial conquistado por La Roja. Era el único título que se le resistía a un país de tanta tradición futbolística, y el pueblo salió en masa para recibir a sus héroes. La magnitud de la manifestación de alegría general fue tal que resulta imposible cuantificarla. Las cifras, como siempre, bailan, pero es lo de menos. Medio millón, uno, dos... qué más da. La que bailó de verdad fue una multitudinabarcable que dejó con la boca abierta a los jugadores, alucinados desde la privilegiada atalaya del autobús descapotable que surcó el ardiente asfalto del centro de la capital.

A las 14.55 horas el Airbus procedente de Johannesburgo aterrizó en el pabellón de Estado del aeropuerto de Barajas. Los jugadores, desde las ventanillas, miraban asombrados cómo cientos de operarios del aeródromo los recibían enloquecidos al grito de 'campeones'. Ya en el hotel Barajas, donde los futbolistas hicieron una primera parada para reponer fuerzas y comer algo, más de 500 seguidores esperaron en la entrada a los triunfadores de Suráfrica. Las ganas de la gente de festejar con La Roja provocaron que Madrid se colapsara toda la tarde. La carretera que sale de Madrid en dirección a Barcelona (A-2) y todas sus inmediaciones quedaron atascadas desde la salida del autobús que trasladó a los jugadores del hotel al Palacio Real.

El autobús de la selección fue dejando un inolvidable reguero de felicidad en cada metro de humeante alquitrán, en cada centímetro de acera donde se levantaba una bandera, una camiseta, una gorra, una mirada ilusionada. Hubo seguidores que pasaron ocho horas al sol para poder coger un buen sitio desde el que ver pasar fugazmente a sus ídolos. 'No importa ni el calor ni el cansancio, esperaré aquí las horas que haga falta para tener lo más cerca posible a Casillas', decía Marta, una chica de Jaén que aguardó desde las 4 de la tarde, a puro fuego solar, en primera fila del escenario de Príncipe Pío donde acabó el recorrido de la expedición.

A las 17.45 el autobús llegó a la plaza de Oriente y accedió directamente al Palacio Real por la plaza de la Armería. Los 500 aficionados que esperaban a los jugadores apenas pudieron verlos. El rey Juan Carlos saludó uno a uno a los internacionales a la mayoría con un abrazo y les dirigió unas breves palabras: 'Sois un ejemplo de esfuerzo y espíritu de superación para las nuevas generaciones, la selección demuestra la capacidad que tiene España para lograr juntos los éxitos'. Tras las fotos oficiales y un refresco, la comitiva siguió ruta hacia el palacio de la Moncloa.

En el patio interior del edificio presidencial más de 1.000 personas en su mayoría familiares de funcionarios, dieron color a la fiesta junto a los jugadores. Iniesta, Casillas y Villa fueron, por goleada, los tres más aclamados. El presidente del Gobierno recibió a los internacionales y, tras saludarlos a todos, levantó la Copa del Mundo. '¡Que bote Zapatero!', coreó la gente. Y Zapatero, feliz, botó.

Para feliz, Álvaro, uno de los hijos del seleccionador, Vicente Del Bosque, que tiene síndrome de Down y es el ojito derecho de su padre. Tanto que este, siempre discreto, ya advirtió, no sin sonrojo, que le había prometido subirle al autobús en caso de título mundial, y así lo hizo. En uno de los momentos más emotivos del día, por la dicha del chaval y la enternecedora turbación del padre, Álvaro hizo sonreír a todo el país al levantar con brío la dorada Copa del Mundo.

A continuación llegaron los discursos. 'Deseo felicitar a los 23, al cuerpo técnico y a la Federación. Han hecho un trabajo descomunal. La Copa la han ganado ellos, pero también es de todas las generaciones que lo intentaron', comenzó el presidente. 'Han ganado por ser los mejores, por jugar en equipo, por el juego limpio y por esa buena actitud y saber estar en el campo y fuera del campo'.

Y tuvo un gesto muy especial con un jugador, su predilecto: 'Sé que el capitán me va a permitir que haga referencia a una excelente persona que cuando marcó se acordó de alguien que ya no está [Jarque, jugador del Espanyol fallecido hace un año]. No hay mejor referencia para la juventud que Iniesta, por su calidad personal y su talento'.

'Si lo sé no marco el gol replicó el de Fuentealbilla. Os doy las gracias por el recibimiento y que sepáis que esta copita es de todos'. Él, Casillas y Villa fueron los que más complicidad mostraron con Zapatero.

A partir de ahí, la locura colectiva en dos autobuses descapotables. En el primero, los jugadores, y detrás, los miembros de la Federación. Ataviados con banderas españolas, de Catalunya, de Asturias, de Córdoba... los futbolistas se dejaron calentar por los aficionados y, juntos, protagonizaron una fiesta multitudinaria e interminable. Reina, como siempre, animó el cotarro. Casillas y Torres, madrileños, encabezaban la expedición. El Niño, vestido con la camiseta del Atlético. Ramos, detrás, portó un bombín con los colores de España. Cánticos, botes y mucha juerga.

El autobús apenas podía transitar las calles, pobladas de familias que invadían las aceras. Llegó a la Plaza de Moncloa, donde la espera provocó una invasión momentánea de la calzada por parte de los más impacientes, y siguió hacia la plaza de España, Gran Vía, Cibeles, Neptuno, Atocha y Puerta de Toledo, hasta llegar a la explanada de Príncipe Pío, donde terminó el recorrido. Durante el mismo, gritos, histeria, cánticos, varias lipotimias y millones de fotografías en doble dirección: del suelo hacia el autobús y viceversa.

Gran Vía fue, como en los grandes estrenos de cine, la más inmensa alfombra roja del universo. En Cibeles, varias personas que saltaron la valla del Banco de España para coger sitio sufrieron lo indecible para poder abandonar su voluntaria cárcel cuando llegó la selección. En la Puerta de Toledo, la gente esperó pacientemente en grupos bien provistos de agua y cerveza, mucha cerveza.

Fue tal la aglomeración que el Ayuntamiento de Madrid hizo un llamamiento público para que no acudiera más gente hasta el Puente del Rey. Allí, más de medio millón de personas esperaron con ansia a la tropa roja. A las 23.20 arrancó el espectáculo que se desparramó por la orilla del Manzanares hasta altas horas de la madrugada. Bajo la batuta de Reina, a Cesc le enfundaron la camiseta del Barça, Iniesta se puso colorado, Casillas llamó 'cabrones' a sus compañeros y todos desparramaron al ritmo de Bisbal. Es el poder de La Roja que conquistó el mundo.

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