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Messi conquista su territorio virgen

El argentino, que no había anotado en Inglaterra, firma el triunfo

N. R

Tres puñetazos sobre el pecho, una frase indescifrable y una exclamación inconfundible: '¡Messi!', grita Pep Guardiola enloquecido, semiflexionadas sus rodillas, su garganta encendida, los ojos fuera de órbita. El pequeño lo ha hecho otra vez; con su estilo, con su sutileza, con su voracidad insaciable, con esa ansia infinita de victoria que le ha elevado al olimpo futbolístico, donde ya reina solo. La Pulga ha recogido el balón de Iniesta en la frontal del área, le ha dado tres toquecitos, se lo ha colocado donde quería, ha proyectado sus ojos y su pierna, luego, fuera de sí, ha gritado

¡gooool! El de la victoria. El de la cuarta Copa de Europa del Barça, la segunda para él.

Y ahí está, en la esquina del córner, apretando los puños con tanta fuerza y gritando con tanto furor, que las cuerdas vocales parecen abandonar su cuello, como si quisieran celebrar el gol por su cuenta. Las contienen los abrazos de Xavi, y de Iniesta, y de Pedro, autor del primer tanto, y de toda la piña azulgrana que entrona, una vez más, a su conquistador.

Messi, que había pisado Wembley como goleador inédito en suelo inglés, conquista su territorio único territorio virgen. Y, con su décimo segundo gol en la Liga de Campeones, concluye el curso como máximo goleador de la competición europea por tercer año consecutivo. Nunca nadie lo había conseguido antes. Otro récord más que sumar a su interminable lista de logros, que parece interminable.

'La Pulga', máximo goleador de la Champions por tercer año consecutivo

Messi parece omnipotente. A través de sus piernas, sus logros alcanzan el lugar que dictan sus deseos. Ansiaba marcar en Londres tras nueve partidos en blanco en terreno inglés, y lo ha conseguido; ansiaba, sobre todo, salir campeón de Wembley, y no ha escatimado ni un minuto de esfuerzo hasta lograr su objetivo. Avisó casi sobre el 45 con eslalon desde el medio campo tras robar un balón, sorteando a todos los rivales para cedérselo a Villa y quedarse a unos centímetros de atrapar la devolución del Guaje. Van der Sar se seca el sudor.

Messi no se conforma ni con el gol. El argentino persigue el segundo y, en su búsqueda, ofrece una exhibición. Se inventa un remate de tacón que despierta el '¡oohh!' de medio estadio y luego un uno contra uno por la banda tan espectacular que Villa no puede sino concluir la obra de La Pulga con un golazo que encumbra al tridente goleador del

Barça. Messi le abraza feliz.

Y, cuando el árbitro pita el final y la hinchada azulgrana le corea por enésima vez, se presta a los abrazos y los besos de sus compañeros, antes de subir a por la orejona que coloca sobre su cabeza, después de que Abidal la eleve al cielo de Wembley antes que nadie.

Messi está exultante. Como prometió en la celebración de la Liga, ha hablado en la final de la Champions. Sus palabras son goles, 53 este curso. Triunfos que suponen títulos, encumbran a su técnico como el más jóvenes con dos Champions por delante de Mourinho, y a él le conducen, de nuevo, hacia el Balón de Oro. De entrada, la UEFA le designa como mejor de la final.

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