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No basta con ser bueno, hay que demostrarlo

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Y tú, con quién vas el domingo”, me repiten muchos amigos y colegas. Qué pregunta. Pese a los muchos años que llevo en este país y haber apoyado a la selección durante su impresionante periplo por la Eurocopa, me temo que esta noche voy con Alemania. No sólo es mi tierra, también los alemanes me han regalado muchos momentos memorables, además de algún que otro título.

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Los he visto en muchas finales europeas y mundiales, y algunas las perdieron. Pero uno se acostumbra hasta el punto de que resulta raro asistir a la cita final sin que estén presentes los chicos vestidos de blanco y negro.

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A fallback.

La fe en el fútbol alemán es tan grande que, incluso en momentos de dudas sobre el juego, hay una confianza inexplicable en que la cosa saldrá bien. A cambio, he presenciado (y sufrido) unos cuantos partidos de cuartos de España. Siempre me ha sorprendido el absurdo fatalismo de la afición roja y el raro sentido de haber sido víctima de una injusticia.

Creo que los españoles no son muy dados al marketing. O sea, que no saben bien venderse. Por ejemplo, los italianos son más listos para colocar sus productos en mercados como el alemán. La actitud española suele ser más bien: “Sé que mi vino es bueno y si no lo quieres comprar es problema tuyo”.

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Algo parecido ha ocurrido con el fútbol. España siempre ha tenido buenos jugadores. Pero, convencida de ello, no lo demostraba en el campo. Los alemanes, en cambio, son conscientes de sus virtudes y limitaciones y tienen un enorme afán de mostrar sobre el césped que la cosa puede funcionar bien. Un equipo es más que sus 11 componentes. Parece que, al final, lo han entendido aquí. Esta noche no ganará el mejor, sino el conjunto que esté más convencido de que se merece el título.

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