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Partido de 15 euros

El Mallorca baila al Madrid y el Bernabéu despide a su equipo con pañuelos

LADISLAO JAVIER MOÑINO

El márketing de la derrota es inviable. Nadie compra distintivos de un equipo perdedor. 'Esta temporada hemos recaudado la mitad que la pasada. Con el equipo tan mal es difícil vender una bufanda y menos una camiseta', se quejaba el propietario de un puesto de artículos del Real Madrid situado a los pies de Padre Damián.

Unos metros más arriba, la Avenida de Concha Espina era una pista libre de asfalto y aceras vacías a menos de dos horas del comienzo del partido. La vía, que acostumbra a ser un hormiguero enfilado de madridismo aparcado y viandante, ayer sólo acogía en su carril central 15 autobuses. Y nadie caminaba orgulloso camino del Bernabéu. 'Normalmente se hacen tres filas que, a veces, llegan hasta cerca de la M-30', aseguraba un guardia urbano, que tuvo su día de partido más relajado.

El agente apenas tenía que hacer esfuerzos para que los pocos aficionados que aguardaban la llegada del equipo se mantuvieran detrás de la valla. La derrota apalanca los sentimientos. O los altera. 'Estamos aquí como tontos para esperar a otros tontos, por no decir otra cosa', maldecía un aficionado. Si la derrota invita a quedarse en casa, el bochorno desintegra la historia oscura: varias fotografías de Calderón celebrando el título de Liga desaparecieron misteriosamente de una pared próxima al acceso a la sala de prensa.

El Madrid es un desierto de presente y pasado reciente. Al madridismo aún le escuece la exhibición del Barça en sus propias narices. 'No se puede perder así', se escuchó en un bar en el que la mayoría de bocadillos de tortilla y jamón no tenían pinta de acabar en estómago alguno. La derrota también es indigesta, como el fútbol que ha practicado el equipo con Schuster y con Juande Ramos.

Este domingo, otra vez. Fue un partido de a 15 euros la entrada más barata. Nunca ha sido más justo el precio de una entrada en todo el año y ni siquiera lo devolvió un jugador del Madrid. Fueron Cleber Santana, que atravesó a tres defensas del Madrid como los fantasmas traspasan tabiques y clavó a Casillas con una vaselina cruzada, y Keita con otro derechazo por la escuadra.

A precio de pachanga la entrada, la actitud del equipo fue acorde con esos precios populares. Sin nada que hacer, Juande Ramos no ha logrado que sus jugadores ejecuten ese mensaje de dignidad del que hablan desde la catarsis del Barça. Y claro, el madridismo ya no aguanta. Ni fútbol, ni resultados. Antes de la obra de Cléber la grada despidió a Cannavaro con aplausos, que entregó la camiseta al Fondo Sur, pero ya torció el gesto cuando vio calentar a Faubert. Los silbidos le debieron decir al entrenador madridista que mejor esconderlo en el banquillo, aunque se eche una cabezada.

La intensidad de la bronca aumentó con el tercer gol del Mallorca. La recibieron los jugadores del Madrid en el medio del campo y el personal saliendo despavorido. El desquiciamiento del madridismo es tal que abucheó a Parejo por atreverse a picar un balón por encima de Moya; la humillación no permite florituras. Para cuando llegó el final, apenas quedaban 10.000 madridistas silbando. Y otros se preguntaban si aceptarían primas a terceros en Pamplona...

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