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Pirlo, la envidia de España

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En un fútbol en el que España protesta por las edades de sus hombres ni se sabe los años que le quedan a Andrea Pirlo (Brescia, 1980). Una amarga contradicción en un día como el de hoy, en el que Pirlo volverá a bajar al césped. Jugará frente a Costa Rica (18.00 horas, Recife). Pero Pirlo ya sabe como defenderse con esas barbas y esa pinta de Jesucristo que lo diferencian del futbolista de la clase media. A los 35 años, ya ha dicho que deja la selección tras el Mundial, aunque todavía se siente lejos de "una jubilación dorada" en esos mundos de Qatar o Estados Unidos. Y cuando le preguntan si él podría llegar hasta los 40 años, como hizo Di Stéfano, recuerda la eterna teoría de Don Alfredo. "Él se arrepintió de retirarse a esa edad, porque decía que es cuando todo se ve más claro, pero no sé".

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"Mi perímetro está en el terreno de juego y en el vestuario"Pirlo siempre será un caso especial. Un hombre que en una Italia, obsesionada con los resultados, lidera a su edad a la Juventus y a la selección sin signos de fusilamiento. Ocho años después de salir campeón en el Mundial de Alemania 2006 y catorce después de arrancar en la Eurocopa 2000, no declina, porque no se lo imagina. Admite que la edad es el precio que pagamos por vivir y que "el fútbol profesional no es eterno", pero sabe cómo defenderse antes de entrar en el césped. "Cuando todo el mundo te empieza a tratar de veterano es cuando adquieres el conocimiento necesario para aprovechar al máximo tus cualidades". Por eso es raro que se deje invadir por las críticas, dice intentar "no tomarse el fútbol en serio", sin menospreciar por ello su fama de caballero. "Mi perímetro está en el terreno de juego y en el vestuario. El resto no es de interés público".

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Así ha sobrevivido durante casi dos décadas en la elite, en las que rara vez ganó una carrera por velocidad, esas se las dejaba para Gatusso, su escudero en el Mundial de Alemania. La diferencia es que ocho años después, Pirlo es el único que continúa con la capacidad para decidir su propia fecha de caducidad. "De momento, está en Brasil y ya se verá lo que sucede después", señala Prandelli, su entrenador, apasionado con noches como la del debut de Pirlo en este Mundial frente a Inglaterra, más parecidas que ninguna a la perfección. En un partido jugado a mil por hora, en el que resultaba tan fácil equivocarse, Pirlo se aproximó a la perfección con 103 pases correctos de los 108 que intentó. "Él parte con una ventaja", insiste Prandelli. "No juega: imparte".

El partido está en su cabeza, lo que le libera de esfuerzos innecesarios. Ha alcanzado una relación suprema con el balón que él llama "autocontrol" y que en partidos de máximo nivel le permite tirar los penaltis a lo Panenka y hacerlo como si nada. A partir de ahí ya es uno mismo. Al menos, eso dice Pirlo, que no sabe cómo explicar su secreto para encontrar la pausa, para dejar de correr cuando los demás empiezan a correr o para demostrar que al fútbol, primero, se juega con la cabeza y después con los pies. "Es verdad que más o menos yo fui un niño prodigio". Pero a la vez es el producto de los años, "porque en nuestra profesión nunca terminas de aprender", que lo colocan a los 35 en un estado de gloria en la que todavía le quedan tantas ovaciones por coleccionar. Es el mundo, que lo aprecia.

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