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El rey Maradona reaparece en su territorio predilecto

Dieciséis años después, orondo y en chándal, ha vuelto al territorio en el que se autoconstruyó su leyenda futbolística y se realizó como persona

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Los ojos desorbitados y gritándole al mundo un gol a Grecia a través de una cámara de televisión es la última imagen de Maradona que se recuerda en un Mundial. Un instante de euforia desmedida que se apagó tres días después de aquel 25 de junio de 1994 cuando le confirmaron que había dado positivo por efedrina. Ese día fue la última vez que Maradona estuvo en su hábitat. Pocos se excitan tanto o se sienten tan identificados cuando se ven el mayor escaparate futbolístico. No se entiende a Maradona sin todo lo que le dio y le da un Mundial.

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Su última imagen en un Mundial fue ese gol a Grecia hace 16 años

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Dieciséis años después, orondo y en chándal, ha vuelto al territorio en el que se autoconstruyó su leyenda futbolística y se realizó como persona. Con un Mundial de por medio, Maradona se siente de nuevo el rey, el ombligo del fútbol, recupera su aura divina, aunque luzca un gorro albiceleste que le haga parecer Papa Pitufo.

Es capaz de encenderse uno de los puros que le manda Fidel Castro cuando finaliza un entrenamiento en el que le ha enseñado a sus porteros que la pelota todavía le hace mucho caso cuando la envuelve en una rosca para clavarla en la escuadra. Tampoco le importa hacer esperar a la prensa, su gran enemiga, más de dos horas.

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Gasta barba canosa en la perilla rompiendo con una de las supersticiones que cuenta en su biografía Yo soy el Diego: "Dicen que cuando llevo barba es mala señal". En Suráfrica, Maradona jugará un campeonato particular y Argentina otro. El suyo será contra la prensa que le apalea y le espera. Pero también contra sí mismo. Todo lo que significa un Mundial recubre su yo. Desde que se convirtió con nueve años en el primer niño prodigio mediático del fútbol, los cuatro campeonatos del mundo en los que participó (82,86,90 y 94), le han marcado: "Tenía mis sueños, quería jugar un Mundial y salir campeón del mundo con Argentina. Pero esa era el sueño de todos los niños. Lo que sí sentí es con la pelota me sentía diferente a los demás".

El primer Mundial que empezó a configurar su dimensión deidística no lo disputó. Fue el del 78, en su propio país. Menotti le dejó fuera de la lista: "Lloré mucho, lloré tanto. Ni siquiera cuando pasó lo del doping en el 94 lloré tanto. Fueron dos grandes injusticias. A Menotti no lo voy a perdonar nunca, pero nunca lo odié".

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En Suráfrica, Diego jugará una competición y Argentina otra

Su primera actuación mundialista fue en España 82. Aterrizó ya como gran figura universal con ganas de revanca. Argentina cayó en la liguilla de cuartos. Una patada al brasileño Batista que le costó la expulsión reflejó su rabia y su impotencia. Tras aquel primer fracaso, pronunció una frase en la que ya era consciente de su dimensión: "La gente tiene que entender que Maradona no es una máquina de dar felicidad".

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Para el Mundial 86, Bilardo le entregó la capitanía en una reunión en Lloret de Mar en 1983. Lloró orgulloso. De México salió como un dios, por aquella mano, y por lo que hizo su prodigiosa pierna izquierda. Desde entonces no se ha bajado del trono ni en sus horas más bajas. Lo que hizo con la pelota se superpone a todo lo que le pudo matar como persona y como personaje.

Ahora, de nuevo, está en su salsa. Con el mundo tan pendiente de él como de su heredero, Messi al que ayer mimó en el entrenamiento. Verón también le protegió: "Leo tiene la misma responsabilidad que los demás. Ojalá saque todo ese fútbol que lleva dentro".

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Maradona ha configurado una lista en la que ha cortado a todo aquel que se le podía rebelar por galones. Se ha traído a los veteranos Palermo y a Verón como guardianes de su palabra para ante el grupo. Para que sepa cómo manejarse ante una competición que él conoce como nadie. Que le dio todo para después quitarle mucho.

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