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A ritmo de número uno

Nadal exhibe su superioridad ante Melzer y el domingo disputa su quinta final parisina

GONZALO CABEZA

Las musas quedaron en el hotel, hoy no eran necesarias. Ni fantasía, ni imaginación, ni épica.

Melzer sólo requería una aproximación cartesiana, como la de un contable que únicamente tiene que afianzar conceptos ya asimilados.

Coser y cantar. Nadal siguió la tónica del partido contra Almagro, juego agresivo y buen servicio, hambre feroz para no dejar a Melzer respirar un solo segundo.

El balear es el mayor especialista del mundo en crear un infierno a sus rivales, quienes no comprenden cómo puede devolver todos sus envíos y se asustan con el peso que llega la bola a sus raquetas. La tormenta perfecta, un cúmulo de circunstancias que convierten a Nadal en un rival inaccesible para los tenistas normales.

Sólo en los últimos juegos del partido, cuando la guerra ya estaba ganada y únicamente se discutía el cierre, Melzer sacó la casta y Nadal se dejo ir. Ahí le apretó y hasta le sacó un tie break, pero era engordar para morir. El sino del partido estaba escrito desde antes de que ambos saliesen a la pista central de Roland Garros. Al final, 6-2, 6-3 y 7-6. Nadal llega a la final sin perder un set.

Si le llegan a decir antes del torneo que su rival en semifinales iba a ser Melzer una sonrisa incrédula hubiese decorado su cara. El austríaco llegó por méritos propios, pero su última prueba le quedó grande. En los días previos había exhibido todas sus virtudes, hoy desnudó sus muchos defectos. Melzer sabe variar el juego, tiene golpes limpios y obliga a sus rivales a fallar mucho, pero el español no duda. Contra Rafa no existe juego mental, es un torbellino al que muy pocos, y en ocasiones puntuales, son capaces de desafiar.

Melzer podrá volver a casa como un héroe tras convertirse en el segundo austríaco en semifinales de un Grand Slam, podrá presumir ante sus nietos de unos días de gloria en los que copó titulares aunque en la última pregunta, cuando le cuestionen por el final del cuento, confesará con la boca pequeña que había un jugador que era mucho mejor que él.

Nadal ya piensa en mañana, el último escalón para conseguir su séptimo Grand Slam, su quinto Roland Garros. Enfrente, como ya se sabía, no tendrá a Federer, rival en siete de las ocho finales de los grandes que había jugado el balear hasta ahora. El enemigo será Soderling, ese sueco que el año pasado fue su verdugo en París y con el que aún quedan cuentas pendientes.

Hoy grandes golpes y menos fallos de lo que sería de esperar en un choque entre dos bombarderos. Las cosas este año son diferente, las rodillas ya no son un problema y Nadal convive con su mejor tenis. En esa tesitura, se convierte en un rival casi imbatible para cualquier jugador del circuito. Por esas cualidades llama a la puerta del número 1, por esas cualidades ya es parte de la mejor historia del tenis.

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