Este artículo se publicó hace 13 años.
Rosa no lo quiere en casa
Caparrós confiesa que su mujer le decía que se buscara un equipo
"He descubierto que enfadarse no vale de nada". Es un mal día para hablar con Caparrós (Utrera, 1955) después de la derrota ante el Sporting. Sus tres primeros partidos en Mallorca dibujan un horizonte sospechoso. Pero en una sociedad tan competitiva, el entrenador aborrece el pesimismo. Su pasión es media vida. "Sufrir es mi manera de ser". El resto es el trabajo. "Si pueden ser 25 horas diarias, mejor que 24". Y por eso es casi inútil preguntarle por la presión. "Otra cosa es que me den rabia los malos resultados". Y lleva razón. La verdadera presión ya pasó para él. Y fue cuando vivía en Cuenca, trabajaba de siete a doce en la Escuela Municipal de Fútbol y después cogía el coche para ir a entrenar al Moralo en Navalmoral de la Mata. Eran 700 kilómetros en carretera casi todos los días. Sus hijos aún no estaban formados y su situación económica no estaba tan definida como ahora.
Es imposible juzgar a Caparrós sin su pasado. Un pasado que empezó a los 14 años cuando su padre se trasladó con él a la capital. Y quizá ayuda a entender como él ha sido capaz de pasar del Neuchatel suizo, donde vivió un clima de terror, a un Mallorca que no parece un paraíso.
Tras su paso fugaz por Suiza, comparte proyecto con Serra, con pasado bético
Ha sido su propia rebeldía la que le ha llevado a Palma. O quizá también la intervención de su mujer, Rosa, que lo quiere el tiempo justo en casa. "Me decía que buscase equipo, porque no me aguantaba". Desde 1995, cuando empezó en Moralo, Caparrós no dormía sin la libertad de no tener nada que hacer. Otro hubiese interpretado esta época casi como un desahogo. Tuvo tiempo de disfrutar en septiembre después de tantos años de las fiestas de San Mateo en su querida y adoptiva Cuenca. Pero no había manera. Su vida fallaba entre semana. "Soy un currante y necesito entrenar", explica.
El problema es que en Mallorca se lo ha encontrado todo hecho. Nada que ver con su tiempo en el Athletic, donde el margen de error era muy bajo, porque "firmabas jugadores con una idiosincracia especial. Sin embargo, cuando esa filosofía no existe, el desorden se traslada al futbolista". De momento, en Mallorca recopila más información. Algo que no se le da mal, porque, además de entrenador, maneja instinto periodístico. Apasionado de las redes sociales, el año pasado se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Información. Y por eso no le molestan las preguntas perversas, porque sabe que el periodismo necesita titulares más jugosos que él que dio él al llegar a Mallorca.
"Tenemos que ser líderes en ilusión y trabajo". Lo dijo todo y a la vez no dijo nada que no imagine Serra Ferrer, el dueño del club identificado por su pasado bético. O sea, lo contrario que Caparrós, que es sevillista. Y no se crean que esto ha pasado inadvertido para él. "Yo le haría esa pregunta", señaló cuando un medio local le pidió que afinase su voluntad periodística. "Pero no habrá problema", respondió. "Somos hombres de fútbol".
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