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Seis motivos para idolatrar a Iniesta

El dorsal ‘6’, que hoy juega ante la República Checa, ha ganado las dos Eurocopas que ha jugado. Ocho años después de la primera, sigue siendo trascendental. 

Andrés Iniesta en el entrenamiento de ayer en el estadio de Toulouse. /EFE

ALFREDO VARONA

MADRID.- No es tan fácil idolatrar a nadie. Sobre todo, a medida que nos hacemos mayores. Pero entre los futbolistas de hoy existe Andrés Iniesta (Fuentealbilla, 1984) que tal vez escapa de ese retrato como un espejo en el tiempo. Vuelve hoy a la Eurocopa, a su tercera Eurocopa con la mirada de siempre, el dorsal ‘6’ y la misma adrenalina que hace una década, en el Mundial de Alemania 2006, donde empezó todo.  Allí, entonces con el número ’13’, distinguió entre el éxito y el fracaso, sin voz y sin minutos desde el banquillo de suplentes.

Hoy, diez años después, ya casi no se sabe qué escribir de él que sea diferente. En todo este tiempo nos ha dado tiempo a verle con una cresta en la cabeza, con un bombín en las celebraciones y hasta debutar en el cine (‘¿Quién mató a Bambí?’, 2013). Pero nunca le vimos llamar la atención a nadie en público ni pegar una patada a nada que no sea un balón. Los locutores de radio lo compararon con Dios. Si tenemos motivos o no para enamorarnos de él, ya es una cosa más subjetiva. Otra cosa es que nos sobren los motivos para creer siempre en Iniesta y en sus 32 años, hace ya cuatro que fue elegido MVP en la Eurocopa 2012, el tiempo no se para ante nadie.

1. “La pasión va por dentro”

Iniesta sería en la literatura el reflejo de su bodega, de ese eslogan del negocio, “la pasión va por dentro”, íntegro reflejo de un futbolista que ni un solo día vivió de las rentas. Sólo le pitaron una vez en el viejo San Mames. Al año siguiente le pidieron perdón. Hasta jugadores que están en las antípodas de él en lo futbolístico como el francés Pogba lo eligen como su “modelo a seguir”. No se trata de ganar o perder. Ni siquiera de abusar de la propaganda que uno tiene. “Se consigue más diciendo las cosas bien y con educación”, explica a los 32 años, con un don de gentes que atraviesa lo inexplicable. Pero quizá la explicación hay que buscarla en días como aquel de no hace tanto tiempo, en un restaurante en la Plaza Colón de Barcelona, en el que una mujer le confundió a él, a Andrés Iniesta, con un camarero.

2. El futbolista que llora la derrota

Ha cumplió 32 años. Excepto el Balón de Oro, ganó todo lo que se podía ganar. Quizá nadie lo explicó como Buenamente, capaz de definir a Iniesta como “el hombre que se bebe las copas de tres en tres”. Pero aun así el futbolista todavía continúa en garantía. “El hambre nunca lo voy a perder”. Así que su ambición también puede ser uno de sus valores. Nunca se leyó que reclamase un aumento del contrato al Barça y sí se le ha visto llorar cuando pierde como sucedió la última vez que lo hizo, en los cuartos de final de la Champions de esta temporada frente al Atlético de Madrid. Las cámaras de televisión lo captaron secándose las lágrimas en la soledad del autobús, en la oscuridad de la noche.

3. Las Navidades, en el pueblo

Son esas pequeñas o esas grandes cosas que nos aproximan al futbolista. Un hombre de este mundo que pasa las Navidades en el pueblo, que celebra los cumpleaños en casa. Por lo visto, costumbra a comerse “mucho la cabeza”, porque no puede evitarlo. “Un futbolista no sólo es lo que pasa en el campo”. Sin embargo, su vida representa hoy un indice alto de esperanza. Si se pasase al cine, arrancaría en aquel muchacho que llegó desde Albacete a Barcelona, invadido por las lágrimas en aquel Ford Orion de su padre que entonces no hacía más que repetirle: “El tren sólo pasa una vez en la vida”. Tenía una ventaja entonces: los padres casi nunca se equivocan. Así fue. Hoy, hasta a sus más directos rivales les encantan que le comparen a Iniesta. El otro día lo decía Luka Modric, el futbolista del Real Madrid y la selección croata. “Es un orgullo. Es uno de los mejores mediocentros de la historia del fútbol”.

4. Ocho años tirando del carro

Fue uno de los que inauguró ‘La Roja’ actual, de esos míticos ‘bajitos’ que eligió Luis Aragonés en la Eurocopa 2008. Ahí se acabaron los complejos. Fue esa gente la que nos enseñó que se podía arriesgar y ganar; desafiar al músculo sin complejos; descubrir la seguridad en uno mismo y potenciarla hasta lo excepcional. Ocho años después, nadie conserva la influencia de Iniesta en la selección. Nadie está tardando más en envejecer que él. A una edad como la suya ya hay futbolistas incapaces ante la decadencia. Sin embargo, Iniesta aún no se rebajó a lugares más cómodos. Sigue siendo un futbolista que arriesga, que pisa área y que lo justifica con la naturalidad de los hombres de pueblo. “Uno acaba aprendiendo a hacer las cosas casi sin forzar”.

5. La recompensa de no lesionarse

No siempre ganó. Sería imposible. Lleva más de 100 partidos en la selección. De hecho, Iniesta fue uno de los exponentes del fracaso del Mundial de Brasil 2014. Entonces Maracaná no fue Johannesburgo. Pero el valor está en como se levanta uno de esas derrotas. Iniesta tenía edad para distanciarse, pero no lo hizo. Prefirió no hacerlo, más realista cada día que pasa: “No hay mejor recompensa que volver al vestuario sin haberte lesionado o habiéndote sentido bien”. El futbolista ha vuelto a encontrar ese punto. Por eso está hoy en Toulouse para medirse a Chequia, con miles de ideas en la cabeza entre las que claro que se repiten las mejores como el minuto 116 en el Soccer City de Johannesburgo o el 90 de Stamford Brigde.

6. Un personaje mundial

Ante todo, Iniesta es un personaje mundial. Sería titular en cualquier selección del mundo, en Brasil, en Alemania, en cualquiera. En la Isla de Ré, donde está concentrada España en esta Eurocopa, ningún futbolista ha sido tan aclamado como él. Pero eso no es de ahora. Es el resumen de una vida. Una mezcla perfecta entre lo tradicional y lo moderno. Un futbolista, en realidad, delatado por la Wikipedia. Su curriculum en el primer equipo del Barça empezó en el año 2002. Catorce años después, todavía es pronto para imaginar la vida sin él. “Tengo demasiado para no ser feliz”, explica él. “En el campo se refleja como te va la vida”.

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